El intento de magnicidio de la Vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner el pasado jueves 1º de septiembre, sin dudas marcó los últimos debates políticos de nuestro país. Pero ¿qué hay de nuevo y qué hay de viejo en la violencia política contra las mujeres? ¿Qué hay de novedoso y que queda de antaño de los llamados "discursos de odio"? ¿Cómo pueden estos ser repesados desde la perspectiva de género feminista?

La violencia política hacia las mujeres se relaciona estrechamente con la negativa a ejercer libremente sus “derechos políticos”, que si bien fueron definidos por primera vez en la historia occidental en la Asamblea General de Naciones Unidas en 1952 como el derecho de toda persona a participar en el gobierno de su país en iguales condiciones, contiene retazos de largo aliento de la teoría e historia feminista. 

En 1791, en los albores de la revolución francesa, Olympe de Gouges, dramaturga, activista y filósofa política, escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. En esta época, a las mujeres que quisieron participar de los debates públicos no solo se las expulsó explícitamente, declarando los “Derechos del Hombre” o dejándolas fuera implícitamente del “Universal” masculino, sino que se las reprimió brutalmente por esta participación política. En el caso de Olympe de Gouges, llegando a guillotinarla no solo por sus ideas, escritos y prácticas políticas vinculados a los derechos de las mujeres, sino por su bando político en la ebullición revolucionaria francesa.

En este sentido, podríamos situar un paralelismo en la historia de la política argentina con Eva Duarte de Perón, “Evita”, a quién no solamente se la denigraba constantemente por el hecho de ser mujer, por haber sido actriz y su clase social, sino por su opción política por les más humildes, por su vocación partidaria. Dado que, como explica Julia Rosemberg, autora del libro "Eva y las mujeres: Historia de una irreverencia" publicado en 2019, Evita no solo fundó el Partido Femenino Peronista en 1949, sino que en las elecciones de 1951 (las primeras donde las mujeres pudieron votar y “ser elegidas”) cerca de 100 mujeres entraron al Consejo Nacional y las Legislaturas provinciales como representantes políticas, un número histórico que no se volvería a repetir hasta finales de los años ‘90 con la sanción de las Leyes de cupo.

En el caso de Cristina Fernández de Kirchner, quien fue elegida presidenta en 2011 con un 54,11% de los votos, el mayor porcentaje alcanzado en una elección presidencial desde 1983, también ha sido sumamente criticada en ocasiones de forma particular por su identidad de género y su vocación política de corte popular, así como su orientación partidaria. De hecho, si realizamos una búsqueda rápida en internet del concepto de “magnicidio” (asesinato de una persona importante en política por su cargo o poder) lo primero que aparece es que es un “nombre masculino”, por lo que queda mucho trabajo de sensibilización feminista por hacer.

A su vez, otras mujeres referentes políticas alrededor del mundo, América Latina y el país, han atravesado múltiples situaciones de lo que desde hace poco tiempo en materia legal nacional se denomina “violencia pública-política contra las mujeres” en la modificación del 2019 de la Ley Nº 26.485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales (2009). Un logro probablemente más asociado a las manifestaciones políticas masivas de hartazgo generalizado del Ni Una Menos del año 2015 que a la voluntad política del gobierno de turno.

Ahora bien, los discursos odiantes, o más bien los sentimientos en general en sus diferentes niveles y temporalidades, han sido una constante del pensamiento político, a menudo denigrado por asociarse a la feminidad. Así es que históricamente se ha dejado de lado la importancia de los afectos para la vida política, promoviendo una racionalidad supuestamente neutral inexistente. Acontecimientos como el reciente intento de magnicidio muestran entonces la necesidad de comenzar a tenerlos en cuenta, registrar que no sólo se producen en el plano de lo discursivo, las redes sociales, el lenguaje, sino que (re)producen efectos materiales concretos y en relación con otres, por eso pueden afectar desde la seguridad de una Vicepresidenta hasta el sustento democrático todo de la sociedad y la política argentina actual.