Lula en uno de sus pasajes más emocionantes de un cuidadoso discurso afirmó: “Me quisieron enterrar vivo y aquí estoy”, luego de conocerse los resultados que lo consagra ganador. Esa misma frase también podría aplicarse al ciclo progresista o nacional-popular que muchos se apresuraron a dar por muerto con el giro neoliberal conservador de 2015-2016. Sin embargo, como advertimos en su momento, los cierres de ciertos ciclos políticos no significaban un cierre del ciclo histórico —el Cambio de Época y parte de la transición de poder mundial— abierto a principios de siglo en América Latina.

El líder metalúrgico se encamina a iniciar un tercer mandato y es prácticamente un renacido —en línea con el nuevo giro político de la región. Hace sólo cuatro años Lula había sido encerrado en la cárcel, en donde estuvo nada menos que 580 días, por la sentencia sin pruebas pero con convicción militante del juez Sergio Moro y la operación Lava Jato. El objetivo fue sacarlo completamente de la cancha política y permitir el triunfo de Jair Messias Bolsonaro, en cuyo gobierno Moro asumiría como ministro de Justicia.

En 2018 Lula ganaba según todas las encuestas frente al ex-capitán y veterano legislador, especialmente, debido al desastre económico y social del país luego del inicio de las políticas de ajuste, el giro a la derecha y el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff. Pero los grupos de poder dominantes en Brasil —el poder financiero local y del Norte global, los grandes terratenientes y los “agronegocios”, las mineras transnacionales y madereras, la burguesía paulista más concentrada, los grandes medios encabezados por Organizações Globo,  las élites políticas tradicionales, la fracción dominante de las Fuerzas Armadas y el establishment anglo-estadounidense en sus diferentes fracciones— necesitaban continuar y legitimar electoralmente el programa de neoliberalismo periférico y subordinación estratégica del “gigante suramericano”.

Es decir, para estos grupos de poder era fundamental continuar el programa de ajuste de la inversión pública, caída de los salarios, privatizaciones de empresas estratégicas y debilitamiento de capacidades estatales clave (ciencia y tecnología, control soberano de las riquezas naturales, promoción cultural, etc.); además de profundizar el perfil primario exportador de la economía brasileña, acelerar el proceso de  desindustrialización, destruir la integración regional con perspectiva autonomista y, finalmente, correrse del rol de potencia potencia emergente y aceptar la subordinación político estratégica a nivel hemisférico.

Pero pasaron cosas, al menos tres: 
1) Los grupos de poder y fracciones dominantes mencionados agudizaron sus contradicciones, con la consecuente fractura política: los intereses de los agronegocios exportadores vs la industria que vende al mercado interno; el establishment anglo-estadounidense partido entre globalistas, americanistas y nacionalistas; las elites conservadoras republicanas y liberales frente a la reacción conservadora anti-republicana y anti-liberal; sectores de los militares molestos con la híper politización y la sobre exposición de las fuerzas armadas; etc.

2) Las inevitables consecuencias económicas y sociales del programa neoliberal, sobre las que se profundiza en otro trabajo: el PBI actual de Brasil es menor al de 2014, hay 33 millones de brasileños con hambre y 115 millones tienen inseguridad alimentaria en la tercer potencia alimenticia del mundo, explotó la cantidad de personas viviendo en las calles, el desempleo sigue cerca de dos dígitos, el salario mínimo es en términos reales 25% menor que en 2015 y se ha acelerado la desindustrialización acentuando la inserción periférica primario exportadora. 


3) El declive del gigante suramericano como consecuencia de la subordinación político-estratégica y la adopción de dicho programa, en un escenario de crisis de hegemonía estadounidense, declive relativo del Occidente geopolítico y estancamiento económico y financiarización en el Norte Global.

