Milei fue el primer candidato que ganó una elección a pesar de sus propuestas. Al revés de lo que ocurre comúnmente: dijo lo que va a hacer y aún así lo votaron. Eso lo vuelve, aún siendo un declarado menemista, opuesto al mito sobre el ex-presidente riojano, quien alguna vez habría dicho “si decía lo que iba a hacer no me votaban”.

No es que en las promesas de campaña del presidente electo no hubo una idea de futuro alentador. Pero, como bien aclaró, es un futuro a largo plazo. Treinta y cinco años son impensables en la Argentina, especialmente en la de gobiernos de cuatro, que, al parecer, ya no reeligen. Esta es una característica interesante del período amorfo en el que nos encontramos desde diciembre de 2015 cuando terminó una etapa mucho más clara (para adeptos y detractores por igual) que podemos llamar “la era del kirchnerismo”. El período post-kirchnerista, que aún no encuentra un elemento positivo que inaugure una nueva etapa, se define por su inestabilidad: económica, sí, pero fundamentalmente política. La idea de que si Massa ganaba no lo sacábamos más del poder asumía de algún modo lo que la Argentina realmente necesita: una hegemonía y continuidad políticas.

Los últimos ocho años, por lo menos, definen una era de gobiernos incapaces y presidencias que, o no pueden reelegir (Macri) o no pueden ni intentarlo (Alberto). Un Estado que se reinicia, o que no termina de arrancar. ¿Arrancará con Milei? Los signos de un gabinete digitado en muchos aspectos por Mauricio Macri invitan a dudar. Sus muestras recientes de moderación y profesionalismo político, que no supo o no quiso dar en campaña, sugieren que es posible. Todo está por verse.

Por eso, aunque el anuncio de una estanflación y de grandes dificultades económicas esté a la vista de todos, parece todavía apresurado hacer predicciones, especialmente para los que, desde nuestro lugar de la tribuna, quisimos imponerle a la elección una narrativa épica de defender la democracia. “Es Milei o la democracia”, “es Milei o la Argentina” dijimos. Y la gente dijo “bueno, es Milei”. Y aunque es posible que para la mayoría de los que votaron por el nuevo presidente ninguno de estos dos conceptos a los que quisimos enfrentarlo sean objeto de rechazo, al plebiscitarlos los dañamos un poco. Así las cosas, el pueblo argentino (que siempre hay que interpretarlo) puede haberle dicho que no a esta Argentina y a esta democracia.

El de Macri fue el encuadre ganador: es la certeza de una Argentina invivible contra la incertidumbre, pero que podría ser algo distinto y que, a su vez también, podría ser algo mejor. Es la posibilidad de la posibilidad. El fondo del tarro. El chamán o el brujo al que acudimos porque ya probamos todo y nada funcionó. Si como dice aquél meme, el mundo crypto es la astrología para chabones, Milei es el astrólogo presidente. Quizás por eso calcen tan bien y no asusten a nadie su biografía pública de mediums, conversaciones con su perro muerto, los clones y los delirios de reencarnaciones y mandatos mesiánicos. Dame todo lo esotérico, todo lo raro, todo lo que no sé si es joda o es en serio, pero dame especialmente todo lo distinto. Probemos algo distinto.

Quienes no votamos por Milei y hasta llamamos a votar por el otro candidato, o sea digamos quienes perdimos la elección, necesitamos tiempo para entender bien contra qué perdimos. Qué de todo eso que quisimos representar puede tener cabida en la Argentina que viene y, especialmente, cómo. Algunas cosas son más fáciles de ver que otras. Es fácil, con el diario del lunes, ver que un candidato responsable por una inflación de 140% no puede ganar una elección, por mucha cintura y profesionalismo político con los que encante a las súper-minorías hiperpolitizadas en Twitter. En esta elección se habrán quemado muchos libros, pero ese resiste. Milei haría bien en registrarlo, ya que promete más tiempo de inflación que el que falta para las elecciones de medio término. Ahora, diez días antes de que asuma como presidente, será creíble para  muchos que la inflación de los primeros meses será el arrastre de la herencia recibida. Pero ese argumento no va a durar veinticuatro meses. Y algo más. La rareza de ser el candidato que sí dijo lo que iba a hacer puede dar lugar a otra: la de los votantes que eventualmente contesten “y a nosotros qué nos importa”.

El pueblo argentino pidió un cambió. Sus múltiples intérpretes darán visiones alternativas –algunas excluyentes– de qué quiere decir ese cambio. Y de seguro habrán muchos elementos complejos para dilucidar ahí en relación a nuestra clase política, nuestras instituciones, el modelo productivo y el proyecto de país, entre otros. Pero la cuestión fundamental del ciudadano es que pide vivir mejor: tener y poder comprar, todos los meses lo mismo (y si se puede, más). Pide una estabilidad que añora y que, aunque difieran los relatos sobre cuándo se perdió, en todos los casos fue hace mucho tiempo.

Esa es la variable fundamental de la gobernabilidad que ningún gobierno logra asegurar desde hace ocho años. ¿Terminará con Milei, la era de los gobiernos incapaces? Yo tengo mi opinión, desde luego. Pero si algo me mostró esta elección es que pararse en el lugar de una certeza que desmerece lo que viven las mayorías es también una forma de joder con la democracia. Algunos ya están preparando ahora mismo el terreno para decir “se los dije” en unos años (quizás en unos meses). Yo no quiero decirle a nadie más “se los dije”. Prefiero hacer silencio hasta que sea el momento de decir “¿podemos volver a hablar?”.