¿Cuán neoliberales somos?
Se materializa en nuestros cuerpos, nuestra gestualidad, nuestros modos de decir, de pensar y de hacer, en nuestras prácticas
Cuando me invitaron a escribir esta columna fue a través de una propuesta rápidamente formulada como pregunta: ¿Cuán neoliberal es Cambiemos? y el sentimiento que me invadió fue de vértigo porque, si bien Cambiemos tiene límites claros (aunque últimamente parecen difuminarse cada vez más), el neoliberalismo no. Así, ante la pregunta sobre cuán neoliberal es Cambiemos, es imperioso preguntarse cuán neoliberales somos nosotros al admitir una expresión electoral de esa naturaleza, con el fin de intentar mensurar el impacto de toda una serie de transformaciones que exceden por mucho a la fuerza política macrista. Como diría la Thatcher, si la economía es el método y el objetivo es cambiar el alma, cuánto transmigraron nuestras almas del keynesianismo al neoliberalismo.
Si pensamos el neoliberalismo como un abanico de políticas económicas muy concretas, tales como políticas de ajuste, reducción de subsidios a los servicios públicos, endeudamiento, privatizaciones, incentivo a las inversiones privadas y reducción de la intervención del Estado en la economía, jerarquización del mercado como modo de asignación de bienes y servicios, Cambiemos cumple con esos requisitos. Durante su paso por el gobierno nacional en el frente “Juntos por el Cambio” se puede hacer una tilde en cada uno de esos puntos.
Sin embargo, hecha esta constatación se presentan algunos problemas. Uno tiene que ver con el carácter genuino del neoliberalismo de Cambiemos, incluso considerando que se los “corre por derecha” acusándolo de no ser lo suficientemente neoliberal. Allí aparecen las voces de un Melconian diciendo respecto al gobierno de Macri (del que había formado parte, por cierto): “No fue gradualismo, fue inacción” o un José Luis Espert apuntando: “Quiero ver a los liberales que mandan a votar a Macri defendiendo el control de cambios” o la más explícita acusación a Cambiemos de ser un kirchnerismo de buenos modales o, también, un irreverente Milei que ante la política del cepo cambiario dijo: “Esto muestra que este mamarracho no es liberalismo y que le importa un carajo cagarse en las libertades individuales”. Este es un problema, porque indicaría la supuesta existencia de un modelo de neoliberalismo, un manual al cual ajustarse y criterios que nos ofrecerían la ubicación de cuán cerca o lejos estaríamos de ese modelo óptimo.
Pero entiendo que debemos adoptar la imperiosa tarea de desustancializar al neoliberalismo; es decir, comprenderlo como algo que no tiene una sustancia universal e inmodificable y, desde luego, lejos está de ser un manual. Aceptando esto, el modo de hacerlo es historizándolo con el fin de centrarse en los procesos de traducción y producción del neoliberalismo en cada contexto. Al no ser un mero paquete de medidas económicas que se imponen desde afuera, al menos al no ser sólo eso, en cada contexto el neoliberalismo adquiere rasgos propios en función de la relación entre la manera que pretende ser impuesto y el modo particular que termina adquiriendo por las formas específicas de apropiación. Las tradiciones políticas, las historias de luchas y resistencias en cada contexto juegan, no son elementos decorativos que se pueden hacer a un lado, por ello esas resistencias no resultan un rechazo total de lo que se pretende imponer, sino unos obstáculos que obligan a recalcular, a relanzar la estrategia de poder de otra manera. El neoliberalismo penetra recalculando, no lo hace de una vez para siempre y de manera exitosa. Donde encuentra obstáculos los transforma en posibilidades, donde encuentra límites hace de ellos plataformas de relanzamiento bajo nuevas estrategias, empatiza con otras lógicas propias del contexto que lo hace dinámico.
Por lo expuesto, me atrevo a decir que, aun cuando determinada política económica neoliberal se encuentre en retroceso, aun cuando determinados principios se encuentren en franco descrédito, ello no es señal de derrota del neoliberalismo en tanto y en cuanto éste se materializa en nuestros cuerpos, nuestra gestualidad, nuestros modos de decir, de pensar y de hacer, en nuestras prácticas. En otras palabras, como lo expresa Murillo, el neoliberalismo es un proceso civilizatorio que implica cambios políticos, económicos, culturales, subjetivos.
En 2016 Esteban Bullrich, quien entonces oficiaba como Ministro de Educación de la Nación, en un Foro Mundial expresaba: “Nosotros tenemos que… crear argentinos y argentinas que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla, de entender que no saber lo que viene es un valor”. Lo que entonces parecía pura brutalidad y cinismo, no era más que una diáfana declaración de principios. En estas palabras retumba el ethos neoliberal, producir sujetos que no se sientan inscriptos en un colectivo, que se encuentren en la intemperie, que ello lo experimenten como libertad y que, paulatinamente, se borre la memoria sobre los sistemas de protección social y los derechos sociales.
Dicho esto, el juramento de Macri como presidente allá en 2015 puede haber sido anecdótico o sólo un furcio, pero resulta útil para darle un cierre a esta columna. En primer lugar, la Patria es una entidad simbólica, pero con la capacidad de interpelar o producir un colectivo, una comunidad. No mencionarla como entidad en la jura presidencial puede leerse como exorcismo contra ella, expulsarla del orden de lo deseable al apartarla del orden de lo enunciable. Si para Bullrich, crear argentinos y argentinas es crear individuos, lejos está la Patria como el nombre de una experiencia colectiva. A decir de Thatcher: “No existe tal cosa como la sociedad, sólo existen hombres y mujeres individuales”, para Cambiemos no existiría tal cosa como la Patria, sólo argentinos y argentinos viviendo en la incertidumbre y disfrutándola.
Cambiemos es neoliberal, no tengo dudas, ahora el vértigo se produce cuando tenemos que respondernos cuán neoliberales somos nosotrxs.
*Doctor en Ciencia Política. Profesor de Teoría Política en la Facultad de Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario. Investigador Adjunto del CONICET. Twitter: @GiavedoniJose