TRES DIMENSIONES DE LA DISPUTA DE PODER

La disputa de poder en Brasil podemos analizarla en tres dimensiones clave. La primera es la contradicción que atraviesa a Brasil en relación a la transición de poder en el sistema mundial. La cuestión es si Brasil es protagonista de la construcción de un mundo multipolar, como poder emergente y socio clave de los BRICS Plus (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y los próximos que van sumarse) o, por el contrario, queda bajo el dominio de las fuerzas unipolares y la subordinación hemisférica. Ambas líneas de fuerza conviven, obviamente, pero las cuestión es cuál conduce y cuál queda subordinada. Esta contradicción estalla en 2014-2016: entre el lanzamiento del Banco y el Fondo de los BRICS en la ciudad de Fortaleza, que proyectó una nueva arquitectura financiera mundial emergente, a desarmar la UNASUR, intentar desarticular el MERCOSUR y, prácticamente, abandonar en gran medida el rol de potencia emergente (aunque en el último año comenzaron a producirse movimientos contrarios).  

Dicha tensión que atraviesa a Brasil pero también a la región, está estrechamente relacionada con la emergencia de una nueva ola “progresista” o nacional anti-neoliberal (y limitadamente popular). Esta re-surge en 2018-2019, pero aun no está consolidada, y la definición del rumbo de Brasil es determinante para darle musculatura y anclaje material.

La segunda dimensión es el de las coaliciones políticas en pugna y de las articulaciones político sociales que expresan. El Bolsonarismo articula las llamadas tres “b”, a la que le podemos agregar una cuarta: biblia, bala, buey y, también, la banca. Es decir, el cristianismo evangélico neoconservador y neopentecostal, que tienen insoslayables elementos políticos (construcción, inserción, cuadros, recursos materiales, etc.) y geopolíticos: alineamiento con el Occidente geopolítico, y en particular con la reacción conservadora anti-globalista y anti-liberal, y la prioridad en la relación con el estado de Israel (lo cual se observa, también, en términos teológicos con la priorización del Viejo Testamento y las teologías sobre Moisés, David, Abraham, Jeremias etc.). Amplios sectores de las fuerzas de seguridad y de la actual conducción de las Fuerzas Armadas,  que coinciden con idearios neofascistas de occidente. Los grandes terratenientes y los agronegocios. El poder financiero, expresado en las figuras del ministro de economía Paulo Guedes (Chicago boy, pinochetista y fundador del banco de inversión BTG Pactual) y del presidente del Banco Central, Roberto Campos Neto (ex banco Santander y nieto del ex ministro de la Hacienda del gobierno del General Medici, en plena dictadura militar de los años 1970). No se trata de algo totalmente homogéneo por sector, grupo o fracción (no todo el agronegocio es bolsonarista) sino de cómo juega en términos dominantes.  

Por otro lado, el Lulismo, reconstruido, contiene las tres fuerzas que, de una u otra forma y en distintas proporciones, están presentes en las coaliciones anti-neoliberales de la región: el llamado progresismo (en términos más específicos, como fuerza) que se refiere al liberalismo político democrático, con elementos socialdemócratas e influencia globalista, cuya base se encuentra en las clases medias ilustradas y universitarias. El neodesarrollismo o “productivismo” de la burguesía local (especialmente industrial) expresada sobre todo en la Confederación Nacional de la Industria (CNI) y de las elites de tradición desarrollista, que abandonaron el Lulismo en 2014-2016 y ahora recomponen la alianza. Las fuerzas populares, con asiento en sindicatos de trabajadores (con centro en la CUT), el movimiento agrario campesino (MST), las organizaciones urbanas de trabajadores pobres (como el MTST) y distintas organizaciones políticas y sociales que forman parte del entramado nacional popular. Lula, además, contó con amplio apoyo de la Coalición Negra por Derechos, así como distintos movimientos feministas y ambientalistas ya sean progresistas o populares (en las categorías más específicas utilizadas).

