Militancias y Peronismo
Subjetividad, afectividad, estatalidad
Propongo una actualización doctrinaria del peronismo y su legado histórico para pensar las militancias en el presente, basada en una lectura de La comunidad organizada en clave filosófica materialista, afectiva y subjetiva. Por supuesto, no puede ser más que una lectura realizada bajo un sesgo que, además, pretende retomar el espíritu de la letra o el ethos que allí se expresa y se limita, en este caso, a tomar una sola cita literal del texto.[1] Parto entonces de tres ejes diferenciados que a su vez se encuentran entrelazados y nos orientan: subjetividad, afectividad, estatalidad.
SUBJETIVIDAD
En primer lugar, con subjetividad me refiero puntualmente a los modos de instaurar una relación con nosotros mismos. Lo escribo en plural porque sostengo que los modos de subjetivación pueden ser compartidos, si bien cada quien los ha de modular singularmente. La pregunta clave que debemos hacernos en este punto es: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Y otras similares: ¿Qué nos motiva o activa? ¿Qué nos mueve?
Hay dos modos antagónicos de relacionarnos con nosotros mismos: uno promueve la libertad, otro la servidumbre. Esto es conocido desde la antigüedad, solo que el capitalismo en su radicalización actual explota hasta la náusea el mecanismo que exacerba la segunda opción: la esclavitud o servidumbre respecto a sí mismo. Se trata del circuito actividad-deuda-recompensa, por el cual nos comprometemos con mil actividades a fin de obtener ciertas ganancias, recompensas, reconocimientos sociales o favores y, por ende, quedamos así endeudados y a la espera de esos retornos. Nada se hace por el valor que tiene en sí mismo. Librarse de esta trampa o mecanismo, en principio, es bastante simple: dejar de exigirse mil cosas y recompensar el propio mérito; lo que se hace tiene un valor en sí mismo, hay que implicarse directamente con lo que podemos hacer sin esperar nada a cambio.
Por supuesto que no todas nuestras actividades pueden orientarse desinteresadamente, por el simple goce de hacerlas, pero sí al menos las que son esenciales para nuestro modo de perseverar en el ser y que nos definen materialmente; así, aumentamos nuestra potencia de obrar y componemos virtuosamente con otros. Por el contrario, todo lo que hacemos esperando obtener algo a cambio, sean ganancias o reconocimientos, nos introduce en mecanismos frustrantes y desgastantes que nada tienen que ver con la verdadera potencia de actuar. Más acá de cualquier moralismo, del bien y del mal en sentido absoluto, esto remite a una comprensión ontológica de los seres y sus afectos. Por eso el segundo eje, entrelazado a la relación que instauramos con nosotros mismos, remite a la afectividad.
AFECTIVIDAD
En segundo lugar, con respecto a la afectividad me refiero, más precisamente, al régimen afectivo en que nos inscribimos y sentimos afines, acorde a nuestra naturaleza. Aquí la pregunta clave es: ¿Qué sentimos? Junto a otras similares: ¿Qué nos afecta y conmueve? ¿Qué nos alegra o da felicidad?
Hay una partición ontológica entre los seres que se orientan por lo que aumenta la potencia de obrar, los afectos alegres, y quienes solo gozan del mal de los otros, guiados por los afectos tristes como el resentimiento, la envidia o el odio. Otra vez, no se trata de negar estas pasiones que todos compartimos, sino de entenderlas y no permitir que sean la principal orientación que defina nuestra forma de ser. El amor vence al odio no por obedecer un mandamiento cristiano, sino por un entendimiento cabal de los afectos: solo un afecto más fuerte y de signo contrario puede suprimir otro afecto; ninguna consigna o mandamiento lo hará. El amor es una alegría ligada a la idea de una causa exterior, y el odio una tristeza ligada a la idea de una causa exterior; por eso, aumentar la potencia de obrar suprime la tristeza, así como suprimir la idea de la causa exterior y asumir la causalidad inmanente nos permite dar con una idea adecuada y la alegría de conocer.
Dos citas precisas que muestran estas definiciones afectivas: Perón en La comunidad organizada: “Difundir la virtud inherente a la justicia y alcanzar el placer, no sobre el disfrute privado del bienestar, sino por la difusión de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez mayores de la humanidad; he aquí el camino”. Spinoza en el Tratado teológico-político: “La verdadera felicidad y beatitud de cada individuo consiste exclusivamente en la fruición del bien y no en la gloria de ser uno solo, con exclusión de los demás, el que goza del mismo. Pues quien se considera más feliz, porque solo a él le va bien y no tanto a los demás o porque es más feliz y más afortunado que ellos, desconoce la verdadera beatitud y felicidad.”
Entonces queda claro, disfrute por exclusión o comparación, o bien por difusión y ampliación. Que nos orientemos por lo que aumenta la potencia de obrar, con cada vez mayor conocimiento de causa, requiere además ciertos principios nodales o invariantes genéricos que se ha dado la humanidad históricamente para transformar las condiciones materiales de existencia. Así pasamos al tercer eje, entrelazado con los anteriores, que define la orientación materialista de una subjetividad estatal transformadora y no simplemente reproductora del statu quo.
