Cuando algo deja de funcionar y se acumulan demasiados intentos por repararlo (parches, remiendos, plantillas, costuras, etc.), el sentido común invita a hacer borrón y cuenta nueva, deshacerse del objeto en cuestión, conseguir uno nuevo –sin uso, sin antecedentes, sin historia–y reiniciar la tarea empleando elementos renovados. Empezar de cero.

Pareciera ser que estoy hablando de Argentina, y que al hacerlo estoy emulando el tono discursivo al que, en muy poco tiempo, nos ha acostumbrado el flamante oficialismo. Ya desde la campaña electoral y durante el breve tiempo que lleva en la presidencia, Javier Milei ha dejado claramente expresada su visión de este país: supo ser potencia, pero durante los últimos 20, 40, 75, 100 años ha sido arrastrado por una espiral de decadencia que ha degenerado nuestras instituciones hasta sus niveles más básicos y ha corrompido nuestra moral hasta sus cimientos. Por ello, Argentina –tal como está– no puede arreglarse. Necesita ser refundada. Necesita romper estructuras, deshacer viejos consensos y consensuar que ya nada queda por consensuar, porque no hay alternativa: el país necesita empezar de cero. Irónicamente, este discurso renovador se ha escuchado antes, aunque cabe admitir que pocas veces se ha visto un representante político que se haya mostrado tan decidido a plasmarlo en la realidad.

Pero en una suerte de paralelismo enrevesado, la lógica del “empezar de cero” también estaría extendiéndose hacia los intentos de reflexionar sobre los fenómenos sociales que dan paso a un emergente como Milei. Muchas de las categorías más vigorosas del pensamiento crítico se muestran hoy impotentes y parecieran ya no alcanzar a explicar casi nada de lo que está sucediendo. Embargada por la sorpresa de lo que nunca hubiera creído posible, buena parte de la intelectualidad se encuentra todavía en estado de shock. En ese cuadro de situación, las opciones quedan reducidas a declarar la nulidad de todas las teorías críticas y guardar silencio, o bien lanzarse a la tarea de acuñar neologismos dudosos y efímeros.

Así, unidas no por el amor sino por el espanto, ambas líneas –el diagnóstico libertario respecto del país y las reflexiones sobre el libertarismo– terminan coincidiendo en el resultado: hay que empezar de cero.

Pues bien, aquí traigo una noticia que interesará a la una y a la otra. Resulta que tanto en un nivel –funcionamiento del país– como en el otro –comprensión crítica–, empezar de cero es imposible. El país tiene una estructura, una población y un Estado, con un funcionamiento ya establecido, el cual sin dudas puede mejorarse, más nunca anularse. El pensamiento tiene conceptos, categorías, léxicos y tradiciones. Y, lo que es quizás más importante, ambos tienen una historia. Y por más que intente ser negada, la historia nunca se interrumpe ni menos aún se termina. Las refundaciones mesiánicas son una impostura. Las aspiraciones a la originalidad, pura presunción. Cuando se asume la verdadera complejidad de ambas tareas –conducir un país, pensar críticamente sobre la realidad política–, el desafío pasa por calibrar cómo lo que podría ser novedoso se vincula con lo que existe y viceversa.

Teniendo esto presente, valdrá articular una o dos reflexiones sobre el gobierno mileísta. Al fin y al cabo, el grado de éxito que pueda alcanzar el tratamiento de cualquier patología tiene por condición primera el acierto en el diagnóstico.

“Un país de resentidos vota resentidos”, dijo Elisa Carrió en una entrevista radial concedida hace pocos días. La frase es casi una perogrullada. Sin embargo, si se la enfoca de manera adecuada, señala algo más significativo que su contenido explícito. Permítaseme acercarme a ese señalamiento por un camino algo dilatado y bastante sinuoso.

Las dictaduras cívico-militares genocidas se apropiaban del gobierno metiendo tanques en la Casa Rosada. Si bien su presencia respondía en cierta medida a algún tipo de reclamo impreciso enarbolado por una porción de la población –condensado en la penosa frase “golpear la puerta de los cuarteles”–, las decisiones que esas dictaduras tomaban y las medidas que implementaban eran, por definición, imposiciones. Los militares actuaban en representación de nadie. La fuerza era la única fuente efectiva de su autoridad y sus decretos llegaban siempre desde el exterior de la sociedad que debía obedecerlos.Pues bien, lo que hay que tener en claro a la hora de pensar nuestra actualidad es que el gobierno mileista no es eso: no asienta su autoridad en la fuerza, al menos, no en primera instancia –aunque no puede pasarse por alto el uso de la represión como una de sus herramientas imprescindibles–. Las medidas que toma no llegan a la sociedad como si hubieran sido lanzadas desde un satélite que orbita la Tierra.

Lo que la frase de Carrió señala es que el gobierno mileista no es una imposición ni tampoco un engaño, al menos, no en el sentido pleno de ninguno de esos dos conceptos. Milei no impone sus ideas a su electorado mayoritario. “Me sentía representado por su bronca”, declara un influencer libertario de 22 años cuyo canal de Youtube tiene, al parecer, gran cantidad de seguidores. “Coincidía con él de antemano”, agrega. Milei tampoco engaña. La imprecisa frase “el ajuste lo va a pagar la casta” podía desambiguarse con mucha facilidad; bastaba con considerar qué era lo que tenía que pasar para llegar al déficit cero a partir de la sola reducción del gasto público. Alcanza con leer la plataforma política y programática de La Libertad Avanza: allí no se esconde nada. Todos los objetivos que el gobierno persigue ya estaban estipulados por escrito. Todas las acciones que está llevando a cabo ya habían sido anunciadas.

Milei no es un usurpador ni un timador. Es un hábil representante. Se aprovecha del desencanto y de la irritación general, y la capitaliza. Es la expresión de algo que ya venía sucediendo en ciertas capas del entramado social y que la sordera selectiva de muchos políticos y la miopía teórica de muchos intelectuales no alcanzaron a distinguir. Es la salida a escena de algo que viene ocurriendo tras bambalinas. Es la expresión de algo que fue transformándose por debajo del alcance de los radares de la política tradicional. Ese algo es lo que ahora resulta urgente pensar y comprender.

El señor Javier Milei –tomado “en sí mismo”– podrá despertar odios y generar desprecios entre sus detractores. Las polémicas vehiculizadas por las redes sociales y replicadas por un periodismo mediático que no se cansa de demostrar que ya nada tiene para agregar, podrán ser objeto de broncas cotidianas. Pero recluir la reflexión dentro de ese ámbito de inmediatez equivaldría a combatir únicamente el síntoma.

Será menester, entonces, no quedarse en el nivel de las distracciones que suponen las rencillas mediáticas o los escándalos de palacete para tratar de atender a lo que está ocurriendo en nuestro país por detrás de todo eso: un proceso de transformación de la matriz de producción, distribución y acumulación de la riqueza que apunta su dirección hacia un horizonte estremecedor.

Lo más acuciante de todo es que no haya a la vista alternativas claras. Pero cuidado: no hay que olvidar que las alternativas nunca están completamente clausuradas y siempre son posibles. Ocurre que esta vez no se trata de defenderlas sino de construirlas. En eso deberemos trabajar, teniendo en cuenta que, afortunadamente, en el pensamiento y en la acción no se puede empezar de cero.