Se ha roto el lazo que une a padres e hijos.

Shakespeare, King Lear

Razones para matar a papá sobran. Siempre y cuando haya un padre, claro. Matarlo no es fácil. Kafka ni se animó. Escribió una extensa carta en la que detallaba incontables razones por las cuales ese padre había sido para él abominable. Pero nunca la envió.

Mauricio Macri padeció a un padre tan temible como el que pinta Kafka en carta y relatos. Fue un bravo self made man de la piratería empresaria que lo desafiaba, sobre todo, las incontables veces que decía de él –en privado y en público– que era un “pelotudo”. Pero un día el hijo se animó y dejó atrás las cómodas sombras de la mafia en las que creció ese gigante para darse una oportunidad en ese “puesto menor” que lleva bien al panteón, bien al osario común donde descansará quien deja la presidencia. Digan lo que quieran, pero hoy, cuando hablamos de Macri, hablamos de Mauricio. Eso es haber matado al padre.

Ahora llega a la presidencia un hijo resentido que ha reemplazado a un padre golpeador por una hermana a la que llama “el jefe”. El enroque, pero más aún que de ella él rescate que sea medium de perros, prueba que, en ausencia del lazo familiar, el destino para él solo está marcado por los astros, en particular, por una predestinación mesiánica que niega toda antecedencia. Ya sé, no hay nada nuevo en otra fuga hacia delante posmo. Pero no le bajemos el precio. Esto es un pasito más hacia el abismo.

Cosplayer o Influencer, la imagen que se impone de la tropa mileista que arriba es la de pibes que juegan su parada, incluso hasta tomándole el pelo a sus padres. Marra no tiene amarra y propone por las redes que vivas a tus papis lo más que puedas: si podés vivir de ellos hasta más de los 30, sos un campeón, el mejor del condado.

La imagen no es de políticos con familia, esa antigüedad, sino de jóvenes que no tienen hijos a cargo, que es la que va en esta etapa del capitalismo que desata todo lazo social, principalmente el núcleo de cualquier sociedad, el lazo familiar.

Milei es el eterno pibe con campera de cuero pegada, el hermano mayor de las juventudes desamparadas. Más allá de haber trabajado para quien dijo que fue un “empleado fallado”, la única responsabilidad como adulto de este Peter Pan de nueva Era ha sido darle de comer a sus perros clonados a quienes toma por hijos.

Me sorprende la sorpresa de los adultos ante los millones de hermanos sin padres ni madres que ven en Milei a la bestia pop, el único “rey” en tierra yerma de adultos responsables, padres o madres, políticos o docentes, igual da.

No me interpelan las razones del voto, sino un corte etáreo que se impone y la cuota-parte que me toca frente a adolescentes y jóvenes resentidos que siguen a Milei con un fanatismo que solo habíamos visto en las huestes de la Cámpora.

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Ahora, sin padre, debes hacer frente al recuerdo de un padre. Muchas veces la memoria tiene más fuerza que la presencia viva de un padre, es una voz interior que manda, discursea, dice sí y dice no… Un código binario, sí no sí no sí no sí no, que gobierna hasta tu menor movimiento, físico y mental. ¿En qué momento llegas a ser tú mismo? Nunca del todo, siempre eres en parte él. Ese puesto privilegiado en tu oído interior es su último “privilegio” y ningún padre ha renunciado jamás a él.

Donald Barthelme, El padre muerto

Como docente, sé que de Sarmiento, la maestra normal y de escuelas macizas como un mármol –de un modelo en el que alumnos variopintos salían leyendo, escribiendo y formados en deberes cívicos y hasta amor a la Patria– pasamos a escuelas en ruinas con “siga, siga” donde nadie aprende nada, menos el docente, que llegó formado a los tumbos y sabe un poquito más que pibes que googlean y aprenden de la red mejor que él. Esta es la escuela de donde salen unos y otros con tirria a la educación en general, a los responsables en particular y a todo lo público que quede en pie.

Hace ya unas largas décadas la escuela devino “hospital de días de futuros desocupados” (la crueldad es también nuestra, el mensajero, Dufour).[1] Quienes pertenecemos al progresismo (y con salto de garrocha volvemos a las fuentes del peronismo de las que nunca debimos habernos ido) estuvimos al comando de la educación desde hace más de 40 años. No podemos decir que no somos responsables del estado de la “segunda casa”, y menos de este voto, que por elevación, es también en contra nuestra en tanto fallidos sostenes en la caída.

Como está planteada la escuela y como nosotros nos paramos en ella, con auriculares o no, hace tiempo que pibes y pibas no nos escuchan. Ya no somos su modelo, tan siquiera alguien que les merezca algo de estima. Nos han llegado a incinerar tanto en el aula como en redes sociales. Esto va más allá de la clásica picardía juvenil. No es que no nos respeten e incluso que nos tomen por boludos. Nos tienen saña, y las más de las veces, nos odian con razón porque hay muchas cosas que deberíamos cambiar y no lo hacemos. Y los platos rotos los pagan ellos.