Además, el establishment globalista, representado políticamente por el gobierno de los Estados Unidos, juega tácticamente en este escenario con la coalición nacional Lulista que reúne fuerzas progresistas, neodesarrollistas y populares. Intentan "moderar" la coalición, quitarles su contenido "nacional popular" y convertirla en una suerte de "Tercera Vía", en una fuerza del “centro” político. Las apuesta es al equilibrio de poder y a la implementación de un neoliberalismo periférico negociado con grupos locales, suficientemente conservador para bloquear a lo nacional popular, pero con matices republicanos para limitar al conservadurismo anti liberal y anti globalista que juega en contra en su interna, ya que se articula con el trumpismo. En esto coinciden buena parte del establishment tradicional brasileño, como el multimedios O Globo o el ex-presidente Fernando Henrique Cardoso del PSDB, que apoyaron a Lula en nombre de la democracia frente a los rasgos neofascistas y/o de extrema derecha del Bolsonarismo.

En tercer lugar, es necesario analizar la competencia electoral como una dimensión dentro de la pugna más amplia entre fuerzas político-sociales. Es decir, es clave evitar el sobre-determinismo electoral en el análisis político. En este sentido, Dilma Rousseff ganó las elecciones de 2015, pero perdió ni bien asumió. Al revés le pasó a la Alianza Cambiemos en Argentina en 2017, luego de la victoria en las elecciones de medio término. Por ello resulta importante observar en esta situación si se va a producir una consolidación del Bolsonarismo como fuerza político-social, con capacidad de movilización y anclaje en importantes sectores del poder estructural. Por otro lado, será importante ver si las fuerzas populares logran mayor capacidad de influencia y poder de movilización. Además, resta ver el esquema de poder que va a gobernar Brasil, cuánto de Lulismo va a contener y qué proporción predominará de sus distintos elementos constitutivos.  

EL ESCENARIO POLÍTICO

El triunfo de Lula fue muy ajustado, 50,9% a 49,1%, con Bolsonaro sumando 7 millones más de votos con respecto a la primera vuelta. También es cierto que es la primera vez desde el regreso de la democracia en Brasil que un presidente en ejercicio no es reelegido.

El mapa político de Brasil muestra una clara fractura Norte - Sur / Oeste –el arco Sur-Oeste, que empieza en Río Grande del Sur, en la frontera con Argentina, y va hasta el Acre, en la frontera con Bolivia. Pero también, aunque menos analizada, la elección mostró una fractura entre el “campo” o el “interior” y la “ciudad” o centro urbano principal en los estados del Sur y del Sureste. Por ejemplo, Bolsonaro ganó el estado de Sao Paulo pero Lula ganó la poderosa ciudad de Sao Paulo y capital estatal, así como también algunos de sus principales núcleos industriales de su conurbano. Eso mismo se puede ver en Porto Alegre, donde Bolsonaro ganó a nivel estatal pero Lula ganó en la ciudad capital. Es decir, donde confluyen la industria, los centros de conocimiento y las clases populares trabajadoras urbanas gana Lula, mientras que donde predominan los agronegocios vinculados a la exportación, capas medias y medias bajas conservadoras o trabajadores urbanos cuenta propistas gana Bolsonaro.

El Partido de los Trabajadores (PT) de Lula triunfó en cuatro estados de las 27 unidades federativas. Todos en el Nordeste. También cuenta con otros cuatro estados en el que ganaron aliados del PSB y MDB. Por su parte, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro ganó en dos estados y en cinco o seis lo hizo pero con candidatos aliados. Hay 10 u 11 estados “neutrales”, dispuestos a la negociación. También en el poder legislativo existe esta realidad fragmentada, con el Partido Liberal con la primera minoría en ambas cámaras –aunque al parecer es bolsonarista puro– pero donde existe un importante “centrao”, tradicional en la política brasileña, caracterizado por su conservadurismo pragmático.

Lo destacable del escenario político, que confirma una tendencia visualizada desde 2014-2015, es la crisis de los partidos políticos de la “derecha” o “centro derecha” tradicional, expresada en el PSDB y el MDB. Prácticamente han desaparecido, mostrando un cambio cualitativo en el escenario político. Fueron devorados por su propia creación: la reacción conservadora anti-lulista y anti-petista.

