"Que yo también vengo de ese mismo río/

Lo nuestro, lo tuyo, lo mío, te juro, me río/

Porque estando lejos/

Lo nuevo y lo viejo se vuelven espejo"

SONIDO NATIVO DEL RÍO, canción de Bajofondo y YSY A

Escuché la sentencia del Juicio a las Juntas en la cocina de casa, en la calle Riglos. Papá me llamó, estaba cerca. Había algo que quería que supiera. La voz del funcionario judicial desgranó los delitos esgrimidos y las cargas de las penas, hasta llegar a Videla y Massera, y sus condenas a cadena perpetua. Podría ser una película de juicio que a veces daban por la tele, pero era una transmisión que surgía de un Tribunal Oral Federal, en Buenos Aires.

Fuimos a ver la película Argentina, 1985 con mi hija Matilde, y desde que empezó, en los primeros minutos, no pudimos soltarnos las manos hasta el final. Necesitaba cuidarla y acompañarla en cada instante porque, me dije, ahora que cumpliste dieciséis vamos a hablar de la dictadura y la democracia. Aunque va cambiando el contexto, un eje contemporáneo en la región es el triunfo en Brasil de nuestro querido Lula,con la derecha arañando un triunfo y luego, a una semana de asumir, provocando una toma patética deas instituciones en modo tropical. Todo lo cual confirma lo bastante que hay seguir trabajando en nuestros pueblos por la libertad y la igualdad.

Pero esta película que vimos, que obtuvo el premio Globo de Oro 2023, que entregan los cronistas cinematográficos extranjeros en la industria norteamericana, y se acerca a la nominación final al Oscar, venía con la premura de una aparente reivindicación alfonsinista. En tal sentido, lo primero que pensé desde el comienzo de la película fue el subrayado rescate de la fortaleza previa del movimiento de DDHH más importante de la historia contemporánea, quizás a la par de los colectivos afronorteamericanos de los años 50 y 60, sin el cual el Juicio a las Juntas Militares, como acto, no hubiese tenido sustento.

El fiscal Strassera estaba ahí porque desde 1976 que las Madres, Abuelas y familiares de los detenidos desaparecidos salieron a buscar justicia. Pero hay algo del acontecimiento Juicio a las Juntas que lo colocan en otro plano. Y, a la vez, nos dejó una huella, una marca de algo diferente como sociedad. La singularidad de un juzgamiento que no ocurrió en otro país de América del Sur. Y la fortaleza de que ese pueblo empoderado en los DDHH, la CONADEP y el Juicio a las Juntas pudo vencer, de a poco, el miedo social.

Ni Alfonsín ni Strassera hubiesen podido hacer algo sin Hebe, Estela, Pérez Esquivel y tantos otros. Pero es cierto que la elevación a Juicio Oral y Público, y luego las condenas firmes, elevó el caso a un nivel simbólico solo comparable con los tribunales que juzgaron la Alemania nazi.

Es necesario recordar que la democracia que vivimos, y que este año cumplirá cuarenta años, tiene dos acontecimientos capitales en su moldura: el Juicio a las Juntas y la entrega de la ESMA al movimiento de DDHH. Y solo esa razón pone en lo más alto y noble, como los presidentes más queridos y admirados de nuestra generación, a Don Raúl Alfonsín y al flaco Néstor Kirchner. Ellos son los padres incompletos del sistema político que tenemos y que tendremos que seguir cuidando.

La película cuenta esa primera parte, y quizás sus mentores hayan tenido la noble intención de hacerle justicia a esos hombres simples que en época aciaga y aún indefensos, fueron templados y cojonudos a la hora de suscribir la historia. Si esa es la cima en arte y política a la que podemos aspirar como sociedad, como comunidad, no es poco.

Mientras crece el fascismo y la ultraderecha en el mundo y en la región, tal vez muchos deban preguntarse por quién doblan las campanas. Si los autores y los protagonistas de esta gran película que por estos días gana las calles de Buenos Aires y del mundo quisieron recordarnos que, al mal absoluto, a la abyección y la ruina, hay que responderle con Justicia y Leyes, sentimos un profundo orgullo de compartir algo de ese tiempo histórico.

Hagamos de ese inconsciente colectivo que reza Charly, de ese Himno del corazón de Miguel Abuelo, un canto de los primeros cuarenta años de esta época, que había venido a mejorar y elevar la vida de nuestro pueblo. Que esa Argentina de hace cuarenta años nos obligue a poner límites a la derecha, a los privilegios, al fascismo, a todo aquello que el pueblo, sus líderes y sus referentes históricos de DDHH, le dijeron NUNCA MAS.

El llanto de mi hija, las imágenes de unos adolescentes y jóvenes ochentosos que la peli devuelve como un espejo mustio y esperanzado, me hizo pensar que nada estuvo tan mal. En ese momento hubiese deseado fundirme en un abrazo imposible con mi padre y con mi hija, aunque ninguno haya podido conocer al otro.

Si puedo ser puente entre dos generaciones, si al menos puedo contarle al otro la angustia y la respiración del que está del otro lado, mi tarea estará cumplida.