El 12 de septiembre temblaron todas las estructuras del Frente de Todos y del peronismo. El epicentro del terremoto fue la provincia de Buenos Aires, donde la magnitud del sismo hizo desplomar el más grande de todos los mitos de esa tierra: la imposibilidad de una derrota electoral del peronismo unido. Rápida y lógicamente comenzaron los pases de factura y las auditorías internas para encontrar tanto a los responsables de la catástrofe como a los posibles salvadores. Con dos meses por delante hacia las generales de noviembre, aún había una luz de esperanza. Y casi como en una vuelta elíptica del destino, el elegido por las entrañas del kirchnerismo, incluso a costa de uno de sus hijos predilectos, fue un joven pero muy experimentado Intendente del conurbano que ya había sido ungido anteriormente por CFK, que fue parte de un de los tantos intentos por jubilarla, y que en el 2019 había comenzado a tejer una alianza con Máximo Kirchner que hoy lo depositó donde está.

Si lo que le había faltado al Gobierno bonaerense según esas lecturas de la derrota fue territorialidad, la respuesta debía venir de los Intendentes. Y quien mejor sintetizaba las posturas de los jefes comunales en una relación armónica con ese kirchnerismo al que tantos de ellos repelen por las diputas locales que les abre en sus distritos, era Martín Insaurralde. Eslabón de unión de dos cadenas distintas y que suelen vivir a los choques, Insaurralde tiene la llave de ambos reinos a partir de su extensa experiencia y construcción como Intendente y su estrecha relación con el Jefe de La Cámpora. La resistencia de Kicillof a abrirle su gestión a los Intendentes y la poca ascendencia de Máximo Kirchner sobre el Gobernador hicieron necesaria la intervención de la mismísima CFK, quien seguramente más por visión estratégica que por afecto político hacia el lomense hizo viajar a su hijo político hasta el Calafate para terminar de torcer su voluntad. El resto es historia conocida. La remontada que achicó de casi cinco a poco más de un punto la derrota hizo volar por los aires el crédito político del recién llegado, apuntado principalmente por los jefes comunales como el engranaje clave de la nueva y exitosa estrategia electoral.

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De ahí en adelante Insaurralde avanza a paso firme al interior de la gestión bonaerense, sin chocar abiertamente con nadie pero anotándose porotos, tejiendo relaciones y conquistando lugares para los suyos. Con la asunción de la nueva Lesgislatura provincial, Federico Otermín, uno de los principales alfiles de Insaurralde, volvió a ser ratificado al frente de la Cámara Baja. En la creación de los nuevos ministerios el lomense también colocó una ficha. Daniela Vilar, pareja de Otermín y referenta de La Cámpora, fue designada al frente del Ministerio de Ambiente de la provincia. Son solo algunos de los resortes institucionales y de poder a los que la influencia de Insaurralde llega en línea directa, a los que hay que sumar la construcción cotidiana en permanente diálogo con los jefes comunales de municipios propios y ajenos.

Este punto de llegada o de partida para Insaurralde, dependiendo de cómo se elija mirarlo, es resultado de una historia de complejos movimientos en los que rara vez el ex Intendente quedó pero parado antes que después de ejecutarlos. Alianzas cambiantes, pragmatismo extremo y una cultura de cercanía con el poder marcan una trayectoria ascendente, en la cual el Jefe de Gabinete siempre tuvo la gobernación entre ceja y ceja. Con tensión latente con Kicillof y su proyecto de reelección, dos años por delante y la nueva posibilidad de internas para dirimir las candidaturas en internas, vale la pena prestar atención al recorrido y la proyección de un político y un peronista de fuste, heredero del trono comunal de una de las principales figuras del peronismo de las últimas décadas, y cuyo perfil bajo suele un manto cobertor para su enorme ambición.

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LOS INICIOS DUHALDISTAS Y LA LLEGADA AL PODER “A LO NÉSTOR”

Los primeros pasos políticos de Insaurralde fueron en el centro de estudiantes de la Escuela Normal Antonio Mentruyt, en los albores de la democracia. Ya en el campo municipal, su primera plataforma fue la Agrupación Centro Doctrinario de Lomas de Zamora, en tiempos del reinado por esas latitudes de Eduardo Duhalde. Su crecimiento fue rápido y pronto había ganado la confianza de importantes figuras del peronismo lomense como Santiago Carastorre, Jorge Rossi o Hugo Toledo, la mano derecha de Duhalde. De esos vínculos surgió su primer matrimonio, que fue con Liana Toledo, hija de Hugo.

