Una vez más en un contexto de disputa electoral se presenta un proyecto de ley que, con el argumento de enfrentar el problema de la inseguridad, propone la baja de la ley de imputabilidad. Por un lado, se presentan argumentos para desarmar opiniones contrarias: que la ley actual data de un gobierno de facto, que los jóvenes deben tener un régimen penal acorde a sus necesidades, que se deben adoptar distintas medidas socio educativas y que sólo en caso de delitos graves la privación de la libertad se presenta como alternativa, etc. Se retoman en este caso algunas viejas discusiones que reflejan una inquietud legítima por la situación de los jóvenes en conflicto con la ley penal. Por otro lado, los argumentos a favor de la baja, y que tienen el apoyo de franjas amplias de la población, son más llanos, se propone una legislación de mano dura que persiga, detenga y encarcele a los jóvenes que cometen delitos, y punto.

Que los jóvenes perseguidos y encarcelados son pobres, que el sistema penal es selectivo y que no funciona para contener e integrar socialmente, que los delitos que mayor daño social generan son los delitos económicos organizados, que difícilmente son penalizados, aunque sus efectos arrastren a la miseria y al desamparo a los sectores más vulnerables, son verdades a las que adherimos y que ya fueron enunciadas, pero que hacen poca o ninguna mella en la llamada opinión pública. Demasiadas palabras, demasiadas razones y complicaciones. Se buscan por el contrario soluciones simples, pragmáticas, de bolsillo, que la gente común conoce y posee y que los políticos deberían implementar de una vez por todas. Así las cosas, debates y escenarios complejos para pensar la temática se desvanecen en medios masivos de comunicación ultraconcentrados que montan shows en los que presentan una permanente arenga sobre la necesidad de orden y castigo.

En efecto, la demagogia punitiva, en tanto apelación emocional para lograr consenso sobre políticas de mano dura, se fue transformando desde mediados de los años ’90 en una apuesta no necesariamente infalible, pero sí necesaria en las contiendas electorales. El vínculo emocional entre víctimas, público y políticos se estrecha; entre lo que a “la gente” le pasa y las políticas que deben subsanar los malestares sociales no se hacen visibles las mediaciones. Allí anida la mano dura como solución simple y directa que, bajo el sello de Cambiemos, se vincula con otros elementos que nos interesan al menos enunciar.

Uno de ellos es el rechazo y la descalificación del debate político y los saberes científicos. Hay conocimiento acumulado que debería ser tomado en cuenta a la hora de debatir estas cuestiones -antes que el desfinanciamiento de la política científica acabe por destruir aquello que, con esfuerzo, se logró construir- y que debería ser un insumo imprescindible en este caso.

Otro rasgo es la sistemática estigmatización de los sectores vulnerables y de todos aquellos que no se adapten al orden social: son perdedores y peligrosos. Están fuera de juego pero quieren lo que “nosotros” con tanto esfuerzo aun conservamos. Necesitados y amenazantes.

Peor aún, en su particular revisión (y destrucción) de la historia, en el discurso de Cambiemos estos sectores tuvieron en un pasado la posibilidad de crecer, acumular, integrarse y no lo hicieron. Doble penalización por el peligro presente y por el derroche pasado. Castigo entonces y cuanto más temprano mejor.

Construcción infantil y emocional de un mundo de malos y buenos. Fin de la historia, del conocimiento, del debate y la confrontación de ideas. Mundo mágico sin dolores, de alegría, plenitud, sin barreras. La única barrera es el otro amenazante.

Así las cosas lejos estamos de trabajar en un debate que ponga a todos los actores involucrados a pensar políticas responsables, democráticas, inclusivas, en relación con los jóvenes en conflicto con la ley penal. Sólo relatos ficcionales que premian la sumisión al orden. Por eso y más que nunca #noalabaja.

*Escribe Karina Mouzo. Socióloga. Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora del CONICET .Instituto de Investigaciones Gino Germani - UBA