De nuestro lado la herida narcisista se ahonda cuando le prestan más atención a la pantallita que a nosotros, aprenden de Youtubers (lo que quieren, no lo que les enseñamos) y, para colmo de males -¡Bingo!–, en este baile nos reemplaza la Inteligencia Artificial. Pero, con la mano en el corazón, pongámonos un minuto en su lugar.

Aceptemos, en principio, que los sermoneamos con un rollo que no es el de ellos. Les hablamos de “sujeto de derecho”, por ejemplo, mientras en esta etapa del capitalismo ya no queda sujeto sujetado a institución alguna, ni hay, desde hace tiempo, democracia que ponga en valor algún derecho. Ergo, hablamos con palabras sin sentido.

Acaso más bien habría que escucharlos alguna vez, porque muchas veces entienden más el Apocalipsis que nosotros (el acierto es de Diego Valeriano),[2] que insistimos en que el título de primaria o secundaria les será muy útil por razones que ni nosotros nos creemos, cuando en realidad, el mercado laboral ya no los necesita y ellos son los primeros que lo saben, por algo piensan ponerse una barbería, en ser futbolistas, Streamers o mago que enseña a hacer guita con guita en menos de lo que un gallo canta.

Claro que la mayor culpa es del mercado que ya no los acoge y del consumismo, que como decía Pasolini, es un fascismo más terrible del que conocíamos porque corta todo lazo e impone nuevos modelos al punto tal de llevar a que un hijo de un panadero tenga vergüenza de ser hijo suyo. Pero algo responsables de esta falta de horizontes de los jóvenes somos los docentes ¿No?

Y algo responsables de no conectar con ellos también. En principio, no nos hacemos cargo de un cambio de época que ellos toman, como es de prever, con naturalidad. Nos guste o no, la Era de la pantalla hace décadas reemplazó a la del libro. Hacemos la del avestruz. De las casi 40 materias que cursa un futuro docente de cualquier ciclo y especialidad sólo una –tómese nota, una– aborda este cambio. No es tecnofobia, lo cual indicaría que acusamos el cambio. No. Como sapo en la olla, seguimos adelante como si nada hubiera cambiado desde que Sarmiento inauguró la primera escuela normal. Milei, ese monito de Tic Tok al que miran y escuchan a quienes nosotros ni miramos ni escuchamos, chocho de la vida.

Por último, en lo que nos compete como referentes, la maestra normal era un sucedáneo de la madre, y no ponía el grito en el cielo por serlo, como tampoco el profe que, según enseñara Freud, se sabía figura sustituta del padre. “Yo no tengo por qué ser la madre de los pibes”, se queja una docente que entrevisto para Mamá, Perón y Sarmiento: educación en el Apocalipsis zombie. Me importa que nadie quiera ocupar la silla caliente, la de una figura de autoridad. Aunque nos duela, para adolescentes y jóvenes de esta Era de padre muerto, es Milei el que viene a ocuparla.

Y ya que hablamos de padres y madres, ¿por casa cómo andamos? Para no desentonar, a quienes se hacían responsables de su rol, como ocurrió durante siglos y siglos, le han sucedido papis y mamis de chat campeones de la queja (“¡Abran las escuelas!”, “No doy más”), del desprecio a quien a veces ejerce el rol que les toca (“¡La maestra es una boluda, no sabe nada! Dejá que la espero a la salida”) y de un eterno desentenderse cuando el pibe pide algo (“No jodas, tomá el celu”). Nos viene saliendo bárbaro la cosa: son legión, y de todas las clases, no vaya a creerse, los huérfanos sin amarras ni con quién hacer pie en la caída más que pares en fuga.

La pantalla también mete su cuña en casa. La salida del balbuceo hoy es en neutro, la nueva lengua materna de los nativos digitales de la América digitalizada. Y para agarrarse la cabeza, súmese que las marcas si no alfabetizan, desplazan a Mamá de un modo escalofriante. Cuando la seño pregunta “¿Con M de…?”, la nena en el jardín –esta anécdota también apareció en las entrevistas para el libro– ya no responde “Con M de Mamá”, sino “¡Con M de Mc Donald's!”.

ES HORA DEL MEA CULPA, NO DA PATEAR LA PELOTA A LA TRIBUNA; ALGO HICIMOS MAL

Kant y Arendt sostenían que una generación debe encargarse de la educación de la siguiente. Es su obligación indelegable. Durante milenios el modo de cumplir con ella fue hacerle un lugar al recién llegado, recordándole que está inscripto en una historia de la cual es parte y, de modo explícito, instarlo a que la supere. Admitámoslo, Franco Macri educó a Mauricio. No cuando lo mandó al colegio bilingüe en el que no aprendió ni siquiera a hablar decentemente en inglés, sino porque fue “un cuerpo bien plantado”,[3] algo que está faltando en todas las casas y no sólo ahí.

