Sentado junto a María Eugenia Vidal, Guillermo Montenegro y Esteban Bullrich, Diego El Colo Santilli escuchó, en boca de Horacio Rodríguez Larreta, las palabras mágicas que forzaron el último gran vuelco de su carrera política:

–Y en esto de darle continuidad a mi equipo, quiero aprovechar la oportunidad para pedirle a quien fuera nuestro ministro de Espacios Públicos, a mi amigo, Diego Santilli, que me acompañe como vicejefe de gobierno.

El anuncio cayó como una bomba en el estudio de TN. Corrían los primeros días de abril de 2015 y Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti protagonizaban un debate interno del Pro por la sucesión de Mauricio Macri en la Ciudad. Hubo un silencio de funeral, que se extendió los segundos necesarios para que varios de los dirigentes presentes, con largos años de trayectoria partidaria, digirieran la sorpresa que se acababan de desayunar.

El Colo, para ese entonces, tenía otros planes: había sido electo senador en 2013 y apostaba a dejar pasar los turnos electorales que hicieran falta con tal de que le llegara el suyo propio como cabeza de la boleta amarilla porteña. Ir a la sombra de Rodríguez Larreta durante los ocho años completos de dos mandatos –tal y como sucedió– se lo impedía.

Por eso, cuando las cámaras tomaron en primer plano su rostro, le fue imposible esconder todo lo que le pasaba por dentro. Apenas atinó a morderse los labios mientras llegaba con delay la lluvia de aplausos, casi como una liberación de tensión. La oferta, puesta así sobre la mesa, ante los ojos de los millones de espectadores que seguían el debate, era imposible de rechazar. Santilli nunca estuvo tan colorado como aquella noche.

El último cruzado

EL ÚLTIMO CRUZADO

El futuro llegó y los reacomodos de poder al interior de Juntos por el Cambio volvieron a arrastrarlo a un lugar inesperado. Bajo el ala del proyecto presidencial de Rodríguez Larreta, a cuyo destino parece atado, Santilli afronta una nueva cruzada como candidato de exportación desde la Ciudad hacia la Provincia, un territorio que le era más que ajeno al menos hasta los primeros meses de este año.  

Los rumores sobre su candidatura, de la que se empezó a hablar por lo bajo ya desde 2020, se convirtieron casi en certezas cuando les “regaló” 15 patrulleros modelo Ford Focus de la Policía de la Ciudad a los municipios de Lanús, La Plata y Mar del Plata. Más que una declaración de intenciones fue un primer acto de campaña.

Ese primera bandera clavada al otro lado de la General Paz, como era previsible, generó resistencias. La más importante fue la de Mauricio Macri, que nunca estuvo de acuerdo con la estrategia. El ex presidente prefería que Vidal conservara su peso en la Provincia y dejarle el camino libre a Patricia Bullrich. La compleja ingeniería electoral desplegada por Larreta (Vidal de vuelta a Ciudad, Santilli a la Provincia) entraba en franca contradicción con las aspiraciones del antiguo jefe del espacio. Pero se impuso, y las jerarquías internas ahora son otras muy distintas. “Rodríguez Larreta es mejor candidato a presidente que Macri o Vidal”, dejó en claro “El Colo” hace pocos días, por si hacía falta.

Esa declaración tiene, para él, un poco el sabor de la revancha. Los pataleos de Macri con la fórmula no fueron sólo estratégicos o de disputas internas, sino también personal. El ex agente de la AFI Jorge “El Turco” Sáez confesó frente a la bicameral del Congreso encargada de la investigación por el espionaje macrista que “el uno le había bajado el pulgar al vicejefe de gobierno” ya en 2018, y que por eso “le estaban haciendo un seguimiento personal”. “El uno” no es otro que Macri, y el vicejefe no hace falta aclarar quién es. Entre los papeles que dan vueltas en las causas de espionaje hay más de un expediente referido a Santilli, con quien el ex presidente se había obsesionado al punto de revisarle hasta la basura: precisamente un tendón de Aquiles del candidato, al que lo persigue de la sombra de los presuntos favores en el negocio de la recolección hacia la familia Moyano, a la que Macri terminó más que enfrentado.

El último cruzado

Para peor, debe enfrentar una interna nada menos que con la UCR, que fue furgón de cola del Pro en 2015 pero en este turno, como se sabe, armó su lista particular encabezada por Facundo Manes, un outsider de la política, un símbolo tan caro al discurso construido históricamente por su espacio.

El panorama es difícil pero El Colo va y va. No por nada uno de sus slogans para esta etapa está centrada en el trabajo: en lo que va de la campaña es el candidato con más kilómetros recorridos. Visitó Pergamino, González Catán, Hurlingham, San Antonio de Areco, El Palomar, Chascomús y Lanús, entre otros municipios y localidades. Tiene un espacio abierto en la web donde invita a que vecinos y vecinas de toda la geografía bonaerense le abran las puertas. En una suerte de remake de los timbreos, apuesta por el cara a cara e intenta barrer con el porcentaje de desconocimiento que todavía arrastra. Para esa tarea tiene tres soldados incondicionales: el propio Larreta, Elisa Carrió y el intendente de Lanús, Néstor Grindetti, a la postre su jefe de campaña.

Los restantes intendentes de peso del Pro también están, pero no esconden sus propias intenciones, que podrían chocar en el futuro con los del candidato. Tanto Julio Garro (La Plata), como Jorge Macri (Vicente López) y Diego Valenzuela (Tres de Febrero) se alistan como candidatos a gobernador en 2023, puesto que Santilli debería reclamar para sí con buenos argumentos si realiza una buena elección. Para calmar los ánimos, en su momento, Larreta llegó a decir que la elección que se viene “no define” los puestos de largada para dentro de dos años.

Ése es el mar de fondo, el barro interno, con el que llega a la cruzada. Quizás para ahuyentar esa densidad es que también optó por un tono de campaña más light, cuasi infantil, inaugurado por la foto con un mechón de su pelo que se hizo viral en las redes sociales. El escándalo del presidente con Fabiola en Olivos en franca violación de la cuarentena también ayudó a sopesarlo. Pero el viento no es de cola, viene de frente.

EL PODER, DESDE LA CUNA

Criado políticamente en el peronismo y profesionalmente en las mejores universidades del mundo, hijo varón de un prolífico empresario vinculado a la política y al fútbol grande, Diego Santilli forma parte del grupo selecto de dirigentes argentinos que mamaron el poder prácticamente desde la cuna. Comparte ese privilegio con Mauricio Macri y el propio Rodríguez Larreta. Del otro lado de la grieta, con Máximo Kirchner.

Se formó como contador en la UBA, mientras se colgaba de los paravalanchas del Monumental, muy cerca de los borrachos del tablón. Su padre Hugo fue presidente millonario durante la segunda mitad de los años 80, y ambos, padre e hijo, siguen teniendo un peso específico clave en la política interna del club de Nuñez. En ese barrio empezó El Colo su trayectoria política, de la mano del menemismo porteño, luego de un paso por California, donde se graduó en Marketing en la Universidad de Brekeley, y de hacer un máster en Administración Pública en la Escuela de Política y Gobierno de París. Una combinación de calle, familia y preparación digna de los mejores cuadros políticos que puede pedir un país.

Su primera vez fue en la boleta del Frente para un Nuevo País, una verdadera bolsa de gatos que contenía a Carlos Ruckauff y a Gustavo Béliz. Llegó al Pro atraído por la posibilidad de hacer jugar su peso territorial en las comunas del norte en un espacio nuevo, que nacía alrededor de Macri.

El momento más épico, quizás, de ese macriperonismo made in Santilli (categoría que compartía con otro PJ convertido, Cristian Ritondo) fue durante el homenaje a Perón realizado en plena campaña de 2015. Ese día, en la plaza del bajo porteño situada entre la sede de Azopardo de la CGT y el Ministerio de Defensa, Macri fue peronizado en una suerte de bautismo por el Momo Venegas, Hugo Moyano y Eduardo Duhalde, entre otros. El Colo y Ritondo fueron muy felices ese día, pero el espejismo duró poco.

El último cruzado

“Cuando estaba el otro gobierno (kirchnerista), el Gobierno de la Ciudad se sentía presionado y esto hacía que muchos dirigentes del gobierno anterior, el colorado y muchos, nos reuníamos prácticamente casi todos los viernes a desayunar para ver cuáles eran los problemas y encontrar una solución. Hoy ya no necesitan eso y por eso actúan de la forma que actúan”, blanqueó, años después, el propio Hugo Moyano. Ninguno de los dos aclaró nunca, sin embargo, cuál es su verdadera relación de negocios en la Ciudad, mas allá de la política, algo que siempre estuvo bajo sospecha.  

Antes, sus primeros pasos en el partido fueron como presidente del bloque en la legislatura porteña. Se destacó, y Mauricio lo convocó para el ministerio de Espacio Público. Reemplazó en el cargo a Juan Pablo Piccardo, quien salió eyectado luego del escándalo de la UCEP, la patota que desalojaba a los golpes a personas en situación de calle y que funcionaba bajo su órbita y la de otro personaje caro a la historia del Pro, Pepín Rodríguez Simón.

Piccardo ya había asumido algunos “compromisos” turbios con la familia Terranova, que Santilli cumplió, lo que le valió su primer denuncia penal por corrupción a pocos meses de asumir. También fue denunciado por no cumplir con la ley de Basura Cero.

Su paso por el ministerio estuvo plagado de polémicas. En el último trayecto de su paso por Espacios públicos fue el jefe directo de Juan José Gómez Centurión, en ese entonces reclutado por el macrismo para mostrar mano dura desde la Agencia Gubernamental de Control, encargada de habilitaciones. En esa época arreciaban las denuncias de la ONG La Alameda sobre la existencia de talleres clandestinos y prostíbulos que formaban parte de la recaudación extraoficial del gobierno porteño.

Las balas pasaron cerca, pero no lo golpearon: los incendios de un taller clandestino que provocó la muerte de dos niños, en 2015, y del galpón de Iron Mountain en 2014, en 2014, se produjeron cuando ya había asumido su banca como senador, aunque seguía controlándolo políticamente.  

La denuncia que sí lo alcanzó a rozar tuvo que ver con el escándalo en plena campaña de 2015 por los contratos con la Ciudad de una empresa ligada a Fernando Niembro, entonces candidato a primer diputado por la Provincia en la Boleta de Cambiemos. “La Usina Producciones”, la compañía del comentarista de fútbol devenido candidato, se llevaba buena parte de esa torda del ministerio de Espacios Públicos.

ANTES Y DESPUÉS DE NANCY

Durante su etapa de ministro, un hecho de su vida privada –y no tanto– generaba rispideces y recelos al interior de su partido. Quizás como ningún otro miembro del Ejecutivo, Santilli se destacaba por sus campañas de promoción y su alta rotación mediática. Impulsó con éxito el slogan “Ciudad verde” y despuntaba en sus redes con un talento para la comunicación que era envidiado puertas adentro. Parte de ese éxito, muchos se lo atribuían a entonces su mujer, la periodista Nancy Pazos.

La ruptura de la pareja, en 2013, fue festejada por el Pro. Le adjudicaban a la periodista un exceso de protagonismo y hasta le habían frenado su desembarco al Ejecutivo. Desde entonces, ella pasó a ser un problema público, pero sólo para Santilli. Lo último que dijo sobre él, en una entrevista con la principal contrincante, Victoria Tolosa Paz, “es que le sale bárbaro hacerse la víctima”.

“La verdad, yo fui abandonada, dejada, me engañó con otra, se fue, se casó al poco tiempo y después yo terminé siendo la villana de la historia, lo cual es una cosa increíble. Tiene esa capacidad”, dijo. “Pasó hace un montón de tiempo y ya está todo más que bien”, agregó. Menos mal.