Si bien las mujeres no tenemos restricciones formales para participar de la vida política, persisten obstáculos culturales naturalizados que se retroalimentan. En primer lugar, las decisiones sobre quienes son las mujeres que integran las listas las siguen tomando, en líneas generales, los mismos hombres.

Como dicen Jutta Borner, Mariana Caminotti, Jutta Marx y Ana Laura Rodríguez Gustá en su libro ¨Ideas, presencia y jerarquías políticas. Claroscuros de la igualdad de género en el Congreso Nacional de Argentina¨, es dentro del partido político donde se dan las relaciones de género jerarquizadas que después se reproducen en el Congreso. Esto queda de manifiesto luego de más de dos décadas de sancionada la Ley de Cupo a nivel nacional,  con el estancamiento en la composición femenina en el Congreso que ronda el 30% previsto por la norma.  Entonces, vemos que llenar las listas de mujeres es condición necesaria pero no suficiente para la paridad real.

Muchos detractores de las leyes de cuotas en general y de la Ley de Paridad en particular, aducen que las listas deberían ser integradas solamente en base al mérito personal sin tener en cuenta que hombres y mujeres no tenemos el mismo punto de partida, ni las mismas oportunidades de desarrollo de nuestra carrera. Como argumenta Cippec en su documento ¨La paridad en el Congreso Nacional¨ del año 2017, existen múltiples estudios que demuestran que en igualdad de condiciones de experiencia es más probable que un hombre acceda a un puesto relevante para la toma de decisiones e incluso a las mujeres se nos exige más en términos educativos para acceder a un mismo cargo.

Por otro lado, aunque parezca que avanzamos en la división sexual del trabajo, los estereotipos de género siguen estando muy presentes. Se piensa a las mujeres como no políticas, cercanas a la sociedad civil, intrínsecamente buenas y no se espera de nosotras que tengamos ambición de poder. Incluso, con las mejores intenciones se plantea femenizar la política pero, como advierte el filósofo político Daniel Innerarity, lo realmente emancipador, o sea, la aplicación real de la paridad implica romper el territorio que consagra determinadas características y propiedades naturales para cada uno de los géneros. Cuando decimos que las mujeres están más cerca de la gente y sus necesidades, ocultamos que lo que en realidad sucede es que estamos más alejadas de la política real, del poder.

El estado moderno y la democracia liberal se pensaron basados en una estructura de división sexual del trabajo en donde el hombre se encargaba de la esfera pública y la mujer del ámbito privado. La modificación de ese contrato que comenzó hace muchas décadas, motivado por el movimiento feminista, todavía no es del todo equilibrado. Por lo tanto, si queremos verdaderas sociedades democráticas y paritarias debemos poner el foco sobre la cantidad de mujeres en lugares de decisión pública y los roles que ejercen, al mismo tiempo que es necesario cuestionar el gobierno de las mujeres en el ámbito privado como algo natural que aún hoy nos obliga a realizar doble o triple jornada, partiendo en la mayoría de los casos de una situación desigual e injusta.

El verdadero desafío entonces de la democracia paritaria deber ser repensar la actual estructura de poder y los atributos preconcebidos a hombres y mujeres. Quizás en ese punto logremos realmente un estado más presente, donde la totalidad de sus agentes puedan practicar la empatía y estemos más cerca de construir sociedades justas.

*Politóloga. Experta en políticas de género. Twitter: @carolinaurtea