Mientras intento regresar a casa, sorteando obstáculos urbanos, me pregunto cómo el tiempo -que alguna vez tuve para pensar con detenimiento mi vida - se me escurre ahora como arena entre los dedos. Preciada arena. Me pregunto, mientras evito un accidente automovilístico, si la sensación de vivir acelerados/as es producto de la experiencia biográfica de un joven presionado por el futuro, o bien un efecto o patología engendrada por el tardo-capitalismo. Lejos de cualquier explicación psicologista, decido inclinarme por la segunda opción. Sostengo, mientras espero la luz verde para avanzar, que el neoliberalismo busca mantenernos acelerados/as, estimulados y en estado de alerta, cultivando deseos que empiezan y acaban en el individuo; es decir, deseamos deseos de corto espectro, que no alcanzan a producir un goce duradero, ni a nivel individual ni a nivel colectivo.

Si, es cierto que vivimos en sociedades altamente diferenciadas y complejas, y que hoy nos gobierna cierto mandato de la diversidad, en el que cada uno/a tiene derecho a ser quién desee ser, también creo que vivimos en un mundo fuertemente homogeneizado y muy sofisticadamente gobernado, en el que las jerarquías de género, raza, clase y edad permanecen vigorosas, reproduciendo desigualdades profundas que no consiguen desarmar los discursos emancipatorios. Y es que, curiosamente (o no tanto), hasta el más crudo neoliberalismo se ha apropiado de estos discursos, fabricando promesas e ilusiones de autonomía.

Pero lejos de haberse producido algún efecto en dirección a sociedades más justas e igualitarias, en Argentina y América Latina nos encontramos ante la avanzada de expresiones y discursos racistas, xenófobos y clasistas; tras la promesa de un futuro libertario, se despierta el resentimiento y el odio de algunos sectores, reclamando el retorno a un orden tradicional. Conviviendo con el mandato de la felicidad individual, se ha producido la fascistización de la política y la sociedad. 

Se trata de una especie particular de fascistización, que no es igual a la que recorrió el mundo durante el siglo XX, pero que posee elementos comunes. Estos elementos ponen una alerta a la pervivencia de proyectos democráticos. Algunos sentimientos negativos afloran en una “sociedad del cansancio” (parafraseando al filósofo Byung Chul-Han): resentimiento, indignación, odio y violencia que no tienen un destinario/a claro; y peligrosamente ejercidos desde y sobre los eslabones más vulnerables del sistema. Somnolientos/as pero en estado de alerta, y sin capacidad de disponer de tiempo para frenarnos, el neoliberalismo nos roba la capacidad de identificar lo que nos amalgama a pesar a de las diferencias.

Los sectores neoconservadores o también llamados “nuevas derechas”, edificadores de un proyecto de vida individualista, hedonista y narcisista, buscan –como sostiene la filósofa Wendy Brown- aniquilar lo público como espacio para la imaginación de futuros posibles; ellos tomaron la posta para imaginarlos, mezclando un mundo de libre-mercado con la protección de la familia nuclear moderna y la evocación de una moral tradicional. Entonces, lo público, lo colectivo, es decir, el lugar donde pese a las diferencias podemos pensar proyectos políticos para arreglar este descalabro, tiende a desfigurarse o a desaparecer.

Para ello, resulta fundamental cierta conquista del lenguaje. El mundo del tardo-capitalismo es un mundo de hechos. Las tecnologías de la información y la comunicación han facilitado la circulación de datos. Pero la época actual carece de narrativas, es decir, de relatos que articulen pasado, presente y futuro para construir sentidos. Por el contrario, el mundo de hoy se percibe como el efecto que el capitalismo salvaje ha provocado, y sobre el que sólo queda habitarlo lo más felices que podamos. Se ha naturalizado que no vale la pena invertir energías individuales o colectivas en desafiarlo. La apatía le ganó al pensamiento y a la acción, en la época del cenit de las comunicaciones. Lejos de las narrativas, sólo hay que conocer bien las coordenadas (los datos) -siempre cambiantes- que permitan sacar tajada a las mentes más pragmáticas.

Si el neoliberalismo ha conquistado nuestra percepción del tiempo, no es menos cierto que intenta colonizar nuestra subjetividad. Esa subjetividad nos supone a todos/as por dentro y por fuera de un sistema que asumimos perverso, pero en el que confiamos que con nuestra inteligencia pragmática, con nuestra racionalidad instrumental, podemos habitar. Este mundo que se vende en el remate al mejor postor, nos encuentra a todos/as como víctimas de un sistema que está irreversiblemente destinado a destruirse con nosotros/as. Todos/as víctimas, sin ser capaces de discernir cuáles son las más dañadas existencias. Víctimas que encuentran su resarcimiento, su pequeña venganza, tomando pequeñas licencias individuales, cuyo correlato colectivo es la fragua del lazo social.

¿Por qué no podemos imaginar futuros posibles? Me pregunto cuál es el tan sofisticado dispositivo que nos ha colocado un deseo nihilista y cierta apatía política, por encima de la potencia creativa que (sigo creyendo) contiene la condición humana. Acaso ¿es tan bella y noble nuestra condición que deseamos liquidarla? O bien estamos abandonados a la inmediatez de nuestros cuerpos, la vanidad y la liquidez del vínculo con el otro/a; a repetir hasta el hastío un presente continuo, frente al olvido de las utopías colectivas.

Entre la multitud de la urbe, veo subjetividades laxas, flexibles, líquidas, anárquico-libertarias, y también cínicas y fríamente estratégicas; veo confiados/as fieles que afirman viajar livianos/as por el espacio sideral de la fragmentación atomística de lo social.

¿Cómo salimos de esto? Lo pienso, cada tarde, mientras intento regresar a casa. A pesar de todos los intentos del neoliberalismo - capitalismo por inculcarnos que la salida es individual, por las experiencias históricas acumuladas, sabemos que la única forma de salir de las grandes crisis es de manera colectiva, organizada y solidaria.

*Sociólogo. Doctor en Ciencias Sociales, docente en la Universidad Nacional de La Plata