De todos esos vínculos, el más estrecho y el que con el tiempo fue pavimentando su avenida hacia las primeras planas de la política fue el que mantuvo con Jorge Rossi. El ex intendente lomense fue quien apadrinó políticamente a un joven Insaurralde que hacía sus primeras armas, y la relación entre ambos incluye desde la confianza más profunda durante años hasta versiones de traición en el momento de la caída en desgracia de Rossi y su sucesión por parte de su hijo político.

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El nexo entre Rossi e Insaurralde cobró vigor en 2002 cuando el Duhalde Presidente designó a Rossi al frente de la Lotería Nacional. Cuenta la historia que el ex Barón lomense no gustaba de manejar hasta la Capital para ejercer su nuevo cargo y que le ofreció un trabajo de chofer a la joven ascendente figura de la política municipal, que por ese tiempo contaba 30 años y varias dificultades económicas. Hijo de padres docentes, Insaurralde nunca fue un acomodado y tuvo que construir su carrera a base de esfuerzo, trabajo y aprovechar oportunidades como esa, a la que le sacó el jugo. En 2003, un año más tarde, Rossi le pediría explícitamente que encabezara la lista de Concejales que llevaría con su candidatura para la intendencia de Lomas. Sería su primera experiencia como candidato y a la vez marcaría un destino de rosca y jugadas políticas por debajo de la superficie, ya que se trató de una candidatura testimonial. Una vez electo, Insaurralde pidió licencia a su banca antes de sentarse una sola vez en ella para asumir como jefe del despacho de la secretaría privada del nuevo intendente. 

En este punto es preciso contextualizar el momento político del peronismo de esos años. Néstor Kichner había llegado a la presidencia de la nación bajo la bendición de Duhalde, pero había comenzado un paulatino proceso de disputa entre ambos por la conducción del partido, fundamentalmente en territorio bonaerense. Insaurralde era por entonces la mano derecha de Rossi y se encargaba del día a día de la gestión municipal, y también era un habitué de los asados que el “cabezón de Banfield” armaba en la quinta “Los Caudillos”, propiedad de su suegro, aunque nunca se embanderó en la defensa del armado del expresidente. La cautela y la paciencia para esperar a ver cómo se acomodan los melones arriba del camión antes de hacer una jugada fueron desde esos inicios una marca registrada suya.

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Ya en 2006 había llegado al frente de la Secretaría de Gobierno, y en 2007 volvió a encabezar la lista de Concejales, aunque para entonces el kirchnerismo ya tenía su armado propio en el distrito con figuras relevantes como Gabriel Mariotto y Fernando “Chino” Navarro. Nuevamente Insaurralde licenció su banca para dirigir la secretaría privada de Rossi, que había sido reelecto en medio de denuncias de fraude con apenas un 17% de los votos válidos. El oficialismo perdió la mayoría en el Concejo Deliberante y pronto estallaría un escándalo por coimas en el municipio que terminaría siendo un detonante para la gestión. Las presiones venían tanto de la oposición como del kirchnerismo, y sumadas a la debilidad propia obligaron a la gestión de Rossi e Insaurralde a negociar. El resultado terminó siendo la renuncia de Rossi en octubre de 2009 y la llegada al poder de Insaurralde, con un océano de especulaciones para todos los gustos.

Existieron rumores de traición y hasta la versión de que Rossi dejaba el cargo antes del 10 de diciembre de ese año para obligar a Insaurralde a llamar a elecciones por no haberse cumplido dos años de mandato. Lo cierto es que el intendente saliente dejó su lugar a Insaurralde, que para respetar la línea de sucesión debió renunciar a la Secretaría de Gobierno y volver a su banca como primer Concejal para asumir la intendencia desde allí. El proceso fue tan enredado que generó una importante conmoción a nivel provincial, y la Casa Rosada monitoreó el desenlace para evitar ondas expansivas en otros municipios peronistas.

