Hicieron que el mundo fuera tan duro,

todos los días tenemos que seguir luchando

Bob Marley, One Drop

Esa bala que no salió, por no estar alojada en la recámara, cuando presionó el gatillo Fernando Andrés Sabag Montiel el jueves primero de septiembre de 2022, no fue acompañada -solamente- de la fortuna de la Vicepresidenta Cristina Fernández de no ser herida o que su vida esté en peligro sino, que también, del atentado que se perpetraba contra las instituciones democráticas que se vienen construyendo hace más de 38 años. Por un lado, podemos ver que -como sostiene Žižek- hay un paso, muchas veces abismal, entre el deseo y el querer, es decir, no es lo mismo desear que a alguien le vaya mal que querer -realmente- que así sea; por ejemplo, uno puede decir que se muera tal o cual líder político, podría desear que se muera el presidente o la vicepresidenta -en este caso- pero no querer que así sea. No obstante, ese paso no dado va formando una capa en la que se asienta todo eso que es el rechazo -a veces abiertamente y otras, de manera solapada- hacia el otro y todo lo que representa. El caso se complejiza, porque no es que sea Cristina Fernández, sino que es la actual Vicepresidenta de la Nación argentina. Ese deseo que casi transforma en querer Montiel, esa confusión de esos órdenes lleva a que nos cuestionemos todo lo que hacemos como sociedad, qué permitimos y qué no. Por otro lado, esa bala que no salió, estaba cargada -y continúa- con acciones que a lo largo de los años se han ido sedimentado y aflorando en manifestaciones de violencia extrema que conmocionan, pero que son el devenir lógico de todas esas micro-sedimentaciones que se van depositando por distintas vías, no solamente a través de los medios de comunicación, en una suerte de inconsciente colectivo. Por lo que cada cual debe tomar parte en la responsabilidad que le toca. 

Porque esa bala estaba dirigida a todos, no solo a un líder político. Esa bala que decidió no salir, venía cargada por la consideración del otro como un enemigo, donde se busca eliminarlo por pensar distinto, por decir lo que piensa o vaya uno a saber la razón -si es que la hay-. No se ve al otro como un adversario -como sostiene Mouffe- que piensa distinto. La paz, tal vez, en ese sentido no sería el camino, sino la disidencia y el conflicto los que deben apuntalar una democracia. Por lo que las separaciones entre los que odian y los que aman no me parecen adecuadas, ya que debemos estar siempre alerta a la introducción de ciertos mecanismos, estrategias y dispositivos en ámbitos como el político y social de forma tal de no naturalizarlos.

Esa bala no salió. No obstante, hizo daño al mostrar la fragilidad del respeto por el otro que se tiene, el sostenimiento de nuestras instituciones y el convivir con pensamientos diversos. Ese daño está instalado y es contra él que debemos trabajar para poder colaborar en la construcción de una democracia cada día, un poco, más democrática. Al mismo tiempo, esa bala no salió y tornó más fuerte lo que una institución es, porque al atentar contra la persona queda demostrada la incomprensión de lo qué es lo institucional. Debemos reponernos, repensarnos y fortalecernos más allá del color partidario, más allá de las simpatías y antipatías, porque esa bala la recibimos todos.