El último tramo de la campaña electoral tiene muchas dudas y algunas aparentes certezas. Entre éstas últimas, la más destacable parece ser el supuestamente seguro triunfo de CFK sobre sus rivales en la elección bonaerense y entre las incertidumbres, que incluso abre la gran certeza hipotética, está la de saber por cuánto sería esa victoria dado que el tamaño que arroje la distancia del primero sobre el segundo, es un dato fundamental de cara al partido definitivo que es aquel que se juega en octubre. Ciertamente, lo que allí pase, dependerá en buena medida de lo que suceda el domingo 13 de agosto.

Los diarios oficialistas se refugian en la "ensalada de encuestas" cómo para tratar de no dar por seguro un triunfo de la ex mandataria que la posicione como ganadora, aún antes de tiempo y que y que ello lo transforme en irreversible a la hora de la verdad. Si acaso las elecciones generales fueran el segundo domingo de agosto, en lugar de las PASO, seguramente las dos bancas por la mayoría para el Senado por la provincia de Buenos Aires serían de Cristina y de Taiana pero, habiendo dos meses más hasta octubre, y teniendo la foto de las primarias, el escenario que se abra desde éstas en adelante puede tomar diversas aristas conforme el resultado que pueda presentarse.

Si en las PASO se impusiera CFK seguida de manera expectante por el desangelado binomio oficialista, habría que prepararse seguramente para asistir al paroxismo de la andanada denunciativa en contra de la ex presidenta y algunos de sus más conspicuos laderos en los meses venideros. Desde allí el oficialismo buscaría limar esa diferencia a la par que intentaría (y algo de ello ya se insinuó durante esta semana) repetir lo que ocurrió en 2015 cuando entre las PASO y las generales la cantidad de votos aumentó casi de manera directa a los votos de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires. Más votos, entienden desde el PRO, reduce el porcentaje sobre el total del voto duro de la anterior presidenta y, para ello, seguramente apelarían a generar un clima a favor de una especie de movilización patriótica para votar en contra de la "corrupción", del "pasado", de "Venezuela", de "Argenzuela", de "Argen y Tina" o de cualquiera de los adjetivos que suelen poblar el discurso oficialista y sus millones de repetidoras en todo el país y repetidores de éstas.

Si acaso el tamaño de la diferencia fuera cercano a una cifra difícilmente remontable, más allá de que obviamente el voluntarismo no debería dejarse de lado; la estrategia de mellar a Cristina seguiría en pie y lo más racional por parte del oficialismo sería tender a diluir lo inevitable en un escenario mayor donde los focos no apunten sólo hacia Buenos Aires, sino que se diversifiquen haciendo centro en otros triunfos que por descontados no son poco importantes como el de Capital Federal. O la posibilidad de que el ex árbitro Baldassi se imponga en Córdoba por sobre el candidato del cordobesismo que no fue, liderado por el autoproscripto De la Sota que junto a su aliado político y gobernador de la mediterránea provincia optaron por mantener las buenas relaciones con Balcarce 50, y no presentar la candidatura del ex compañero de fórmula de Antonio Cafiero en recordada interna.

Otro escenario posible es si el PRO saliera tercero en la elección bonaerense, acaso menos probable pero no por ello menos interesante de pensar. Claramente sería desastroso para el oficialismo pues el costo político alcanzaría incluso al banco de relevos (pensando en el 19) liderado por la gobernadora Vidal. El PRO, en esta hipótesis, se vería además en la necesidad de descontarle también a Massa con lo cual mellaría su relación con un circunstancial aliado a la hora de necesitar los votos de su bloque en el Congreso.

Si de Massa hablamos, no hay que dejar de mencionar que la lista de 1País, por un lado ha logrado lucir en ella nombres de fuste, que si acaso no fuera por la presencia rutilante de CFK como cabeza de lista opacaría a varios de Unidad Ciudadana, con nombres como Felipe Solá y Daniel Arroyo en contraste con los -al menos hasta ahora- no muy destacados Vallejos y Salvarezza. Pero, paradójicamente,  el problema de Massa es ése justamente: su lista es un conjunto de nombres, algunos muy destacables por cierto como el de los ya mencionados, tanto como el de él que ha sumado aplomo y solidez como candidato, pero que no logra conformar un espacio político sólido más allá de las golondrinas electorales de turno que pasan de rama en rama elección tras elección, a la búsqueda de volver a renovar alguna banca.

En suma, su carencia es la virtud de Cristina quien claramente tiene detrás no sólo la mayoría de los intendentes con sus distritos a cuestas, sino del peronismo en tanto movimiento, ya que como es sabido, ella renunció a competir con el sello del Partido Justicialista ahora inmerso en una incomprensible e intrascendente interna entre el pintoresquismo ishista y Florencio Randazzo quien acaso hubiera ganado más compitiendo por dentro de la interna del otrora Frente Renovador, logrando competitividad con el simple argumento a su favor de presentarse como el peronismo enfrentando al progresismo descafeinado, que ha superpoblado la lista massista, y que le permitiría elevar su estatura política enfrentando a un rival de fuste tal y que erra su deseo original.

La clave de esta elección no sólo es de qué manera queda posicionado el gobierno de cara a los próximos dos años, sino quién va a conducir el peronismo en la próxima etapa. Posiblemente eso no quede zanjado automáticamente por lo números electorales ni tampoco permitan que despunte un tercero en discordia entre CFK y Massa. Lo que sí sería deseable es que antes de sacar las PASO, de una vez por todas, sirvieran para algo y esa disputa se resuelva en una primaria abierta entre los dos contendientes que tienen cada uno un pedazo de la llave para resolver la crisis de conducción del peronismo, que es lo mismo que decir que entre los dos tienen la llave para ganarle a Macri en el 2019.