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Así llegó Insaurralde a la cúspide institucional de Lomas, sin haber sido votado para ello, en medio de escándalos por corrupción, por sobre el cadáver de su padre político y con el kirchnerismo presionándolo para que terminara de definirse entre los resabios que quedaban de la estructura duhaldista o la pujante opción de la nueva identidad política que crecía y crecía por esos años del país. Esa falta de legitimidad sumada a la debilidad política del momento llevaron a Insaurralde a encarar una construcción muy atravesada por la presencia territorial y la cercanía con los vecinos. De a poco fue tallando la imagen de un vecino como cualquier otro, preocupado por los problemas del municipio y con una impronta de mucho trabajo. Tiempo después no faltaron los análisis que compararon esa trayectoria con la llegada de Néstor Kirchner al poder con un 22% de los votos y un enorme desconocimiento. Aquel “presidente en campaña permanente”, como se llamó a Kirchner, fue un modelo replicado por el lomense que en esos dos años que tuvo hasta las próximas elecciones construyó el suficiente capital político y la imagen necesaria para arrasar en 2011, obteniendo el 66% de los votos, superando por casi 60 puntos al candidato del FAP y convirtiéndose así en el Intendente más votado de la historia de un territorio emblemático para el peronismo. Y era sólo el inicio.

EL HOMBRE COMÚN ELEGIDO POR CRISTINA

El perfil de tipo común que Insaurralde se encargó de cultivar, hijo de docentes que sólo terminó el colegio secundario y vivió toda una vida en el barrio, tuvo unos meses antes de su arrasador triunfo en las urnas de 2011 un episodio determinante. Manejando hacia un acto a principios de mayo de ese año el entonces intendente interino sintió un agudo dolor en la zona abdominal inferior, que poco después sería diagnosticado como un cáncer de testículo. A fines de ese mes, poco después de cumplir apenas 41 años, Insaurralde comenzaría un tratamiento en el Hospital de Clínicas que incluyó nueve meses de quimioterapia. El triunfo en esa batalla desigual que enaltece a cualquier ser humano que lo logre tiñó de una épica aún más particular a la joven y prominente figura política de Insaurralde.

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Exitoso en la gestión y en las urnas, con un perfil y un carisma que lo alejaban de la clase política tradicional, un tanto desgastada ante los ojos de la ciudadanía, Insaurralde se constituyó en una fuerte apuesta de CFK en 2013, un momento de auge del kirchnerismo ultra ideologizado. Mientras a nivel nacional se discutía la posibilidad de una reforma constitucional que avalara la reelección indefinida y le permitiera a Cristina presentarse en 2015, redefiniendo la noción misma de la democracia en el país, para la madre de las batallas se elegía un soldado cuyo principal valor ante la opinión pública era su imagen de trabajador empedernido por resolver los problemas de su distrito, su historia de vida y superación y su cercanía con una clase media que estaba en disputa.

En el sumun del nivel de consumo de la década ganada, las demandas sociales de parte de esa clase media que aspiraba a más y rechazaba ciertas formas del gobierno, encontraron eco en otro hijo político del kirchnerismo, joven ex intendente peronista del conurbano que se despegó de CFK para intentar su aventura propia. El Sergio Massa opositor condicionó la elección casi en espejo de un Insaurralde que en muchos aspectos representaba lo mismo que él, pero del otro lado de la grieta. El resultado fue una victoria electoral muy contundente en lo político para el tigrense, que se posicionó como el principal candidato opositor para 2015, y un Insaurralde que quedó un tanto desdibujado en la proyección que se había disparado exponencialmente meses antes cuando la bendición de Cristina lo sacó de su pago chico para convertirlo en una figura de relevancia nacional.

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El camino desde allí hacia 2015 fue mostrando al Insaurralde calculador y puntilloso que se forjó en Lomas de Zamora. El apoyo del Gobernador Daniel Scioli y los 78 intendentes que lo respaldaron le permitieron a Insaurralde un contrapeso a su cristinismo obligado de campaña, y en la tensa coexistencia de esos años entre el PJ tradicional y el kirchnerismo el lomense prefirió no quemarse, renunció a su banca de Diputado y volvió a recluirse en su distrito donde resultó electo nuevamente en 2015. En el medio existieron versiones desde su posible candidatura a gobernador en una lista de Scioli Presidente, hasta su posible salto a la oposición para acompañar a Massa en su aventura anti-k. Lo cierto es que su corto coqueteo con el kirchnerismo más duro había pasado a un stand by, los vientos políticos soplaban para otro lado e Insaurralde nunca se caracterizó por ir contra la corriente del poder.

EL GRUPO ESMERALDA: ALTERNATIVA A CRISTINA Y NEGOCIAR CON VIDAL

Con el triunfo de Macri y Vidal en 2015 se inauguró una nueva etapa en la política nacional y de la provincia, donde el principal eje para muchos sectores pasaba por posicionarse en un pos kirchnerismo que asomaba como un sueño mojado a punto de hacerse realidad. Una parte importante del peronismo, y en especial del bonaerense, se tiró de cabeza a garantizar la gobernabilidad para el macrismo en el país y la provincia tratando de obtener la mayor tajada posible en las negociaciones y plantarse como una oposición que borrara del mapa todo vestigio cristinista. La alternancia entre lo que se denominó el “peronismo racional” y el macrismo era el horizonte que el establishment argentino soñaba y tenía al alcance de la mano.

