Samoa no es solo una isla más entre tantas que forman parte de la gran Polinesia. Fue un país prácticamente desconocido para mí y si bien las opciones eran varias (Fiji, Samoa, Vanuatú y Tonga) Samoa fue el ganador.

Para que se ubiquen un poco, Samoa se independizó de Nueva Zelanda en 1962. Las dos principales islas del país son Upolu y Savai i y está formada por diez islas de origen volcánico. Las playas son atractivas y variadas, si bien muchas son pura piedra (no aptas para bañarse), por supuesto también están las de arena blanca y agua cristalina aunque lamentablemente la fauna marina prácticamente escasea ya que en el 2009 sufrieron un tsunami que destruyó la isla y la barrera de corales.

Lo primero que me llamó la atención son las construcciones amplias y con poco mobiliario. Desde afuera se puede ver toda la casa, están abiertas debido al calor que hace. Las rejas no existen y las puertas escasean, más bien son reemplazadas por cortinas. Imagínense, que la inseguridad tampoco existe.

La familia samoana nunca se separa, viven todos juntos en la misma casa ya que se va heredando de generación en generación, acrecentando la familia. Sus familiares fallecidos yacen en la entrada de su casa, con  hermosos mausoleos. Son dueños de su propia tierra por la módica suma de nada, por el simple hecho de haber nacido allí ya tienen derechos sobre la misma y solo deben pagar lo que consuman de agua, electricidad y gas.  

La gente es simplemente maravillosa, son hospitalarios, preguntones, charlatanes, amigables, dulces y sonrientes. Son muy abiertos, no hubo anciano, adulto, niño que no me salude, o no me pregunte de dónde era, si me gustaba su país y cuando iba a volver. Vale destacar que no pasé desapercibida, es decir no hay mucho turismo y en verdad lo anhelan.

No solo sus viviendas son distintas, sino también sus formas de vestir. El lavalava (son muy parecidos a los pareos) es la prenda por excelencia, tanto para los hombres como para las mujeres. La mayoría anda descalzos o en ojotas. Lo más loco para mí fue ver gente trabajando en un banco en la capital Apia con una camisa mangas cortas, corbata, lavalava (pareo) y ojotas. El uniforme de la escuela es igual.

Me habían contado sobre los viajes en bus pero no lo hubiera creído si no lo vivenciaba. Los servicios son escasos, por ende en horarios picos se completan rápido los asientos. Una vez estos completos, los que siguen subiendo en el bus se sientan en las piernas del que está sentado (a upa), hombres con hombres, mujeres con mujeres, mujeres con hombres. No hace falta pedir nada, solo bajan las manos y la otra persona se sienta sobre ella. De esa manera caben más personas en el bus, si eso no es solidaridad no sé lo que es. De todas formas fue bastante cansador viajar por horas en la falda de otra persona con música estilo reggaetón zumbándome en los oídos y ni les cuento para la otra persona!

Tuve la oportunidad de recorrer la isla Upolu en moto en un día, ya que hay un solo australiano que alquila en las dos islas. Palmeras, playas, cascadas, selva, mar, pequeños almacenes y muchos niños a pura sonrisas la rodean y si bien los lujos escasean, el aire mismo te relaja. El modo de alojamiento más económico son los fales, (chozas rusticas) y podés conocer atractivos únicos como los Alofaaga Blowholes en Upolu o el xenote To Sua en Savai i cerca de la playa más famosa, Lalomanu.

Sin duda un destino único y diferente a cualquier otro, donde la gente hace al lugar más maravilloso.