Frente a la derrota electoral, el Bolsonarismo, fiel a su estilo, intentó un golpe. El silencio de “o mito” en los primeros días pareció querer dar espacio para que se produzca una movilización de masas suficientemente grande que, junto a las denuncias de fraude, conmoción nacional por desabastecimiento y levantamiento de las fuerzas de seguridad, generen las condiciones para ello. Sin embargo, ni la movilización y la fuerza de calle fue  suficientemente grande (aunque nada despreciable y clave en un futuro) y tienen nada más y nada menos que al gobierno de Estados Unidos jugando en contra de ese escenario. También a buena parte de los grupos dominantes.  Además, los bloqueos de carreteras empezaron a jugar en contra de Bolsonaro, perdiendo apoyo de sus propios electores, perjudicados por problemas como desabastecimiento, a lo que se sumó la presión empresarial. 
  
CUATRO EJES DEL “LULISMO”

El “Lulismo”, que como articulación político-social es más amplio que el Partido de los Trabajadores, presentó cuatro ejes clave que fueron parte de la campaña y que se buscará traducir en políticas estatales a partir del primero de enero, en un complicado escenario político. Estos ejes se reforzaron en el discurso triunfal de Lula, que de manera atípica para un líder con gran capacidad retórica fue leído.

Primero, la idea de que el “pueblo votó más democracia”. La antinomia democracia-dictadura fue central en la campaña —y fue el eje que más se utilizó desde el liberalismo y los grupos de poder dominantes que jugaron tácticamente a un triunfo de Lula. Si bien en este eje predominó la perspectiva liberal republicana, opuesta al anti-republicanismo del Bolsonarismo, Lula procuró darle también al concepto de democracia la dimensión del republicanismo popular, ligado a la democracia social o real en donde confluye la democratización política y la material: combate al hambre y a la desigualdad (económica, social, étnica y de género), empleo y acceso a vivienda, cobertura de salud y educación. 
 
Los otros ejes son el de impulsar la industrialización de Brasil y una mayor intervención/ planificación estatal—, retomar las políticas de inversión en ciencia y tecnología que convirtieron al gigante suramericano en el país con mayor inversión sobre el PBI en esta área y, finalmente, poner nuevamente en el centro de la política exterior y de la política de desarrollo nacional la cuestión de la integración regional desde una perspectiva autonomista.

Sobre este último punto existen muchos interrogantes ¿Se intentará recuperar la UNASUR? ¿Se impulsará la construcción de una arquitectura financiera y monetaria sudamericana, que en su momento el propio gobierno del PT frenó? ¿Cuáles van a ser los sectores que, como fue la “comunidad del acero y del carbón” en Europa, establezcan las bases materiales desde las cuales sostener una verdadera integración a partir del desarrollo y la planificación conjunta en empresas estratégicas regionales?

Según observa el profesor e investigador de la Universidad de Sao Paulo, Wagner Iglecias, es posible, aunque todavía hay que ver cómo evoluciona la situación,  que -con Lula- Brasil vuelva a ejercer su papel de “player global” de mediano poder y negociar tanto con Estados unidos y la Unión Europea cuanto con los BRICS, incluso trabajando para la construcción de este BRICS Plus. Según el analista, el acercamiento con la Unión Europea va a ser una prioridad. Otro lineamiento será trabajar para reactivar la UNASUR y hasta incluso recrear su sede en Brasil. Y sobre la CELAC es cierto que en los primeros días o semanas de enero Brasil va a reingresar.

Esto resultará clave porque así como ya en los años cincuenta del siglo XX Argentina quedó sin la suficiente escala económico-social y de poder político-estratégico para un proyecto nacional de desarrollo, bajo las condiciones geopolíticas y geoeconómicas existentes en un sistema mundial dominado por Estados Continentales, también ello le ocurre a Brasil (con claridad desde fines de los años 70). Si en algo fue insuficiente la primera ola nacional popular latinoamericana, fue en este punto: no alcanza con la coordinación política y la retórica latinoamericanista, es necesaria la unidad.