Podemos observar la dinámica y vertiginosa reconfiguración de poder en la que se visualiza, desde hace por lo menos dos décadas, la presencia de potencias y potencialidades que entremezclan a un Occidente acostumbrado a desplegar globalmente poder e intereses y a un conjunto que pertenece a Oriente que, sin prisa pero sin pausa, adquiere peso específico.

Eso, en el plano internacional, alude a la posibilidad de hacerse lugar para la toma de decisiones. La naturaleza de un mundo que está en plena reconfiguración manifiesta incertidumbre, tensiones de todo signo, competencia y peligros. El mundo en reconfiguración exhibe desafíos y, a la vez, oportunidades.

América Latina es una región que podría ser abordada de muy diferentes formas. Elegimos dos para dar cuenta de su lugar en el mundo y de su potencialidad: una dimensión material y otra ideacional/normativa. Sus posesiones materiales podrían dar lugar a dos situaciones: el aumento de las presiones internacionales sobre la región, lo cual podría desencadenar un refuerzo de la unidad, o por el contrario, su dispersión. Por otro lado, sus posesiones normativas podrían generar una oportunidad renovada para aumentar la presencia regional en el mundo.

La unidad ratifica y adquiere un nuevo sentido en relación a las circunstancias globales y a la incertidumbre respecto de la marcha de la economía y la política mundial.  

En trazos gruesos podemos decir que América Latina se constituye como una región rica en recursos tanto naturales como humanos. Desde el lado de la demanda, y frente al contexto internacional actual, sus recursos adquieren importancia fundamental (Petróleo, gas, litio, agua dulce, minerales estratégicos). A la vez, se trata de una región con una escandalosamente inequitativa distribución de la riqueza, lo que la convierte en la región más desigual del mundo.

La encrucijada es cómo se conducirá la región en un mundo de fuerte competencia entre grandes poderes que disputan liderazgo y en el que se visibiliza el declive de liderazgos indiscutidos, como el de los Estados Unidos y del sistema capitalista;  un mundo que se debate inmerso en una nueva guerra internacional que, como volcán, desperdigó hacia todos lados bolas incendiarias que obligan a tomar decisiones responsables. Más responsables y más consensuadas que las que nunca se tomaron durante los momentos más álgidos de la pandemia. Estancamiento, inflación y deuda se manifiestan como preludios del mundo por venir.

En época de pasiones tristes, América Latina cuenta con la posibilidad y los recursos tanto simbólicos como materiales para proyectarse hacia el futuro. No dejarse tentar por el juego del alineamiento, ni el de las elecciones irrestrictas. Alinearse consigo recostada en su tradición unificadora, jugar la carta de la unidad de propósitos. No es momento de posturas ambiguas. La propia potencialidad de la región está asociada no sólo a la posesión de recursos sino a su tradición unificadora.

Todavía existen incógnitas respecto de la evolución de los contextos políticos internos en una región que, una y otra vez, se ha sometido a los vaivenes ideológicos haciendo y deshaciendo instituciones, desarticulando los espacios de integración creados, que no sólo intentaron aumentar los márgenes de autonomía sino también adjuntar nuevas posibilidades para resolver los conflictos regionales de manera pacífica.

Del lado de la oferta, nuestra región tiene mucho que ofrecer. Es momento en la historia mundial donde una serie de componentes propios le permitirían a América Latina jugar un rol positivo, como posibilidad histórica realizable. Esto significa introducir la idea de un futuro que cuenta con un pasado como sustento.