Para Dufour, ante el avance del neoliberalismo hubo una generación que, lisa y llanamente “defeccionó de la obligación de educar”. Educar no es brindar herramientas para resolver problemas. No nos comamos ese verso, también neoliberal. Si así fuera, un Youtuber educa. Educar, hasta antes de la Posmodernidad, suponía trasmitir las herencias culturales con las que estamos en deuda, pero al mismo tiempo, ocupar un lugar de autoridad para que alguien esté en deuda con nosotros y nos supere.

Como generación nos hemos desentendido de esa obligación. Y lo triste es que hoy nos damos cuenta de que quien nos ganó en la trasmisión generacional es Milei, alguien que, paradójicamente y como buen neoliberal, corta amarras con la Historia y la cultura, que no es otra cosa que trasmisión de generación en generación.

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 Nuestro pueblo no es solamente infantil; en cierto modo, es también prematuramente viejo.

¿Es el canto [de Josefina] lo que nos fascina? ¿O será más bien el solemne silencio que rodea a […] esa nada de voz?

Franz Kafka, “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”

El chillido es el lenguaje de nuestro pueblo. Si hasta ocurre que más de uno chilla toda su vida y no lo sabe”, escribe Kafka en una alegoría sobre una ratita estrella que con su chillido obnubila al pueblo de los ratones. Chillan nuestros hijos y estudiantes, y empatizan con el chillido de Milei; también nosotros, ahora de bronca porque unos y otros lo votaron y, otra vez, no nos escucharon.

En el voto a Milei hay una furia a-partidaria (que excede al gorilismo, más vivo que nunca cuando muerto está el peronismo) no anclada en una clase o en una generación. Pero al menos a mí, como docente y con hijas a cargo, me interpela la venganza generacional y el ánimo de revancha que representa este voto, en particular, las ganas de “faulear y arremolinar” de pibes y pibas, esos “potros que mueren sin galopar” que en su mayoría votaron por Milei.

La furia que se expresó en la última elección a presidente no es sólo contra los políticos. Va de suyo que es contra quienes dejaron atrás el cursus honorum y transformaron a la política en una carrera de postas en la que uno le pasa a otro una papa cada vez más caliente, pero también es contra quienes hemos degradado a la escuela a centro asistencial –muy inclusivo, eso sí– y a la casa a un locutorio con boxes. La tomo como una devolución de gentilezas.

Si Gran Bretaña rompe amarras con la “gran familia de Occidente”, Europa, ¿por qué acá no iba a votar un hijo contra un papi y un alumno contra un docente? Por arriba o por abajo, el entramado familiar está roto. La piba del Bachi, el cabo del regimiento, la chelista de la filarmónica y el guachín no se sienten parte ni de la pequeña ni de la gran familia. La pastoral de un yo desatado no ha caído en saco roto. ¿Por qué no habrían de tirar unos y otros del mantel?

No me importa tanto el grito (“¡La libertad avanza, carajo!”), que es un grito desfondado de quien, sin atadura a ningún lazo, se ha acomodado en el “solemne silencio que rodea a […] esa nada de voz”. Lo que me importa es que si Thatcher se había desentendido del lazo mayor, el comunitario, y respondió a la pregunta “¿Qué es la sociedad?, diciendo “No hay tal cosa. Hay individuos (hombres y mujeres) y hay familias”; hoy sabemos que la cosa se puso más fiera: en esta Era del individuo tirano (Sadin) ya no hay siquiera familia, sino tan solo individuos.

El chillido de Milei toca el alma herida de los jóvenes. Él es el garante del escarmiento a los políticos, esa casta de adultos irresponsables, pero también un pase de facturas a toda figura de autoridad que los ha dejado en banda.

Sí, yo sé que el chillido de Milei es un canto de sirenas y ese que chilla fuerte también es un nuevo flautista de Hamelin. Pero creo que no hay que perder de vista que, como Josefina, Milei “se preocupa precisamente por esos camaradas de una forma paternal, y más que paternal, servil”. Él no es un padre sino el siervo de esas masas empachadas de pasta base de la red. Del mismo modo, papis, mamis, y docentes perdidos, no hemos sido sino siervos de esta “generación de cristal”.

Antes que este showman de nativos digitales, mucho antes que él, los verdaderos flautistas hemos sido nosotros. Ahora bien, ¿que no queda nada por hacer? ¡En absoluto!

Sabedor del pesimismo que trasmiten muchos textos de Kafka, un día Max Brod le preguntó: “¿Existe entonces la esperanza? A lo cual Kafka responde: “Oh, bastante esperanza, infinita esperanza, sólo que no para nosotros”.

Como papi (algún día padre) y docente, como parte de un pueblo “prematuramente viejo”, tengo mucha esperanza en las nuevas generaciones. No es difícil salir del atolladero. Solo hay que ocupar lugares que hemos dejado vacantes. 

[1] Dufour, D.R. El arte de reducir cabezas. Sobre la servidumbre voluntaria del hombre liberado en la era del capitalismo total, Bs. As., Paidós, 2007.

[2]  Valeriano, D. Eduqué a mi hija para una invasión zombie, Bs As, Red Editorial, 2019.

[3] Valeriano, D. Op. Cit.