La comunicación política se ha venido desarrollando fuertemente en las últimas décadas, a partir de sus promesas: consensos en las políticas públicas, construcción de liderazgos y, fundamentalmente, victorias electorales. Sin embargo, el aumento presupuestario y la profesionalización de equipos en la comunicación no siempre han terminado en un aumento de la credibilidad en la clase dirigente, sino más bien en lo contrario.

Esto no implica desconocer las posibilidades de la gestión de las comunicaciones públicas, sino intentar encontrar algunas respuestas ante la falta de algunos éxitos prometidos.

El teórico boliviano Erick Torrico Villanueva señala al “pancomunicacionismo” como una característica de las sociedades actuales: la creencia de que la comunicación todo lo abarca. Así, las falencias de gestión, los problemas y eventuales situaciones de crisis: todo podría solucionarse con un adecuado manejo de la comunicación política. Lo mismo ocurre en el terreno electoral: una adecuada campaña podría modificar los índices de desaprobación de un candidato o aumentar los niveles de conocimiento social de otro.

El sueño de muchos políticos, asesores y analistas parece estar en el momento cero de la comunicación política: determinar cuándo empieza la comunicación. Esto puede aplicarse tanto en la faz arquitectónica (comunicación de gobierno) como en la lucha política (comunicación electoral). La creencia de que la comunicación política empieza cuando comienzo a emitir mensajes parece estar en duda. La ciudadanía latinoamericana critica la debilidad de las garantías civiles y políticas, así como la demora en la construcción de garantías sociales, señalan los últimos datos del informe Latinobarómetro[1]. Mientras tanto, la política parece seguir teniendo su propia agenda y querer controlar su comunicación.

La búsqueda del control del mensaje se extiende a la relación con la prensa: el mensaje correcto es el que emana de las oficinas de comunicación. Por eso, lamentablemente, asistimos a situaciones como la prohibición del ingreso de periodistas y reporteros gráficos a eventos políticos públicos, como sucede en Perú actualmente[2] y en otros tantos lugares del continente.

La política no puede controlar la imagen que le devuelve el espejo en que se convierten las encuestas. Puede medir, sí. Puede analizar esos resultados y evaluar estrategias, también. Pero todavía no puede manipular la percepción que cada ciudadano tiene sobre los dirigentes políticos y quienes aspiran a serlo. El político comienza a comunicar no cuando quiere, sino con cada acción que adopta y cada opinión que vierte. El comienzo y fin de la comunicación está cada vez menos en manos de los estrategas y cada vez más en los celulares de la población.

Las redes sociales han venido a agregar más claridad al asunto: movimientos de padres organizados en pandemia para pedir por educación y vacunas para sus hijos, nos demuestran que la comunicación no comienza ni termina cuando lo decide el poder político. Y allí, en las redes, la comunicación política tiene una nueva oportunidad para redimirse: dejar de pensar en términos de “difusión” para pensar las extraordinarias posibilidades que nos dan para escuchar a la ciudadanía e intercambiar pareceres con ella en tiempo real.

Vale la pena recordar al sociólogo Dominique Wolton: los tres actores que intercambian legítimamente informaciones en la arena pública son los gobiernos, la prensa y los ciudadanos. Este triángulo deja de tener equilibrio cuando uno de ellos pesa más que el resto. La política puede seguir pensando que es la que determina el inicio de la comunicación, o entender que sólo el diálogo con los otros dos actores permitirá enriquecer el debate público.

[1]https://www.latinobarometro.org/lat.jsp

[2]https://www.swissinfo.ch/spa/per%C3%BA-prensa_periodistas-urgen-al-congreso-peruano-levantar-prohibici%C3%B3n-de-acceso-a-prensa/47589184