Para responder qué cambió en la sociedad argentina para que hoy finalmente el aborto sea legal es necesario mirar hacia atrás, muchos años. No es una lucha ganada después de unos pocos meses. Es acumulación de historia de nuestros antepasados. Mujeres sumisas, dedicadas al trabajo y crianza de 10 hijes, muertas por abortar en la clandestinidad por no poder acceder a un sistema de salud, por des información, por evitar la criminalización, evitar ir presas, evitar otra trompada de sus parejas, evitar perder el trabajo. Todas, en nuestros antepasados (y no tan lejanos) tenemos estas historias.

La primera marcha por la legalización del aborto en Buenos Aires fue en 1984. En el 88 se formó la Comisión por el Derecho al Aborto, en el 93 se presentó en el Congreso el primer proyecto de ley. En el 2005 nació la Campaña Nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito que años después impulsó otro proyecto de ley. Proyecto que luego se presentará siete veces (una vez cada dos años). En el 2012 surgió el fallo FAL de la Corte Suprema. En el 2015 fue la primera marcha de Ni Una Menos, consigna que intenta visibilizar que morimos asesinadas sin parar. Realidad que no es de Argentina, sino del mundo. Entonces es un sistema mundial que perpetúa el intento de anular a las mujeres y disidencias sexuales. Hasta que en el 2018 se hizo público el debate por el intento a la legalización del aborto. Se votó y se perdió.

La palabra aborto pasó de estar furtivamente en boca de algunxs a estar en agenda mediática. Antes estaba en susurros en salitas. Ahora, la tenemos en conversaciones familiares, en reuniones de amigues, en confesiones. En comisarías. En las iglesias, en el fútbol, en mi casa, en la tuya; en el mundo. Esa palabra, gritarla... ponerla sobre la mesa y que desenrolle historias desgarradoras que ahora se hacen públicas es lo que necesitábamos. Y qué tarde. Porque perdimos muchas y dejan a sus hijes sin madres. Tarde, tarde, muy tarde. Pero llegó. Y nos trae debates y preguntas que antes jamás nos atrevíamos a hacer. Si eso no es verdadero cambio cultural, diganme qué entonces sí lo es.

Necesitamos eso. Una revolución cultural para crear nuevos modos de organización de la vida, de los vínculos, de la economía, de todo lo que nos esclavice de cierto modo.

Y finalmente en el 2020 el proyecto se legalizó.

¿Por qué no legalizar el aborto? Es una realidad que existe, aunque esté escondida, aunque se criminalice. Por qué no habría de reglamentarse algo que evitaría muertes. No se legalizaba porque era un intento más de seguir oprimiendo a la mujer. De perpetuar la mirada que nos impusieron de que solo servíamos para darle placer al hombre, gestar, parir y criar. Pero también, no se legalizaba porque la clandestinidad es un negocio. Un negocio de médicos que practican abortos clandestinos, negocio para la monopolización de un medicamento que puede usarse para hacer abortos, negocio para seguir explotando mujeres, violarlas y hasta vender sus bebes.

Negocio que mantiene el orden de un mundo que ya no es lo que era. Un orden social, económico posible de controlar. Controlar el deseo, la producción capitalista, la identidad sexual, el control de la decisión de una misma para diseñar el proyecto de vida que una quiere.

Legalizarlo también es un acto de justicia social porque como siempre, las que más pierden, son las que menos tienen. Menos educación, menos trabajo, menos información, menos acceso a la salud, menos posibilidades de vivir una vida digna. Legalizarlo es también un cambio cultural porque con el paso del tiempo, dejarán de señalar a los profesionales de la salud que practican abortos. Se irá diluyendo el estigma social sobre las mujeres que deciden abortar. Dejará de existir la clandestinidad que nos ha dejado alrededor de 450 mil abortos clandestinos al año.

Las estadísticas deben ser mayores porque al no ser legal, no se pueden saber las cifras reales, ya que muches por miedo esconden o mienten que se han realizado un aborto o que, como medique, han realizado alguno. 135 internaciones por día por aborto inseguro. Por día, 7 niñas entran a una sala de parto en nuestro país. ¿Hace falta explicar que si una niña está embarazada es porque fue violada?

La consecuencia de no haber legalizado el aborto durante tantos años, también implica el avance de un sector que quiere mantener su poder y enquistarlo aún más. Las iglesias, los oscurantistas, los opositores a todo avance y emancipación de las mujeres. Por eso, esta conquista no queda aquí. Tenemos que seguir de cerca el avance de esta ley.

Nos encontramos ahora con el desafío de monitorear su aplicación porque ¿cómo va a garantizar el Estado argentino la efectiva aplicación de esta ley? Si tenemos la ESI aprobada por el Congreso y no se aplica. Es sabido por toda la sociedad argentina que hay localidades donde la salud pública está cercada por sectores de las iglesias que impiden que los derechos humanos, los de la mujer y los derechos reproductivos se garanticen.

Otro de los desafíos que me preocupa, es el estigma que hay sobre aquellas mujeres que deciden abortar y el señalamiento, represalias y disciplinamiento que hay sobre el personal médico que atiende y lleva a cabo el deseo de una persona a hacer con su cuerpo lo que quiera. Sobre todo porque el sector de los antiderechos negoció el punto de objeción de conciencia institucional para dilatar cualquier proceso de interrupción voluntaria del embarazo de modo judicial. Entonces necesitamos que los profesionales de la salud se sientan libres y sin miedo a la hora de trabajar.

Después de la votación, todos los grandes medios alrededor del mundo publicaron la noticia. Recibí infinidad de mensajes de distintas provincias del país con sensaciones de valentía para seguir la lucha por nuestros derechos, de compañeras de países de latinoamerica esperanzadas, mirando este logro como la punta de lanza para el resto de la región de América Latina, continente que tiene una fuerte presencia del catolicismo, que siempre impide que se amplíen los derechos en el terreno de la política. Por eso, mi próxima lucha será por la separación de las iglesias y el Estado. Porque la religión no debe ser parte de la materia pública que legisle sobre nuestros modos de pensar, ni sobre nuestros cuerpos.

Con este triunfo del movimiento de mujeres y disidencias sexuales, se abre una nueva posibilidad para repensar el mundo. Una nueva organización heterogénea, múltiple, horizontal, empática, respetuosa con el medio ambiente, inclusivo y diverso. Esta ola repiensa nuestros hábitos, nuestra vida cotidiana, nuestras formas de dirigirnos, nuestras costumbres. Sobre todo en un mundo en emergencia climática, con pandemias cada más feroces y menos espaciadas. Es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo. Por eso es vital luchar organizadamente en movimientos que habiliten un nuevo modo de pensar la vida que llevamos.

Siento que este movimiento que propone otro modo de pensar las cosas, la vida, la economía y los vínculos sociales es un aliento de esperanza para cambiar las reglas de juego de este sistema capitalista que respira a través de la cultura patriarcal. Ahora, más que nunca, después de este triunfo, seguiremos luchando por la ampliación de derechos y un mejor mundo.