Sos la “Casta”: entre la crítica emancipadora y la trampa discursiva
El analista Rocco Carbone considera una estrategia "psicotizante" las nuevas formas que adopta el fascismo del siglo XXI como consecuencia del capitalismo en crisis
Pocos conceptos han sido tan maleables, cargados de historia y tan eficaces como arma política como el que representa la palabra “casta”. Su uso actual, lejos de ser neutro, revela una disputa simbólica intensa donde la crítica legítima al poder termina vaciada de contenido o invertida de sentido. Esto sucede a tal punto que a menudo es tan mal usada que se vuelve contra aquellos que precisamente no pertenecen a una casta.
Para comprender la fuerza del término, conviene mirar un poco al origen, hacia el mundo antiguo. En la Atenas arcaica, la sociedad se estructuraba en filé (ϕυλαί), es decir clanes de tipo gentilicio que actuaban como verdaderas castas. Estas “tribus” o familias estaban integradas por grupos cerrados que monopolizaban los cargos públicos, las magistraturas y el prestigio social; heredando privilegios y excluyendo a amplios sectores de la población.
Fue precisamente la superación de ese orden arbitrario e injusto, un tránsito que llevó a la polis ateniense, de ser principados monárquicos y tiránicos hacia la creación de una democracia participativa. Luego de las reformas de Clístenes, el pujante pueblo ático logró diluir el poder concentrado de estas castas. La igualdad ante la ley (isonomía) y el derecho a hablar en asambleas (isegoría) surgieron como contrapeso para neutralizar la gobernanza patrimonial de unos pocos. En ese sentido, la Atenas clásica no solo inventó instituciones democráticas, sino que, fundamentalmente, desarrolló un lenguaje político para deslegitimar la dominación hereditaria.
Pero la historia no se detiene ahí. En el presente, asistimos a un fenómeno que Antonio Gramsci describió hace casi un siglo, cuando identificó que en la cultura se da una verdadera batalla por la hegemonía cultural. Y que la misma se libra, “trinchera a trinchera”, en el terreno del lenguaje. Hoy, esa operación se ha radicalizado gracias a la alta velocidad y capacidad de expansión de los mensajes a través de las redes sociales, donde los significados se pueden invertir y reconfigurar semánticamente en tiempo real.
El politólogo Giuliano da Empoli, en Los ingenieros del caos, describe con lucidez cómo ciertos estrategas digitales construyen discursos que confunden y polarizan deliberadamente. Por su parte, Rocco Carbone lo considera una estrategia “psicotizante” de las nuevas formas que adopta el fascismo del siglo XXI como consecuencia del capitalismo en crisis.
En ese contexto, el término “casta” ha dejado de designar a las élites políticas y económicas tradicionales para acabar estigmatizando a otros sectores sociales cuyo derecho a agruparse es democráticamente legítimo. Como sindicalistas, trabajadores del Estado, beneficiarios de políticas sociales o cualquier colectivo popular organizado.
Este desplazamiento semántico no es inocente. Como explica el filósofo Achille Mbembé, vivimos tiempos en que el poder se ejerce no solo excluyendo sino gestionando quién puede vivir y quién debe ser librado al azar o dejado morir. Tiempos de crueldad necropolítica. En efecto, el discurso que etiqueta a los sectores populares como “casta” justifica políticas extremas de recorte, represión y abandono. Esto permite legitimar el sufrimiento ajeno en nombre de la “lucha contra los privilegios”, cuando en realidad se protegen los intereses de quienes siempre han detentado el verdadero poder.
Así, se produce la trágica controversia según la cual, la palabra “casta”, que surgió como crítica a la concentración oligárquica, termina siendo una herramienta de marketing político para perseguir y deslegitimar a los más vulnerados, que se ven despojados de todo poder y derechos.
Recuperar su fuerza emancipadora exige algo más que repetir el término, sino que requiere preguntarse a quién designa hoy, contra quién se dirige y a quién termina protegiendo.
De lo contrario, seguiremos atrapados en una paradoja dolorosa, en la cual vos, estimado y ocasional lector o lectora, sos la “casta”.