ESTATALIDAD
En tercer lugar, con respecto a la estatalidad de una orientación materialista, me refiero a los invariantes genéricos de una subjetividad estatal que deben ser sostenidos también en su mutuo entrelazamiento: (i) voluntad, (ii) confianza, (iii) intervención), (iv) igualdad. Aquí, obviamente, la pregunta que nos hacemos es: ¿Qué nos orienta? Y otras que la acompañan: ¿Qué nos permite organizarnos y conducirnos como corresponde?
(i) Con la voluntad o el deseo se trata de asumir que la política es una herramienta de cambio y no hay que someterse a ninguna ley o destino inexorables, sean las leyes ancestrales dictadas por la costumbre o la religión, las leyes del mercado o las de la historia. No hay ninguna inexorabilidad en materia de organización humana y eso es lo que nos da una enorme responsabilidad para administrar nuestros recursos de la mejor manera posible, sin fatalismos ni dogmatismos, sin purismos ni estupideces. Hoy los dogmáticos del Mercado nos están conduciendo hacia la extinción masiva, a nivel local y global, perpetuando la injusticia social exacerbada por estricta decisión política, no porque haya alguna ley de hierro que impida el cambio y condene a la muerte programada. No hay que entrar en el chantaje del goce a futuro, si hoy no hay una mejora concreta en la calidad de vida, nunca la habrá. Pero, para que la voluntad no se rigidice en un voluntarismo o vanguardismo iluminado, se debe escuchar al pueblo. Lo que nos conduce al segundo principio…
(ii) La confianza implica que el gobierno debe apoyarse también en el poder y las iniciativas populares, no solo en el control y las directivas bajadas desde arriba, reproducidas muchas veces por funcionarios y militantes sin pensamiento situado; esto quiere decir que el gobierno popular debe escuchar, apoyar y estimular las propuestas que emergen de las organizaciones de base, desde múltiples espacios y sectores, y potenciarlas con instrumentos de gobierno que las amplíen y mejoren en virtud del conjunto. Hoy no solo existe la típica desvinculación de quienes gobiernan desde lugares ajenos al territorio, porque viven o trabajan en otros lados, sino porque la comunicación mediada por las nuevas tecnologías les hace creer que las burbujas de opinión y hashtags son lo real. Recuperar la presencia, el cuerpo a cuerpo, la escucha y la palabra son gestos materiales de antigua sabiduría que hoy se imponen más que nunca. Pero, para que la confianza no se reduzca a demagogia populista o delegación de decisiones, es necesario el coraje justo y la intervención oportuna. Lo que nos conduce al tercer principio…
(iii) La intervención va en línea con lo anterior y define su contracara, pues se basa justamente en regular y controlar todos los mecanismos especulativos de los acaparadores de poder o de recursos que limitan las iniciativas populares e igualitarias, como también en facilitar y garantizar el acceso a servicios básicos. Es hacer valer todo el peso de la ley contra las desigualdades instituidas y naturalizadas. El intervencionismo estatal resulta fundamental para operar una redistribución virtuosa de los recursos disponibles. Cualquier gobierno popular debe saber que tiene que enfrentar a los poderes fácticos cuya naturaleza es acaparar las ganancias para sí mismos y mantener su posición dominante. Para ello tiene que apoyarse en otros sectores y habilitar nuevos emprendimientos que puedan disputar las hegemonías establecidas. Pero, para que el intervencionismo estatal no se convierta en terror, resulta necesario leer bien las relaciones de poder y transformar las dominaciones o monopolios en pos de la igualdad de condiciones. Así pasamos al último principio.
(iv) Un gobierno potente apunta a la Igualdad, garantizando una vida digna y servicios básicos de salud y educación para todos los ciudadanos, porque la potencia de cada uno redunda en la potencia del conjunto. No podemos naturalizar las gigantescas desigualdades que se han instaurado, empeorando la calidad de vida de los ciudadanos y del ecosistema en su conjunto. Aunque objetivamente lleve un tiempo indeterminado modificar la situación estructural de desigualdad, subjetivamente tiene que haber un cuestionamiento permanente y una valoración consecuente de todo aquello que contribuya a la transformación con objetivos observables a corto y mediano plazo. Orientarse por lo que aumenta la potencia de obrar, existir, perseverar en cada ser y circunstancia, caso por caso, exige una inteligencia materialista funcionando en múltiples niveles y escalas de las relaciones sociales.
En fin, considero que además de los saberes expertos y técnicos requeridos, como de las militancias ejercidas con pasión, resulta necesario transmitir y ejercitarse en una orientación filosófica materialista como la propuesta, que puede ser entendida por cualquiera.
**Este análisis fue presentado en el ateneo de formación “Militancias y peronismo”, Córdoba, 22 de noviembre de 2024