La configuración de los sindicatos responde a procesos de lucha que hunden sus raíces en los inicios del capitalismo, pero que expresan la potencialidad del trabajo vivo. Por eso, a pesar de que ciertos discursos asocian a estas organizaciones con lo estático o lo anacrónico, el campo de la representación colectiva es notablemente dinámico.

En nuestro país, una nutrida agenda de lucha y organización gremial refleja ese dinamismo. Aquí repasamos algunas de esas prácticas organizadas en torno a los ejes clásicos constitutivos de la relación capital-trabajo:

1) Tiempo de trabajo.La jornada laboral en Argentina está estipulada en 48 horas semanales, extensión que resultaba razonable en el siglo XIX. Los cambios tecnológicos acaecidos desde entonces incrementaron la productividad; y la vida social se complejizó, sin que esto se haya traducido en una reducción generalizada de las horas de trabajo. Dos de los proyectos de ley presentados en el Congreso Nacional para intentar subsanar ese desajuste, son impulsados por dirigentes sindicales. Desde el argumento del cuidado de la salud y el derecho al tiempo libre, los Metrodelegados recuperaron la jornada de 6 horas. El “derecho a la desconexión” incorporado en la ley de teletrabajo fue resultado de las intervenciones persuasivas de referentes gremiales.

2) Conocimiento, tecnología y trabajo. En nuestro país, la formación profesional depende, en buena medida, de la acción gremial. Cuando pensamos en términos de cambio tecnológico y transición justa, experiencias como la de Fundación UOCRA, Fundación Abdala, las áreas de formación e investigación de UOM, SADOP, SMATA o SATSAID ocupan un lugar destacado. Por su parte, CTERA encabeza desde hace décadas el debate en torno al enriquecimiento de la experiencia pedagógica en los niveles educativos obligatorios.

3) Organización colectiva. En los 90, varios enfoques sociológicos sostenían que el sindicato como actor político había perdido vigencia y capacidad de representar las demandas sociales. No obstante, en los últimos años se gestaron procesos de organización colectiva que encuentran en la forma sindical el mejor modo de expresar y agregar sus demandas. Sin pretender agotar la enumeración, se distinguen experiencias en sectores como software, producción ladrillera artesanal, trabajo en plataformas o economía popular. Estas experiencias tienen en común que representan actividades en las que el capital no necesita corporizarse en la figura de un patrón para hacer sentir su poder.

A esta agenda de temas clásicos deberíamos agregar aquellos asuntos que más recientemente se sumaron a la agenda sindical: sin dudas, el desafío de abordar en forma integral la violencia en el ámbito laboral. Los avances en esta materia y la necesidad de incorporar la perspectiva de género en la negociación colectiva son producto de la colaboración constante entre dirigentes sindicales y profesionales de diversas especialidades. En este sentido, se destaca el trabajo consistente de la Intersindical de Mujeres y su esfuerzo para avanzar en la implementación de los lineamientos de la ley Micaela en el ámbito sindical.

El recorrido por todas esas prácticas no es ni exhaustivo ni excluyente, pero permite exponer dos cuestiones fundamentales. Primero, que las formas asociativas del trabajo siguen siendo espacios de enorme productividad política, aun cuando adolecen en muchos casos de los medios, recursos y herramientas para sistematizar, comunicar y difundir sus aportes. Esta invisibilidad relativa se vincula con un corrimiento de las agendas públicas y mediáticas: desde hace varios años, las protestas y medidas de fuerza se comunican en los medios masivos como problemas de tránsito o rupturas del orden público, en el mejor de los casos. Segundo, la dispersión de esos esfuerzos se puede asociar con la configuración de un modelo sindical que tiende a la fragmentación, característico del fordismo vigente en buena parte del siglo XX. Mientras tanto, el capital ha encontrado en la tercerización, las plataformas y la precarización herramientas muy eficaces para eludir todo tipo de regulación laboral. El único y principal límite a esas maniobras es la acción gremial en todas sus manifestaciones.

Desde su nacimiento, el horizonte de la acción sindical es la mejora de las condiciones de vida y trabajo. El profundo deterioro de la situación social y laboral de las mayorías y la aceleración de los cambios tecnológicos, sobre todo en la postpandemia, muestran que los esfuerzos requieren ser profundizados y sostenidos, máxime en la inminencia de una nueva campaña electoral que suele relegar estos asuntos para tiempos que nunca terminan de ser propicios. Hay urgencias que no pueden seguir siendo aplazadas.

*En co-autoría con Cecilia Cross: Doctora en Ciencias Sociales, Investigadora Independiente de CONICET con sede en el IIEGE (UBA) y docente de la UNAJ | Twitter: @crosscecilia