Sin dudas el resultado electoral ha marcado un cambio de paradigma sobre la concepción del Estado y la manera de gobernar, no tanto desde la perspectiva del elector, que si bien hay un núcleo duro de votantes que adhieren a ideas liberales, lo cierto es que resultó un voto más ecléctico en vistas del balotaje. Pero sí desde el nuevo liderazgo de Javier Milei, en menos de un mes de gobierno, un presidente sin partido, ni historia, ni estructura asumió la presidencia de la Nación. El 10 de diciembre con la banda presidencial, realizó frente a la gente y de espaldas a sus representantes, uno de los discursos más duros que realizó un presidente de la Nación electo. Lejos de promesas rimbombantes nos informó que iba a comenzar un proceso de Reforma del Estado que iba a costar mucho a los argentinos: “Cirugía mayor sin anestesia” diría el líder riojano.

Acto seguido redujo los Ministerios a la mitad, suspendió la pauta oficial a todos los medios de comunicación, devaluó la moneda, suspendió la obra pública nacional y redujo los subsidios a las empresas de energía y de transporte. Todo esto en el primer día de gobierno.

No cumplía 15 días de gobierno cuando anuncia un ambicioso Decreto de Necesidad y Urgencia con medidas de fondo, aquí el cambio de paradigma; los 30 puntos del DNU modifican sustancialmente 50 años de historia económica, ni Carlos Menem se animó a tanto. Otra acción de gobierno es la imposibilidad de cortar la calle a la hora de manifestar: “el que corta no cobra” aseguró. Más allá de la posible inconstitucionalidad, el presidente Javier Milei está mostrando liderazgo y búsqueda de poder popular, incluso anunció un plebiscito, en caso de caída institucional del DNU. Hay una mezcla de expectativa y dolor por una gran parte de los argentinos.

Hasta aquí, la oposición tiene un problema estructural, perdió una elección de manera clara, el peronismo tiene una falta de liderazgo y un Juntos para el Cambio partido en varios pedazos. Así queda una oposición sin capacidad de reacción, aunque con capacidad organizativa e institucional. Su peso específico son sus Gobernadores, Diputados y Senadores, que hasta hoy resulta insuficiente.

Como en 1983, ante el gobierno de Raúl Alfonsín y ante una oposición desconcertada, quien ocupa la escena política es la CGT; acá no hay un Saúl Ubaldini y más allá de la  épica sindical de Domingo Petrecca (Cementerios) con 50 años al frente del sindicato, de Zambelletti (Pinturas) con 49 años al frente del sindicato, Genta (Municipales) con 40 años al frente, Barrionuevo (Gastronómicos), Daer (Alimentación), Cavalieri (Comercio) y Moyano (Camioneros) con 38 años al frente de sus gremios, ocupan un lugar de democracia interna de baja intensidad. La última vez que marcaron una tarjeta de ingreso al trabajo, las tarjetas eran de cartón y el dispositivo era mecánico, no había computadoras ni celulares. Pasaron 15 presidentes, cayó el Muro de Berlín, nacieron 27 nuevos países en el mundo y los sindicalistas argentinos en el mismo lugar que otrora; no obstante sus representados en peores condiciones.

El presidente Javier Milei está haciendo lo que dijo en campaña electoral, apoyado por el 56% de los argentinos: Motosierra a la casta y Reforma del Estado, el que avisa no traiciona. La gran pregunta es ¿cuánto soportará el humor social ante tamañas medidas?¿Con qué grado de institucionalidad actuará el gobierno y la oposición?¿Cuándo se verá la luz al final de puente? (¿Se verá?) El año 2024 nos encontrará con algunas de las respuestas.