La economía es una ciencia, la política económica no lo es. El grave error en estos tiempos confusos es que los políticos cada vez imponen más su impronta en la economía, hasta el punto en el que es imposible tener un debate serio sobre economía en un país.

Los ministros de economía ya no son economistas, pero tampoco tienen por qué serlo. Lo que deben ser es honestos y no engañar a los ciudadanos con falacias económicas. Es, además, muy grave que esos políticos se rodeen de supuestos expertos que intenten justificar lo injustificable.

Los políticos están acostumbrados a hacer promesas que no van a cumplir o que son imposibles de llevar a cabo porque saben que siempre pueden acudir al chivo expiatorio y culpar al enemigo exterior de los errores del gobierno y, además, los dirigentes no sufren las consecuencias de las equivocaciones que cometen. Prometer es, por tanto, muy sencillo.

Prometer milagros económicos es muy difícil si se atiene uno a la ciencia económica. Al fin y al cabo, los recursos son limitados y la capacidad de generar cambios espectaculares es muy limitada. Para poder prometer milagros económicos, los políticos tienen que convencer a los ciudadanos de que el estado es un ente sobrenatural capaz de conseguir todo aquello que es inalcanzable a empresas y familias.

El político convierte la política económica en un engaño que no tiene nada que ver con la ciencia económica y se parece más a los discursos y promesas de un líder de secta religiosa. El estado y el milagro de los panes y los peces. Y para ello siempre contará con aparentes expertos que le asesoren diciendo que todo ello es factible. De hecho, el problema no son los políticos, cuya propensión a prometer cosas imposibles es elevada, sino los economistas que les rodean que se lo validan con teorías ridículas.

La teoría más ridícula de todas es la que afirma que el estado no tiene por qué atenerse a las reglas de gasto e ingresos de una familia o empresa porque la deuda del estado no se paga nunca. Aún peor es la que sufre la Argentina desde hace décadas, que es decir que emitir moneda sin control no es la causa de la inflación.

Argentina es un caso muy evidente de política económica donde no hay nada de economía y todo de promesas de culto religioso político.

El estado no es un Rey Mago o Papá Noel. Todo lo que ofrece el estado se detrae de la economía productiva. Los desequilibrios fiscales del estado siempre se pagan, sea con más inflación, con más deuda o con más recortes, incluso con los tres a la vez. No existe el milagro de los panes y los peces estatal. El problema de la economía argentina es que hace muchos años que los políticos populistas vendieron a sus votantes que dos más dos suman veintidós si lo hace el estado. El estado se ha convertido en la nueva deidad, a la que se atribuyen unas cualidades de multiplicar la riqueza que obviamente no tiene. Todos aquellos que convierten al estado en un objeto de culto con cualidades milagrosas siempre termina empobreciendo a todos.

El estado está para facilitar y dotar de unas reglas básicas que mejoren la capacidad del sector privado de crear empleo y riqueza. El estado no crea riqueza, la consume. Como explicaba Benedicto XVI, “la tarea del estado es mantener la convivencia humana en orden”, “no es cometido del estado convertir el mundo en un paraíso y tampoco es capaz de hacerlo. Por eso, cuando lo intenta, se absolutiza y traspasa sus límites”, se “comporta como si fuera Dios y se convierte -como muestra el Apocalipsis- en una fiera del abismo” (Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista, de Joseph Ratzinger).

El peligro de la sociedad actual es que se ha desvirtuado la ciencia económica para adaptarla al estatismo depredador y la política confiscatoria y extractiva. Se retuerce la realidad económica para crear una realidad paralela al servicio de los sermones de políticos ofreciendo oro a cambio de votos, prometiendo milagros a costa de “los ricos” o las empresas. Los políticos populistas alientan la envidia y el odio prometiendo el maná estatal y ofreciendo miseria y estancamiento. Lo triste no es que la política sea así, lo verdaderamente aterrador es que existan siervos del poder político que lo disfracen como pensamiento económico y propuestas realistas.