La agenda electoral en nuestro país se ha enrarecido, al menos a la vista del lector convencional, aquel que no está en el mundillo político. Los conflictos en los principales polos muestran dificultades para coordinar candidaturas e incluso ideas que aporten estabilidad: en Juntos por el Cambio por la sobreoferta, y en el Frente de Todos por la falta de candidatos aparentemente viables. Por fuera, Javier Milei se encuentra con algunas dificultades en su construcción territorial, necesitando pactar con actores que no eran los inicialmente buscados. En este escenario, las encuestas muestran una impredecibilidad creciente, y también, un desanclaje entre las expectativas de la ciudadanía y la oferta electoral. Esto convierte a la carrera presidencial de este año en un caldo de cultivo para el surgimiento de candidaturas que provengan de fuera del sistema político, comúnmente llamadas outsiders.

Los outsiders suelen ser personas de prestigio por fuera del sistema político, pero con altos niveles de conocimiento en sus sociedades. Este prestigio puede venir de la actividad cultural, de la actividad científica, académica, periodística o con reconocimiento público en sus profesiones, o bien del mundo de la empresa. Ahora bien, ese prestigio no quiere decir que suelan ser figuras “absolutamente intachables”, con un respaldo unánime, sino que también suelen dejar algunos heridos en su proceso de entrada en la vida política. Dicho de otro modo: ¿por qué ingresan a la política? Dicho de otro modo, por lo general, la aparición de outsiders, suele responder a una crisis del sistema representativo, y no es percibida por todos con el mismo beneplácito. Asimismo, suele haber tres formas o mecanismos de ingreso al sistema político de estos outsiders: pueden crear una estructura partidaria para entrar, pueden hacerlo desde una estructura (y un esquema de liderazgo) ya existente en los partidos tradicionales, o bien combinar aspectos de ambos (como por ejemplo, desafiar el liderazgo de un partido tradicional desde adentro).

Alrededor del mundo, han sido muchos los que han cruzado este umbral en situaciones críticas: el humorista italiano Beppe Grillo, el actor Arnold Schwarzenegger y el empresario Donald Trump en Estados Unidos, el periodista Yair Lapid en Israel, o más cerca, el escritor Mario Vargas Llosa y el académico Alberto Fujimori en Perú, o el empresario Horacio Cartes en Paraguay. En general, a menos que los outsiders hayan sido caras integradas a las fuerzas tradicionales para revitalizarlas, supieron venir acompañados de procesos de una marcada polarización.

En Argentina tenemos nuestros propios antecedentes de este fenómeno. Por lo general, los mismos se han insertado a estructuras y esquemas de liderazgo preexistentes: Facundo Manes, Débora Pérez Volpin y Martín Tetaz en el radicalismo; y Daniel Scioli, Palito Ortega y Carlos Reutemann en el peronismo son buenos ejemplos de esta dinámica. En algunos casos muy específicos, han apostado a crear nuevas estructuras: José Corzo Gómez -veterano periodista, especializado en temas previsionales- crea en los años ochenta el Partido Blanco de los Jubilados, y más cerca en el tiempo, Mauricio Macri crea en el 2003 Compromiso para el Cambio. La estructura del sistema político argentino, por su parte, también fuerza a estos espacios a armarse con sectores ya presentes en la vida política: en ambos casos, en sus inicios, se recostaron en facciones del peronismo y/o de fuerzas conservadoras.

Para ser exitosas en nuestro medio, estas fuerzas tienen dos caminos. Uno de ellos es el de aplicar la receta clásica: por un lado recostarse en fuerzas conservadoras y en heridos de la fragmentación habitual. En este camino, puede convertirse en una fuerza altamente competitiva, pero tendrá que analizar los medios y las formas para convertirse, eventualmente, en fuerza de gobierno. El segundo camino es el de la emergencia de candidatos novedosos, dentro de las fuerzas tradicionales, que permitan romper la falta de nombres viables o sean vehículos de acuerdos más amplios dentro de ellas.

El clima actual de polarización aparente, de fragmentación al interior de las principales fuerzas políticas, y de desencanto con la clase política hace evidente la posibilidad de surgimiento de outsiders. El fenómeno de Javier Milei (quién responde a un clásico camino de armado exitoso en nuestro medio) es una muestra del primer camino. ¿Cuán exitoso será? Entre otras variables dependerá de cuánto anclaje tenga su discurso en la opinión pública. A priori, aunque el techo es alto, el mismo parece estar en la dureza de su discurso. ¿Acaso no hay espacio para opciones más moderadas? Los outsiders no solamente están desde los extremos del sistema, sino que también pueden estar en la moderación. Un buen ejemplo de ello fue la emergencia de Carolina Losada hace dos años en Santa Fe.

Más allá de ello, el principal escollo que los outsiders suelen tener en política, es crear una carrera de gobierno una vez que ganan. Es allí donde el camino de construcción resulta crucial. Una coalición previa sustentable (incluso cuando pueda cambiar) permite que el aterrizaje no sea tan “contrario al sistema” y que los cambios que pueda llevar adelante sean efectivos. Ahora, si la nueva dirigencia decide ir al choque contra las estructuras formales, los caminos suelen ser más arduos para el outsider. Baste como ejemplo, extra político, lo ocurrido en el Club Atlético Independiente con la efímera gestión de Fabián Doman.

Todavía el mapa electoral no está cerrado: los outsiders que están en carrera pueden crecer, y también pueden surgir más candidaturas “que renueven al sistema”. Sus desafíos están a la vista: ¿desde dónde construyen? ¿Con quién/es? ¿Cómo se hacen sustentables? Y por último, y más importante, ¿cómo gobiernan? El outsider podrá ser el líder, pero la coalición que lo sostenga inevitablemente tendrá que ser más que ello. Sin ella, el outsider, en el sistema argentino vigente, tiene un techo bajo.