Durante el siglo XIX el nivel de vida de los pobladores del litoral era tan alto que atrajo a millares de inmigrantes, del interior primero y de Europa luego, y la gran mayoría tuvo un buen pasar, aquí o en sus pueblos originales. La escasez de mano de obra, entre otras condiciones, permitió que la riqueza se derramara. Pero el mercado asignó muchos más recursos para un sector que se apropió de la tierra de la región más rica. El sistema se destruyó una vez que entró en crisis por condiciones externas: la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión. Los que más sufrieron esas modificaciones fueron los no propietarios y los asalariados. La caída del salario real durante la década de 1930 generó desigualdad y pobreza.

La escasez de exportaciones implicó dificultades para importar, por lo que espontáneamente se comenzaron a reemplazar las importaciones por producción nacional. El Estado impulsó el crecimiento industrial que se volcó al mercado interno a medidos de los ’40, mejorando los salarios y otorgando beneficios que se invertían en el consumo. Es el punto de arranque del modelo alternativo, el distribucionista, aplicando políticas inspiradas por el keynesianismo.

El siguiente movimiento del péndulo se produjo con el golpe de 1955 que significó un drástico aumento de la desigualdad. Pero no se abandonó totalmente el modelo, ya que el desarrollismo a partir de 1958 siguió impulsando la industrialización. Ello significó un lento reacomodamiento de los trabajadores que hacia 1975 habían alcanzado nuevamente el nivel de 1952. La distribución del PBI en 1975 era por partes iguales entre capital y trabajo. Pero El Rodrigazo y la posterior dictadura otra vez movieron el péndulo, castigando a los trabajadores con la baja del salario y la represión, mientras el PBI se estancaba.

Alfonsín poco pudo revertir la tendencia, que se profundizó en la etapa menemista. La crisis de 2001 demostró lo perverso de la apertura, que generó desindustrialización, retroceso del PBI, de los salarios, un desempleo nunca visto antes y una desigualdad y pobreza similares al conjunto de América Latina, es decir a perder la excepcionalidad argentina, junto con Uruguay.

El proceso iniciado en 2003 marcó un nuevo movimiento del péndulo, que si bien tuvo viento de cola, fue aprovechado por el Estado para mejorar la situación de los más postergados y la de los sectores medios en general, que siguieron mejorando a pesar de las dificultades externas que aparecieron en 2008. Pero un mal recurrente retornó; la falta de divisas para importar los bienes necesarios para mantener la actividad.

La vuelta del aperturismo con Macri es historia reciente. Su fracaso implica, para algunos analistas, el fracaso de los verdaderos dueños del poder para establecer el neoliberalismo y su perversa distribución de la riqueza. Sin embargo, el distribucionismo ganó nuevamente una batalla; no la guerra. Es necesario dar la batalla cultural para evitar que los cantos de sirena nuevamente obnubilen a algunos sectores.

Varias lecciones se extraen de este paseo por la historia. En primer lugar, es posible el crecimiento con distribución; varias veces en nuestra historia ha pasado. Durante la primera mitad del siglo XIX, aunque el objetivo no haya sido la distribución, ésta se mantuvo hasta 1890. Luego, a partir de la salida de la primera guerra hasta 1930. Nuevamente durante el mercado internismo, con altibajos, entre 1945 y 1975. Por último, el lapso 2003-2015.

La segunda lección, fueron gobiernos con gran apoyo popular los que distribuyeron; el primer radicalismo, el primer peronismo y su influencia hasta 1975, y el kirchnerismo. Es un desafío para esta nueva administración, llegada bajo el paraguas del peronismo, y con esas banderas, lograr revertir el paradigma distributivo y generar los cambios fiscales suficientes para que el ciclo pendular concluya.

*Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Instituto Ravignani (UBA/CONICET). Docente de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires