El presidente es un mortal, como cualquier otro. Y por ello, no resiste un archivo. La inflación no se aniquila. El BCRA no se cierra. La dolarización son los padres. La deuda es inmoral. La casta está en orden. Pero todo eso es más o menos digerible con una economía en crecimiento. El barco estalló hace tiempo. Y desde ese naufragio a mediados de 2024 (primera corrida cambiaria), sólo hemos ido nadando de madero en madero (del blanqueo al FMI, del FMI al Tesoro de los EEUU). Lo que cambia es la velocidad con que pasamos de un madero al otro.

Pero la política estalló también. Y comenzó a estallar en cámara lenta el día en que la hermana del presidente impuso su visión: no hay que pactar electoralmente con los gobernadores que nos auparon en 2024, hay que enfrentarlos en 2025 (salvo que se rindan sin disparar un solo tiro, como en Mendoza o Entre Ríos). Desde entonces, los problemas de gobernabilidad ya están entre nosotros. Para muestra basta un botón: el récord legislativo de 2025 es inaudito para un país presidencialista como el nuestro (e inédito en nuestro presidencialismo). El récord electoral en elecciones subnacionales en 2025 (provinciales, locales, constituyentes como en Santa Fe), medio que también.

Muchas y muchos lectores hoy tienen una fecha entre ceja y ceja: el 26O. Vale levantar la mirada, y otear algo más allá. La percepción generalizada, amparada en las encuestas y en los índices más prestigiosos del país en materia de confianza de las y los consumidores y en el gobierno, prevén una elección de medio término que será “ni muy muy, ni tan tan”. El rango posible y más probable del desempeño electoral del gobierno rondaría el 32-34%. El Partido Justicialista, principal partido opositor, compite con nombres diferentes en los 24 distritos electorales: sumadas todas las siglas electorales que lo contienen, tendría un desempeño semejante (algo por debajo, algo por arriba). Cualquier resultado diferente, amerita una mínima caracterización.

Si el Gobierno obtiene 40% o más a nivel nacional, Karina, los primos Menem y Sebastián Pareja, podrán gritar al cielo (y a sus fuerzas): “En tu cara, Bambi”. Y ofrecerle al Cucos, en bandeja de plata, un certificado que dice “Somos nosotros contra todos ellos, apretá el acelerador”.

Si el Gobierno obtiene 30% o menos, tiene un destino previsto en la Constitución Nacional, que nunca hemos visto concluir en democracia: la remoción del presidente a través del Juicio Político.

Como el escenario base es un resultado nacional relativamente parejo, la discusión se trasladará a cuál es la forma adecuada de interpretarlo. Sonseras. Ese resultado más probable deja la pelota del lado del Gobierno del Cucos. Y las alternativas no son muchas.

O pacta, o pierde. Así de jodida está la cosa. Pero, hete aquí, que el dilema podría ser sencillo de resolver para un político tradicional, pero no para el Cucos. Entiéndase: el Cucos tiene vocación de poder; no se asusta fácilmente, salvo de él mismo. No va a intentar llevarse la pelota a la casa, al grito de “Así no juego más”. Va a intentarlo todo. Pero no de un modo tradicional, porque el Cucos no es un político tradicional. Como con el blanqueo, o como con el respirador artificial made in USA al que está conectado su gobierno, siempre estará más cerca de jugarse la plata del alquiler a un pleno en la ruleta que de rearmar un Gabinete, y consolidar un esquema de gobernabilidad abriendo la billetera delante de los Gobernas.

En una Argentina que te sorprende todos los días, yo estoy abierto a más sorpresas. No es que las quiera; es que las espero. El Juicio Político sería un trámite (un trámite gris, como la historia recordará a este presidente). El Cucos lo sabe. Pero también sabe como arranca el clásico de Eladia Vázquez: “No, permanecer y transcurrir, no es perdurar, no es existir…”.

Cuando él la canta en el baño (y dicen, la cantó para afinar en la previa del show del Movistar Arena), le cambia la letra, y dice “Mi reino por una sorpresa”.

La moneda está en el aire.

Hablamos el 27O.