Hoy en la Argentina se debate una elección presidencial particular. Aunque no hay nada nuevo en algunas ideas que circulan, ya está todo inventado. Los profetas del gerenciamiento estatal proponen sacar de juego al Estado con premisas harto discutidas en el pasado no solo argentino sino latinoamericano. Veamos.

La ciudadanía coloca la responsabilidad de resolver con éxito la gestión de sus propias expectativas y su vida en comunidad, en un sujeto individual que tendría casi todo el poder. Ríos de tinta corrieron en los noventa con este modelo de “democracia delegativa” que acuñó el politólogo Guillermo O’Donnell para ilustrar a las democracias post dictaduras militares y sus escasos beneficios para mejorar el bienestar general de la comunidad.

Es un lugar común reconocer que el estado ocupa un rol prioritario, pero no tiene todo el poder. Se mueve en un escenario de poder compartido con otros actores económicos y sociales que tienen capacidad de modelar sus acciones. Clausurar autoritariamente los mecanismos de intercambio implicaría desplazar la voz de una parte constitutiva de la sociedad, dejándole como posibles respuestas reactivas: la sumisión o la movilización en las calles.

Rediscutir el tamaño estatal desde una mirada unipersonal, economicista y cuasi narcisista, en un contexto que evidencia lo indispensable de pensar nuestras prácticas desde la transversalidad de las disciplinas, no es más que intentar tapar el sol con un dedo.

La Argentina tiene legados de liderazgos mesiánicos que no lograron sostener el crecimiento con estabilidad e inclusión social. La reaparición de este tipo de figuras trae aparejada una soberbia pretensión: cambiar el pasado de manera contra fáctica, esto es, sin pruebas concretas de que puedan hacerlo. Un experimento social peligroso que ubica a sus ideólogos en un lugar de “saber hacer” que en tal caso lo único que puede producir es el reemplazo de lo que llaman “casta” por otra. Una “casta” que admira las ideas que J.B. Alberdi (1880) movilizó cuando se formaba nuestro Estado nación. Sin embargo, estas ideas no son útiles hoy.

Los estados tienen otros retos como lo es la capacidad de anticipación en un escenario de cambio constante y multilateralidad. La sujeción caprichosa a postulados usados para otro tiempo histórico preocupa porque revela cierta incomprensión del contexto actual y/o incapacidad para descifrarlo.

Tal es así que recientemente, el candidato libertario solicitó al Poder Ejecutivo no enviar al Congreso la Ley de Presupuesto 2024, asumiendo un claro corrimiento de las vías institucionales y el encuadre normativo que fija la C.N. Esta pretensión de un estado “a medida” solo escomprensible para quienes corporizan la inmadurez que aún atraviesa la joven democracia argentina.

A 40 años de democracia ininterrumpida, se hace necesario repensar los comportamientos cívicos. Los fracasos no siempre son oportunidades para resetear la matrix y “volver a empezar”. Más aún si se trata de iniciativas desesperadas que son incompatibles con los tiempos y modos del pensamiento razonado.

La construcción de instituciones se juega en valores simples. En la presencia y responsabilidad parental. Interpelando cuando los saberes que se ofrecen no son socialmente significativos. Alterando nuestra cotidianeidad frente al consumo. En suma, actitudes que implican cambiar y/o ceder intereses personales. Una salida de la zona de confort no siempre deseada.

Finalmente, sin posesión y uso de medios de producción no hay libertad posible por más veces que esté escrito en cualquier idioma político. El derecho a la libertad vale si no contradice los derechos de igualdad de oportunidades, de otro modo, se desvanece en el aire.