En la última columna escrita en este medio[1], señalábamos que el presidente Milei tenía la necesidad -y la obligación- de negociar con actores muy diversos, que se encontraban tanto en la calle (sindicatos, movimientos sociales) como en las instituciones (el congreso y los gobernadores). A su vez, los primeros movimientos que hiciera en este sentido, anticipábamos, iban a abrirle nuevas debilidades. Ya pasaron más de dos semanas del gobierno de La Libertad Avanza, y conocemos cómo fueron esos primeros movimientos. ¿Qué cimientos de la torre de su gobernabilidad corrió?

Los tres elementos que permiten ver los movimientos de Milei fueron el discurso de asunción, el decreto de necesidad y urgencia 70/2023, y el controvertido proyecto de ley ómnibus. ¿Cuál es el punto en común entre los tres? Aunque se esperaban las medidas, las propuestas y los dichos, el giro pragmático que había tomado el entonces presidente electo antes de su asunción, hacía pensar que nos acercábamos a un período de mayor negociación, o si se quiere, gradualismo. Alternativamente a ese escenario, si decidía un camino más confrontativo, que iba a segmentar sus luchas a distintos actores. El discurso inicial parecía apuntar a un sentido claro: resolver el déficit fiscal como punto de partida para luego encarar cambios estructurales. La cadena nacional tras la cual lanzó el decreto de necesidad y urgencia implicó un nuevo paso: ya no es tiempo de resolver solamente el déficit, sino que el gobierno apuntará a resolver algunas cuestiones estructurales (sobre todo en cuanto a aspectos económicos). Finalmente, una semana después, al presentar el proyecto de ley ómnibus, el mismo presenta cambios de fondo en prácticamente todos los aspectos que hacen a la vida social, política y económica del país. El gradualismo y pragmatismo inicial dieron lugar, en tan solo dos semanas, a un shock de la naturaleza más profunda que hemos vivido en la historia democrática argentina.

Ahora bien, ¿cuál es el camino estratégico y cuáles son los escenarios posibles ante este giro? En cualquier curso de Sistemas Políticos Comparados en nuestro país, se presenta un clásico texto de Gary Cox y Scott Morgenstern, titulado “Legislaturas reactivas y Presidentes proactivos en América Latina”. En el texto, los autores argumentan que los poderes ejecutivos, que parecen proactivos -dominando la agenda-, en realidad, actúan estratégicamente calculando el apoyo que poseen en el congreso para impulsar sus medidas (o evitar su obstrucción). Dicho en un idioma más sencillo: para bailar un tango, se necesitan dos personas, y que las mismas bailen en sintonía. En este caso, a una modalidad de acción del Presidente, le vendrá una reacción previsible del Congreso. Un presidente que cuenta con mayorías legislativas, típicamente, “dictaminará”: el Congreso lo acompañará sin problemas. Cuando el Presidente no tiene mayorías, en cambio, se abren tres escenarios. El primero, es que el Presidente se encuentre dispuesto a negociar (lo que implica cambios no solo en las medidas que propone el Presidente, sino que el mismo Congreso moldea a su manera el gobierno). El segundo, implica que el presidente busque retribuir a los legisladores para obtener aprobaciones (esto puede venir, en su forma más “transparente”, en forma de cargos de gobierno, o bien perniciosamente en forma de sobornos). El tercero y último es el de un Presidente que busque imponerse al Congreso, sin apoyo de éste .Aquí, el gobierno se encontrará ineludiblemente con un poder legislativo que rechazará sistemáticamente sus acciones -llegando a un conflicto de poderes, casi inevitable-.

La secuencia del proceso muestra que la estrategia de Milei no es convencional. En primer lugar, como ya se marcó en muchos medios, introduce un shock particularmente en la actividad legislativa: el Congreso no tiene antecedentes de un proyecto de ley tan denso. Adicionalmente, la actividad legislativa está ralentizada, dado que ni se conformaron las comisiones, y por lo tanto, no puede ser tratado aún. La apuesta del gobierno es a una “aprobación express”, pero los proyectos de la naturaleza de este suelen ser proyectos súper largos. Adicionalmente, y de forma curiosa, el proyecto de ley ómnibus incluye un artículo que propone la ratificación del decreto de necesidad y urgencia, por lo que lo incluye en la misma agenda legislativa por la fuerza. Esto es hasta contradictorio, y representa una innovación en términos legales, y también en términos de negociación. Visto desde fuera, pareciera que el proyecto busca todo lo opuesto a lo que dice públicamente: en lugar de simplificar y buscar una aprobación sencilla, la diversidad de contenidos complejiza su tratamiento y su posterior aplicación. ¿Acaso el presidente buscará el rechazo del proyecto? ¿O busca el shock para que no se pueda tratar en su detenimiento? En realidad, no se conoce cuál es la estrategia concreta, porque tampoco el Poder Ejecutivo ha abierto (al menos hasta el momento de escribir esta columna) un proceso de negociación con gobernadores, o con diputados de diversas fuerzas.

Ante este escenario, el Congreso Nacional recibió un regalo de reyes anticipado. En estos primeros días de enero deberá empezar a definir su postura, lo que refuerza su situación de poder. Milei ya parece haber definido su estrategia, en la que su -casi único- capital político es el resultado electoral. Es allí donde el Congreso puede hacer valer su posición, particularmente los diputados oficialistas y aliados. Parafraseando al histórico líder del bloque justicialista en la Cámara de Diputados Humberto Roggero[2], “los legisladores oficialistas también son diputados”: tienen intereses propios. ¿Hasta dónde podrá Milei avanzar con el proyecto de ley ómnibus en los términos planteados? Por ahora, lo único que parece evidente es que, en el proceso, la ley -de conseguir su aprobación- conseguirá cambios, y la aprobación no será tan rápida como sueñan en la Casa Rosada. El Presidente eligió bailar de una forma, pero la contraparte no necesariamente puede bailar a su ritmo. Allí radica el regalo de Reyes para el Congreso: típicamente es el Presidente el que elige la forma de baile, y en esta ocasión, será el legislativo el que decida. El gobierno, así, empezó a correr los cimientos de la torre de su gobernabilidad, y más allá de la reacción en la calle, el Poder Legislativo muestra piezas que empezaron a temblar.

[1]https://www.diagonales.com/opinion/milei-y-el-jenga-de-las-coaliciones_a6567b16004fc32db8b56aca6

[2]A su vez, citado por Ana María Mustapic en otro clásico texto sobre la materia –“Oficialistas y diputados: Las relaciones ejecutivo-legislativo en la Argentina”.