¿Podemos votar por el tipo de democracia que queremos?
Por Daniel Busdygan. En la consolidación de nuestra democracia nos hemos acostumbrado a la sana tarea de votar entre proyectos de país, candidatos, planes económicos, etc. Sin embargo, ¿son esos los únicos temas sobre los que podemos ser consultados los ciudadanos?
Pensó alguna vez qué temas son materia de elección democrática. Existen algunas cosas que lógicamente no podrían ser materia de votación porque atentarían contra el sistema mismo. Por ejemplo, es claro que nunca podría haber un sufragio en el que se decida democráticamente si vamos o no a seguir con la democracia. Ahora bien, en la consolidación de nuestra democracia nos hemos acostumbrado a la sana tarea de votar entre proyectos de país, candidatos, planes económicos, etc.; sin embargo, ¿son esos los únicos temas sobre los que podemos ser consultados los ciudadanos? No.
Bien podríamos votar sobre temas como la despenalización de ciertas drogas, la pena de muerte, una reforma constitucional, el aborto, entre otros. Ahora bien, ¿podríamos votar por qué tipo de democracia preferimos? La teoría política ha concebido distintos modelos de la democracia y según cual fuera el modelo adoptado, esta forma de gobierno posee diferencias sobre cuál es el lugar de la deliberación, cuán modificables son sus instituciones, cuánto deben participar los ciudadanos y sobre qué cosas puede votarse.
Cada modelo de la democracia tiene características que establecen tanto sus propios límites como los temas que están sujetos a consulta. En principio para diferenciar modelos, podemos atender a una importante distinción general entre los modelos procesales puros y los impuros. Los primeros entienden que la democracia se define como un conjunto de procedimientos imparciales que se dan con una determinada regularidad y de los cuales surgen resultados que deben ser aceptados y respetados.
Luego de la deliberación y la votación, la decisión colectiva ha dictaminado y el procedimiento sin más es la justificación última del resultado. Así, la democracia tomada como un procedimiento puro en la toma de decisiones colectivas es compatible con cualquier resultado que se ajuste a esa metodología. Quienes desconfían de estos modelos consideran que si, a lo largo del tiempo, no se atiende a los resultados, entonces el mero procedimentalismo puede llevarnos a resultados opuestos de un tiempo a otro.
A su vez, esas variaciones disruptivas pueden terminar por reforzar las profundas desigualdades que existen dentro de la sociedad. Si sólo nos concentramos en los procedimientos democráticos "limpios", la democracia puede terminar teniendo cierto síndrome de personalidades múltiples donde nada impide que en alguna de sus caras se abran las puertas a políticas indeseables de atosigamiento de las minorías, discriminación racial, de clase o de género. Por eso, no es suficiente con que un resultado sea democrático para que sea correcto.
Contrariamente, quienes abogan por modelos procesales impuros entienden que debe haber criterios independientes que nos permitan evaluar la admisibilidad y razonabilidad de lo decidido. Cuáles son esos criterios de cara a la heterogeneidad de la población es quizás uno de los puntos más controvertidos e ineludibles que debe fijársele al sistema democrático.
Ahora bien, sin esos criterios análogos a una carta de navegación, la democracia no es más que un tipo de algoritmo del que se pueden deducir orientaciones contradictorias o rumbos incompatibles para una sociedad. ¿Podemos votar por el tipo de democracia que queremos? Parece que la única opción que se nos suelen dar son los modelos puramente procesales y maniqueístas, no obstante, deberíamos poder tener como opción algún modelo de democracia que le dé más peso a los espacios de intercambio y deliberación en los que se tracen cuáles son los criterios que marcan nuestros avances y retrocesos.