El 25 de mayo ha sido desde siempre motivo de disputas no solo historiográficas, sino también políticas. En ese sentido es deseable que de alguna vez esa fecha pueda ser el mojón sobre el cual empezar a edificar una democracia más plena, es decir más participativa y que pueda dar respuestas definitivamente a la deuda que en materia social  todavía no ha dado.

De alguna manera, cada 25 de mayo empieza nuestra cuaresma cívica, aquella que culmina un mes y medio después el 9 de julio. En ambas fechas sucedieron hechos diferentes, claro está, pero hay 9 porque antes hubo 25 y éste es celebrado en Buenos Aires que lo tomó como propio, desde los festejos que se hicieron en 1811 pirámide y fiestas mayas mediante. Cada 25 de mayo nos invita a repensarnos como sociedad y, en cierta forma pensar cómo hemos transitado cada 25 es analizarnos también como parte un todo que, en cierta forma, allí comenzó a amalgamarse.

Mientras que los contemporáneos no dudaban en hablar de revolución y entender el proceso que a partir de 1810 se abre, como un "ciclo", en contraposición a miradas retrospectivas posteriores que han tendido a interpretarlo como una jornada o, a lo sumo, una semana donde cambió el orden previamente dado.

Lo cierto es que el 25 de mayo es la prueba irrefutable de las pasiones argentinas, no el de 1810, sino las disputas posteriores por la asignarle a éste un sentido que permita o justifique algún tipo de posicionamiento político presente. Acaso los ríos de tinta que aquellas jornadas históricas han generado, nos obliguen a hacer como nación, de una vez y para siempre, un análisis profundo de la verdadera naturaleza, no ya del 25 de mayo por cierto, sino de las profundas tensiones internas que históricamente han atravesado la sociedad argentina. Y entender de qué modo los diversos sectores políticos en cada momento de nuestra historia han intentado tener su propio 25, es decir un 25 a la medida de sus intereses y necesidades, nos pueda resultar de buena utilidad.

Sin ánimo de adentrarnos exhaustivamente en una retrospección historiográfica sobre el tema que nos convoca, no podemos dejar de mencionar que en 1910, en ocasión de los festejos del primer centenario, desde la elite agro-exportadora se intentó mostrar al mundo la Argentina como una Nación, que ellos entendían, pujante, y celebrar, o acaso celebrarse a sí misma como su clase social artífice y hacedora, frente a los ojos del mundo en lo que fueron festejos sin pueblo, pero con la Infanta Isabel de Borbón, lo cual claro es una definición. Cincuenta años después, en 1860, también hubo festejos conmemorativos, más austeros acaso, pero también con la presencia de delegaciones internacionales en un clima político cuya clase dirigente, en medio de los profundos enfrentamientos y proscripciones políticas apenas disimulados por el gobierno civil de entonces, no podía ofrecer mucho más que actos institucionales y ceremonias formales.

Que el primer centenario haya sido celebrado bajo estado de sitio y que el sesquicentenario lo haya sido bajo el imperio del Plan CONINTES, nos hace reflexionar que en ocasión de celebrare 200 años de la Revolución de Mayo. Acaso el saldo más positivo como sociedad que podemos extraer de la conmemoración de ese 25 de mayo, del cual ya pasaron siete años, nos permite y acaso nos exige problematizarlo, es la presencia de la gente en la calle sin ningún tipo de restricción ni proscripción lo cual, en cierta forma nos hace empezar a pensar que en nuestra joven democracia, que ya se acerca a sus 35 años ininterrumpidos, más allá de las enormes deudas que en materia social existen, radica uno de nuestros contados consensos como argentinos y cada 25 de mayo es y debería ser una buena oportunidad para intentar ampliarlos.

Pero si de mayo hablamos, y de democracia o de su ausencia, no podemos no mencionar que el golpe de Estado que en 1955 derrocó al gobierno constitucional, se autoproclamó continuador de la línea histórica Mayo- Caseros que, entendían, había sido desviada en el siglo XIX por Juan Manuel de Rosas y en el siglo XX por el General Perón. El revanchismo de clase instaurado bajo el lema "Ni vencedores, ni vencidos" (aquel que dijera Urquiza luego de vencer a Rosas) y que a la postre no dejará más que como "vencedores vencidos" a quienes intentaron gobernar no sólo de espaldas al pueblo, sino impidiéndole la expresión política durante casi dos décadas, nos invita a hacer un ejercicio de retrospección interno como sociedad y volver a poner sobre la mesa que cuidar la democracia es no temerle al pueblo, es gobernar de cara a él y es no perseguir, demonizar, ni estigmatiza al que piensa diferente, en ello quizás radique nuestro mayor desafío en términos políticos como sociedad en su conjunto.

25 de mayo y pueblo van de la mano, y para definitivamente concretar una democracia plena y  en términos más amplios, hay que discutir cómo establecer canales donde la representación haga paso a la participación y de manera concomitante lograr la inclusión social que permita que el pueblo no sólo sepa de qué se trata, sino que sea quien diga de qué se debe tratar.