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Insaurralde reunió rápidamente a un grupo de intendentes bonaerenses entre lo que se encontraban muchos de los hoy llamados albertistas, como Gabriel Katopodis o Juan Zabaleta, y conformó el Grupo Esmeralda, llamado de esa manera por las reuniones que se desarrollaban en las oficinas que el lomense tenía en la calle homónima en la CABA. El primer impulso del grupo fue impulsar a Florencio Randazzo, que venía de negarse a la candidatura a Gobernador que la lapicera de CFK le había designado en 2015, y era indicado por el kirchnerismo duro como uno de los responsables de la derrota. Pero transcurrido 2016 y ya en 2017, año en que el peronismo se reordenaría en las urnas, el proyecto Randazzo no medía y, aunque pataleando, muchos de esos dirigentes peronistas volvieron a alinearse bajo el ala de la duela de los votos. Insaurralde, siempre hábil para leer el humor social y posicionarse en consecuencia, fue uno de ellos. Habrá ganado en aquella jugada algunos porotos que estará cobrando hoy por hoy.

El lomense volvió a mostrar su plasticidad y pragmatismo cuando llegó el turno de negociar presupuestos provincial con Vidal. A fines de 2018 Logró una vocalía clave en el Honorable Tribunal de Cuentas provincial, encargado de controlar los números de los municipios, donde colocó a Juan Pablo Peredo, y a Humberto Vivaldo en un cargo directivo del Banco Provincia. No fue la primera vez que Insaurralde le garantizó un presupuesto a la ex gobernadora. Una rápida búsqueda en Google mostrará que el título “tras aprobar el presupuesto Vidal se mostró con Insaurralde” se repite para los años 2016 y 2017. Sin embargo, su ascendencia entre los referentes del peronismo, lejos de agotarse por esta situación, se fue incrementando hasta terminar siendo un jugador clave en el acercamiento entre PJ y kirchnerismo que decantó en el armado del Frente de Todos.

LA ALIANZA CON MÁXIMO Y LA ASPIRACIÓN A LA GOBERNACIÓN

La relación que nunca llegó a romperse con el kirchnerismo posicionó de la mejor manera a Insaurralde cuando, ante el fracaso macrista, se imponía una nueva alianza entre los distintos sectores del peronismo para recuperar el poder. Con un pie en cada lado del mostrador, Insaurralde ofició de nexo y su cercanía con el hijo de la ex presidenta fue en ascenso. Con la llegada al poder sobrevino la pandemia y todo fue urgencia e inmediatez, pero para fines del año pasado comenzó a cocinarse el broche de oro de esa alianza, que hoy deposita a lomense en un puesto de alta jerarquía en el gobierno provincial, vidriera de lujo para su anhelo más profundo.

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Insaurralde fue el primero en proclamar que Máximo Kirchner debía ser el presidente del PJ bonaerense, a fines del 2020. Esa historia, que tendrá un nuevo hito este sábado con un acto de asunción en la simbólica quinta de San Vicente, a la espera de la resolución de la Corte Suprema por la judicialización que efectuara Fernando Gray, marcó un nuevo punto en la ambivalente relación de Insaurralde con el kirchnerismo. 

Insaurralde quiere ser gobernador hace tiempo, y el aval que obtuvo del riñón K, que acudió a él como salvador tras las PASO, sumado al apoyo con el que cuenta de muchos intendentes de la provincia, hacen difícil pensar que se le niegue una chance si decide finalmente lanzarse de cara a 2023. De allí las rispideces con Kicillof y su entorno, ya que hoy por hoy parece difícil aventurar por quién se inclinaría en núcleo kirchnerista compuesto por CFK y MK. Lo innegable es la habilidad demostrada por Insaurralde durante toda su carrera para mantener equilibrios, mantenerse siempre cerca del poder, y no dar puntada sin hilo en sus movimientos tácticos.

Hoy en día, ese equilibrio pasa por armonizar sus aspiraciones con la gestión, en un Gobierno donde su principal tarea es funcionar como un nexo entre un Gobernador que ya expresó sus deseos de reelección y los jefes comunales que son base de sustentación de cualquier proyecto bonaerense. Lo que parece seguro es que, cualquiera sea su próxima jugada, Insaurralde difícilmente salga mal parado.