La finalización del reinado de Isabel II permite reflexionar acerca de su impacto, tanto en el Reino Unido como a nivel global y regional. Sin embargo, no es el objetivo de este artículo hacer una recapitulación y balance de la historia de la corona británica en manos de la reina sino analizar el contexto y proyección actual desde el Sur Global y feminista.

En primer lugar, una aclaración necesaria frente a la redención de la reina Isabel II como una feminista. Es aquí cuando resulta fundamental separar la “paja del trigo”. No todas las mujeres son feministas. En este sentido, la monarquía representa una forma de gobierno que considera que la representación sólo puede realizarse a través del linaje familiar (elitista, construido sobre privilegios y violencia) y que considera a la figura masculina primogénita como la legítima heredera al trono (recordemos que la propia reina modificó la ley sucesoria en 2015 permitiendo que el trono pueda ser ocupado por una primogénita mujer, favoreciendo así a su bisnieta). Debemos sumar las características colonialistas propias de un país imperialista, por lo cual resulta imposible considerar que la reina haya ejercido su gobierno con una mirada feminista. Los feminismos implican el compromiso con la ruptura de estructuras jerárquicas y opresión hacia las mujeres y cuerpos feminizados, la inclusión de la interseccionalidad que contiene en su base el antirracismo, la abolición de privilegios -principal pero no exclusivamente masculinos-, la lucha contra las violencias, entre otros aspectos. 

Si nos centramos en particular en el panorama dentro del Reino Unido, apreciamos que se encuentra “surfeando” varias crisis. Sin dudas el desmanejo de la pandemia en manos del díscolo Primer Ministro conservador, Boris Johnson, mostró la necedad y negligencia ante la ausencia de medidas sanitarias preventivas acordes a una pandemia mundial, con altos costos en términos sociales, sanitarios y económicos – agravando la situación inflacionaria británica- sumado a una seguidilla de escándalos que, finalmente, le valieron su salida del cargo. En este sentido la nueva mandataria tory, Liz Truss -asumida tres días antes del fallecimiento de la reina-presentó en los últimos días un paquete de medidas para bajar la inflación, actualmente cercana al 10%. En este contexto de recesión, el gobierno de los tories promueve políticas de ajuste social, con restricciones en el ingreso universal y en las ayudas sociales, reduciendo algunos impuestos -asociado a la clase media y alta- con el fin de activar la economía, lo cual ya produjo un impacto negativo en la Bolsa londinense. A pesar de estas medidas “reparadoras” la economía se verá afectada además por los gastos protocolares, asociados al fallecimiento de la reina, y la incertidumbre frente a la continuidad de los negocios reales asociados al turismo – que generan significativos ingresos - incluyendo el merchandising asociado a la Casa Real y la renovación de licencias que afectan a cerca de 800 marcas. 

Por otro lado, aún se mantiene el arrastre de la tormenta que implicó la salida del Brexit, desde un año y medio de su implementación. Sobre este panorama económico inestable se puede proyectar la reaparición de viejos planteos republicanos separatistas, principalmente de Escocia, acompañado por reclamos de países de ultramar que pretenden superar su pasado colonial, y donde algunos de ellos exigen reparaciones monetarias y restituciones de bienes culturales saqueados, denunciando las atrocidades sufridas por el colonialismo británico de la mano de países africanos. Incluso existe la posibilidad de un desmembramiento en la composición de la Mancomunidad tal como se la conoce ahora.

Más allá del contexto socio político inglés, la propia sucesión de la reina por el rey Carlos III genera resistencias en la sociedad británica, mayormente asociadas a la ausencia de carisma del actual gobernante y su historia de vida personal antes que un cuestionamiento profundo del régimen monárquico; aunque existen sectores antimonárquicos. Sin embargo, la Casa Real es considerada por muchos como parte del acervo cultura y del orgullo inglés.

Por otra parte, la monarquía británica mantiene una compleja y aceitada maquinaria política, económica y jurídica dentro del Reino Unido, y fuera de él. Su presencia se extiende a la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth) utilizada como una herramienta de poder blando, compuesto por 54 países independientes, entre los cuales 16 aún reconocen la figura monárquica como jefatura de Estado, a lo cual se suman 14 territorios de ultramar, nucleando en total cerca de un tercio de la población mundial, que puede reformarse pero difícilmente desaparecer.

Mientras tanto a nivel regional, trece son los países integrantes de la Mancomunidad, pero quienes se ven directamente afectados por su régimen monárquico-parlamentario son Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Canadá, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, y San Vicente y las Granadinas. Algunos de estos ya han manifestado su intención de retirarse de la Mancomunidad, e incluso aprovechar para realizar un cambio de régimen político, como sucedió con el pueblo barbadense, en noviembre del 2021 donde reemplazaron a la reina como jefa de estado por la actual presidenta electa, Sandra Mason. En esta línea de reclamos, Antigua y Barbuda se encuentra planificando un referéndum republicano. En este proceso de pérdidas de influencia y territorial dependerá también de la astucia en la lectura y tiempos políticos para aprovechar los espacios de incertidumbre y descontento en el panorama político británico.