Desde el 10 de diciembre, los argentinos tenemos a un fanático-religioso en el Poder Ejecutivo. El término “fanático”puede sonar exagerado, sin embargo, el presidente de la Nación es una persona que cree, contra toda evidencia empírica, en un dogma económico, el neoliberal-libertario, cuyos preceptos están por sobre cualquier otra consideración social, política o humana.

El brutal (¿criminal?) ajuste y las políticas que, camufladas con el discurso “anticasta” y a favor de la “libertad”, tienen claros antecedentes históricos en los regímenes de Pinochet/Milton Friedman,  Videla/Martínez de Hoz, Thatcher y Reagan, ambos asesorados por Milton Friedman, Menem/de la Rúa/Cavallo/Sturzenegger/CEMA y Macri/Sturzenegger/Caputo/Dujovne/Prat Gay.

Ante la nueva avanzada neoliberal-libertaria, nos parece volver a preguntarnos: ¿cuál debería ser el objetivo de la política económica? Para arriesgar una respuesta, creemos que puede ser esclarecedor examinar brevemente los elementos básicos constitutivos del dogma neoliberal-libertario.

El primer elemento constitutivo es que en el dogma neoliberal-libertario no existen seres humanos como los conocemos ni grupos o clases sociales. Sólo existen consumidores que son autómatas que se dedican exclusivamente a maximizar su propio beneficio (utilidad, según su terminología). Estos robots maximizadores son egoístas en extremo, no tienen sentimientos, no necesitan afecto ni de otros autómatas. Llegan al mundo formados y no necesitan tareas de cuidado ni de crianza en los hogares. Las interacciones son exclusivamente interacciones de intercambio con el fin último y puramente egoísta de satisfacer el propio beneficio. Se llega al ridículo de postular que las relaciones de pareja y de paternidad/maternidad son también relaciones puras de intercambio y búsqueda de beneficio individual. Gary Becker, a quien Milei en repetidas ocasiones ha señalado como uno de sus gurúes, postula justamente eso. (Mondino también señaló su admiración por Becker en una entrevista reciente y Sturzenegger calificó al matrimonio como el “contrato más riesgoso” de nuestras vidas).

El segundo elemento constitutivo son los productores, cuya única función y ambición es maximizar ganancias/beneficios (o minimizar costos), de donde salen los precios de sus productos. Productores y consumidores interactúan en el tercer elemento constitutivo, mercados perfectamente competitivos, en los cuales ningún productor o consumidor puede incidir por sí solo en el precio de los bienes y/o servicios ofertados y demandados (o sea, no existen monopolios ni oligopolios). De estas interacciones surgen los “precios de mercado”, que para el discurso neoliberal-libertario son sagrados y nadie debe intentar modificar. En una economía que funciona del modo que describimos, existiría el pleno empleo de recursos productivos (capital y trabajo) ya que los precios (el salario, sobre todo) debería adaptarse las “condiciones del mercado”

Según Milton Friedman (ideólogo de del ultra neoliberalismo actual) en su libro Capitalismo y libertad, el mercado así constituido es perfectamente democrático y es el sistema que maximiza la libertad. Sin existencia de un estado que regule y cause “distorsiones” en los precios, y en ausencia de sindicatos que obliguen a pagar salarios por encima del “valor de mercado”, la libre oferta y demanda establece precios que nadie tiene que aceptar si no quiere. Nadie está obligado a trabajar por un salario que no cumple con sus expectativas y nadie está obligado a comprar si el precio le parece excesivo. En las palabras de Milei, todos tenemos el derecho a morirnos de hambre.

Hasta aquí la descripción del mundo ideal (¿distópico?) del neoliberalismo-libertarianismo. Si te parece poco realista, es porque efectivamente lo es. De aquí surge el uno de los principales problemas de este enfoque “teórico” (sería más apropiado decir “religioso”): se basa en supuestos que no tiene constatación empírica ni verosimilitud alguna, o sea, no tiene vínculo alguno con la realidad sobre la cual se pretende incidir. Esto torna todo el andamiaje conceptual en una ficción distópica y resulta en su inutilidad insalvable para entender o intentar modificar cualquier situación de la vida real. A saber:

No existen los autómatas de la teoría neoliberal-libertaria, sino que existen seres humanos que viven en sociedad, cuyas conductas están moldeadas por los usos y costumbres de la sociedad. Adicionalmente, todo ser humano se cría en un entorno familiar, donde los cuidados (casi siempre impagos y provistos por mujeres) son fundamentales. Abundantes estudios psicológicos, sociológicos y antropológicos dan cuenta de todo esto y de la variedad de experiencias alrededor del mundo, incluso dentro un país tan extenso como el nuestro. Por lo tanto el primer elemento constitutivo de esta teoría es claramente insostenible.

Los productores tampoco fijan precios en base los comportamientos de los supuestos liberal-libertarios.  La evidencia empírica es abrumadora que los precios de los productos se fijan en base a costos y el margen esperado de ganancia (que depende del poder que tenga la empresa en el mercado). Es más, los mercados perfectamente competitivos son la excepción, y no la regla. Los mercados, especialmente aquellos de productos de consumo masivo (producción y distribución) tienden a estar fuertemente concentrados y cartelizados (en Argentina y en el mundo). Por lo tanto, el segundo y tercer elemento constitutivo del dogma neoliberal-neoclásico también es insostenible.

Adicionalmente, una cuestión fundamental ignorada o excluida del mundo distópico neoliberal-libertario es que no todos los que participan del mercado tienen el mismo poder. En el mundo real, les consumidores claramente no tienen el mismo poder que Arcor, Molinos, Cencosud o La Anónima. Tampoco los trabajadores tienen el mismo poder que las empresas.

De todo esto surge algo fundamental: el marco teórico utilizado por Milei y toda la troupe de economistas neoliberales es una ficción. Los ensalzados “precios de mercado” que ellos pregonan no existen. Los precios que sí existen son precios producto de relaciones de poder muy desiguales, en las que trabajadores y consumidores están en clara desventaja. Desventaja que se acentúa al extremo cuando desaparece la regulación del Estado que intenta equiparar, dejando a la población a la merced del poder económico nacional e internacional más concentrados.

De aquí se deriva lo que es, quizás, el problema fundamental del enfoque neoliberal-libertario: el objetivo último de la política es que la economía (concebida de la manera ficticia que ya describimos) produzca los precios de mercado. El objetivo no es lograr el bienestar de la población, el pleno empleo, salud, vivienda, trabajo y educación o la industrialización para toda la población.

Dicho de otra forma, para Milei y los que como él piensan, no existen seres humanos, sólo existen precios de mercado. Lo fundamental es, por lo tanto, la “libertad”, pero la libertad es la de los mercados (altamente concentrados) para fijar los precios que les parezcan. Por esta razón pueden plantear dos años de penurias para la mayoría de les argentinos, porque no se busca el bienestar de la población sino la liberación de los precios. También por esta razón puede proponer la eliminación de la educación y salud públicas, la eliminación de instituciones vinculadas a la cultura, la eliminación de todas aquellas instituciones y empresas del Estado que garantizan la provisión de bienes y servicios básicos para amplios sectores de la población. Por último, también por esta razón se puede plantear la venta de órganos o de niños. No existen los seres humanos, sólo existen transacciones y precios de mercado.

Ante esta tropelía, resulta fundamental que todos los sectores afectados por este escenario distópico puedan actuar coordinadamente para poner un freno a este avasallamiento masivo y volver a poner al ser humano y su bienestar en el centro de la escena y de la formulación de políticas.