“Si quiero articular la voz,

no puedo y a media voz me quedo,

o con la rabia fiera sólo digo la sílaba postrera…”

(Sor Juana Inés de la Cruz)

“Hay días en los que vivo de pura rabia de vivir…

Sólo una rabia es bendita: la de los que necesitan”

(Clarice Lispector)

En la localidad El Sombrero de la provincia de Corrientes que tiene una población que no supera los 1000 habitantes, donde todo se concentra en una plaza central a la que rodean la comisaria, la municipalidad, la iglesia, la escuela; como en muchos pueblos, localidades y comunas a lo largo de toda la Argentina. Ganó Milei.

En la localidad homónima, pero en diminutivo - El Sombrerito-, ubicada al Noreste de Santa Fe; con un poco más de mil habitantes, donde también funcionan una escuela, una sala de primeros auxilios, una comisaría y no mucho más. Ganó Milei.

En esas dos localidades, tomadas como ejemplos, se puede ver como Milei se impuso -por una amplia diferencia- en esas localidades, como en muchas otras, donde dependen -casi exclusivamente- de lo público: salas de primeros auxilios, escuelas, servicios de limpieza, calles, plazas, administración en general, etc. En esas localidades, como a lo largo del país, donde lo público se tornó tan cotidiano; y siempre ahí, que ya se piensa que siempre estará. En esas localidades donde todo -o casi todo- se sostiene en el mantenimiento de lo público por los pagos de los impuestos de todos, se pierde de vista que eso podría desaparecer ¿Esto es exagerado? Tal vez, pero sustentar en “no hará todo lo que dice”, “no lo van a dejar hacer las locuras que dijo”, “fueron slogans de campaña únicamente” y muchas más, es depositar la esperanza en algo en demasía endeble.

Pero, quizá, esto último sea en lo que los analistas políticos se basaron, ya que la mayoría de “predicciones” -que leí- estuvieron en extremo erradas, tal vez, esa creencia en que no podría ocurrir, que no lo votarían a Milei, que en los debates siempre veían que salía mejor parado Massa, que le daba cátedra de como debatir y un muy largo etcétera que todos ya conocemos.

Más allá de las denominaciones -que no son inocentes- que se quieran dar sobre que se terminó con el peronismo, kirchnerismo, planeros, casta, entre otros; y por el otro lado, ascenso de la ultra-derecha y el fascismo, pasar la motosierra, terminar con la joda de la corrupción, entre muchos más (en estas expresiones se pueden apreciar dos posturas “casi” contrapuestas de administración de lo público). Todos esos términos no son naïf y tienen una carga afectiva muy grande, y bien dirigida hacen su trabajo para que a un lado y al otro el afecto vaya engendrándose, ese afecto es: la rabia.

En esa rabia podríamos ver que hay algo más contenido que un voto castigo, algo más que el apoyo a una propuesta, en esa rabia que atenta contra el que vota por aquello -incluso lo único- que posee, podría dejar entrever una pulsión de destrucción, pero considero que se buscan salidas que no sea las mismas de siempre, una salida que pueda romper o explotar -justamente eso- todo lo que se conoció como público. Esa búsqueda desesperada que intenta politizar la rabia -aunque multiplicaría al infinito mis reversas si esa opción es la adecuada- hace que, incluso, se atente contra uno mismo. Esa rabia ciega vuelve imposible pensar en la posibilidad de otra salida. Esta rabia tiende a, aunque sea mínimamente, a una búsqueda de reparación del daño por medio de una acción conjunta que puede derivar en una política colectiva basándose en la construcción de un otro al que rechazar y que identifican con el que les produjo el mal.   

Esa rabia se fue alimentando de muchos años de frustración, de tener como opción votar al ministro de economía actual -si bien tuvo poco tiempo en el cargo- del gobierno que llevó a unos índices inflacionarios muy elevados y que a los ciudadanos no les alcance en el día a día para subsistir con lo que cobran. Alberto Fernández en una reciente entrevista en la que realiza un racconto de su gobierno, que sonó más a una puesta en evidencia para tratar de justificar el estado actual en el que nos encontramos y una búsqueda desesperada por hacerse de una posición no tan deteriorada, sostuvo que “no tuvo suerte”, lo que podría llevar a un resumen de todo lo que se venía mascullando entre dientes de su gestión. Es decir, si un presidente se entrega a la suerte quiere decir que no está gobernando. La apuesta con el actual ministro de economía que será la cara visible de cerca del 140% de inflación y más del 40% de pobreza era una apuesta -al menos- desesperada, pero que el andamiaje político y los partidos políticos desde los que provenían hicieron que peleara un balotaje, pero en ambas vueltas se impuso Milei. El presidente electo por medio del balotaje nunca ocultó lo que venía a hacer y los tratos y epítetos despectivos hacía él solamente ocultaban la incapacidad para hacer frente en el actual gobierno a los problemas, en especial económicos; pero que eran más profundos. Y más allá de todo eso que ya pasó, habrá que retornar sobre ello una y otra vez para analizar y dar la verdadera magnitud a la elección que se dio.

Toda esa rabia, también hay que contextualizarla en el hecho que Alberto Fernández (12.946.037) llegó a la presidencia superando casi por un 8 % a Macri que buscaba su reelección (10.811.586) en el 2019. En ese sentido, se fue gestando y manteniendo un apoyo (12.988.349) que lo había llevado a Macri en el 2015 a ser presidente, que se puede identificar por una visión cercana a la “derecha”. Ese sostenimiento se plasmó en los votos obtenidos (14.476.462) en el balotaje por Milei. No estoy diciendo que Macri y Milei sean lo mismo (pero abrevan en la misma fuente), la radicalidad, vehemencia y verborragia de este último, quizá sea lo que fue criticado que estaba ausente en el primero, quizá. Más allá de las personas, una cierta idea-malestar se sostuvo, al menos desde 2015, que fue lo que impulsó al actual presidente electo. El clima era propicio para que esos votantes indecisos tomarán una postura por el candidato “desquiciado” que no podría llegar a ser presidente, por lo que tendríamos que preguntarnos: ¿qué llevaría a una persona, a sabiendas que se podría hacer (o hará) un daño, a tomar esa decisión de votar por alguien que dice que irá contra lo poco que uno posee? Tal vez, la -o una- respuesta pueda ser, como propusimos, la rabia. 

Milei estuvo ahí, no exento de rabia, intuyó los momentos, olfateó la rabia y la canalizó en un discurso extremo y peculiar, que fue matizando –“algo”- con el correr del tiempo, pero fue astuto, aunque su astucia haya sido estar ahí; lo otro, lo que restaba, lo fueron haciendo los rabiosos.