La progenitora inmediata fue la feroz pelea interna que desangró a Juntos por el Cambio. Para una amplia y diversa porción del electorado se volvió evidente que ya no estaban “juntos” y que dejaron de representar el “cambio”. Si bien los números no son estrictamente comparables, un rápido cotejo de los últimos resultados electorales nos da una idea aproximada de la magnitud de esa hemorragia. En las elecciones legislativas de noviembre del 2021, JxC arrasó con el 42,75% de los sufragios (Macri había arañado el 40.28 % en la presidencial de 2019), el Frente de Todos alcanzó los 34.56 % (se cayó como un piano de su techo obtenido en 2019: 48.24 %), y la alianza de Milei-Espert salió cuarta (detrás del peronismo federal de Schiaretti) con un módico 5.55 %. El resultado de las PASO del 13 de agosto último está más fresco en nuestra memoria: el candidato “libertario” se llevó –en soledad- el 29,86% de los votos, por encima de JxC (28%) y de la oficialista Unión por la Patria (27,28%). Aunque sumemos peras con algunas manzanas (por ejemplo, dos candidatos de la misma “marca” no retienen de manera homogénea a sus seguidores), la alianza republicana dilapidó 14,75% de votos. En gran medida, fue una derrota auto infligida porque es obvio que no se le puede “echar la culpa al gobierno”: Alberto y Cristina se encargaron de hacer todo mal para que ganara cualquiera.

Sin duda, sería ingenuo pensar (incluso con el diario del lunes sobre la mesa) que la batalla por el liderazgo que dejaba vacante Macri se iba a resolver conversando mientras tomaban el té. Pero el modo en que se llevó adelante la competencia por el poder entre Bullrich y Larreta –con zancadillas, voces altisonantes y ataques descalificadores- mostró la peor cara de la vieja política criolla. En el camino, dejaron de hablarle a buena parte de una sociedad –lacerada por la pandemia, acobardada por la inseguridad, asqueada por la corrupción, harta por el desorden, castigada por la inflación y desesperanzada por la falta de oportunidades-, gastando enormes energías en un “internismo” que una extensa franja de la ciudadanía no entendió (o lo entendió bien y lo rechazó). Por si fuera poco, se tomó una decisión orgánica fatal: en vez de acotar la competencia al plano ejecutivo, integrando las listas legislativas entre ambas corrientes, se optó por un esquema de listas “completas”, de tal modo que el aglomerado se “partió” de manera vertical. Este desatino habrá que anotarlo –de aquí en más- en el Manual de lo que no se debe hacer en política.

La segunda madre tiene el nombre y el apellido de la actual vicepresidenta. En tal sentido, si el mal gobierno de Macri tuvo bastante responsabilidad en el regreso de CFK al poder, CFK tuvo también algo que ver con el ascenso de Milei. No me refiero sólo a la corriente de apoyos y de recursos que ciertos sectores del peronismo -en general- y del kirchnerismo -en particular-, pusieron a su disposición; también hay que anotar en el listado el hecho de que la propia CFK decidió “subirlo al centro del ring” en algunas de sus intervenciones públicas de los últimos tiempos: una “picardía” de patas cortas que le puede resultar muy costosa al país, y sobre todo, a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Pero de manera más fundamental, cabe resaltar la ceguera estratégica de Cristina al desaprovechar la llegada de Massa al ministerio de economía para re-lanzar el gobierno y comenzar a re-organizar sobre bases más sensatas el desaguisado económico en el que estamos metidos hace ya largos años. El oficialismo dijo más de una vez que “ahora” comenzaba la batalla contra la inflación, pero lo cierto es que –a sabiendas- cargaron las armas con pólvora mojada, y dejaron pasar la última oportunidad razonable de iniciar un sendero de sinceramiento de precios y de estabilización antes de la actual e inexorable agudización de la crisis.

Claro que hay una madre más lejana y más profunda que daría para un largo debate. Me refiero a la acumulación de adeudos sociales, económicos e institucionales de una democracia que tiene un porcentaje de pobres mayor que sus años de edad; una democracia que ha consentido el enriquecimiento obsceno de una nueva oligarquía -integrada principalmente por dirigentes políticos, jueces, empresarios o sindicalistas- que han aprovechado cada recoveco legal, paralegal o ilegal para engrosar sus bolsillos a costa del progreso del país. Y mientras esa camarilla –ágrafa, iletrada, carente de todo compromiso con el desarrollo nacional-  se enriquecía encaramada al poder, el Estado se dislocaba, el sentido de lo público se perdía, la economía se desarticulaba y la sociedad se empobrecía. El argumento de que los jóvenes que siguen al candidato “libertario” sólo han conocido la alternancia en el fracaso del macrismo y del kirchnerismo es un razonamiento válido. Pero eso no explica por qué lo votan también otros grupos con algo más de recorrido en la vida y que no se cocinan  al primer hervor.

Sea como fuere, si Milei tiene varias madres, tuvo en cambio un solo padre: él mismo. En todo caso, habría que sumar a esa extraña fecundación in vitro a un grupúsculo inicial de feligreses, liderado por su hermana (a quien llaman “El Jefe”…), que le creyeron cuando nadie lo tomaba en serio, y era apenas considerado una figura extravagante y alocada que “medía bien” en los medios, a fuerza de sobre simplificar problemas públicos de intrincada complejidad.

Por supuesto, sigue siendo el mismo personaje que algunos conocimos hace poco tiempo por la televisión: bizarro en su auto promoción, dogmático en sus ideas, intolerante con quien piensa distinto (o simplemente con quien piensa…), reaccionario en su visión socio-cultural, extremado en sus propuestas de política pública, embustero en economía, delirante en su borrachera de poder y autoritario en toda la línea. La “pequeña” diferencia es que ahora está cerca de ser presidente.