La Argentina enfrenta problemas de sostenibilidad en cuanto a la imposibilidad de consensuar un modelo de desarrollo entre sus principales fuerzas políticas desde hace más de diez años, junto a otros problemas estructurales propios de las economías periféricas. Dichos problemas repercuten fuertemente en el mundo del trabajo.

Uno de ellos es la inestabilidad laboral persistente en el mercado de trabajo debido al estancamiento desde el año 2012 de la generación de empleos plenos de derecho, que son aquellos registrados, estables y cuya remuneración está por encima de la línea de la pobreza.

Durante el año 2020, a raíz de la pandemia, se acentuaron los problemas de empleo, pero, en el 2021 nuestro país empezó a mostrar signos de vitalidad y comenzaron a delinearse algunas posibles tendencias. El PBI de la Argentina creció en torno al 10%, ubicándose entre los niveles más altos del mundo. Algunos sectores crecieron, se recuperaron a niveles superiores de la pre-pandemia, y crearon puestos de trabajo (como la pesca y la industria manufacturera), otros crecieron y lograron equiparar los niveles pre-pandemia (como el agro), mientras que otros crecieron fuertemente pero no lograron recuperar los niveles pre-pandemia (como los hoteles y restaurantes, el servicio doméstico y la construcción).

Este crecimiento dio lugar a una mayor demanda de empleo. La tasa de empleo se ubicó en los niveles más altos desde el año 2016 (58,8%) y el desempleo se ubicó en los niveles más bajos desde el año 2014 (9,1%). Estos datos constituyen una luz de esperanza teniendo en cuenta la enorme complejidad de los problemas que enfrenta nuestro país.

Sin embargo, el crecimiento de la tasa de empleo del año 2021 se caracterizó por la generación de empleos precarios (inestables) y no registrados (informales), mientras que el empleo asalariado registrado se mantuvo estancado. Es decir, el crecimiento no tuvo su correlato en la creación de empleos de calidad.

Este tipo de crecimiento muestra también otra característica asociada al tipo de empleo que se está generando. Parecería haberse asentado un fenómeno que se disparó en el año 2019: la tendencia hacia la masividad de trabajadores pobres. Estos representaron durante el año 2021 al 28,2% de la población ocupada. Una cifra récord considerando que, por ejemplo, en el año 2012 la cantidad de trabajadores pobres representaba el 11,5% de la población ocupada. La creación de empleo precario e informal genera condiciones de empobrecimiento debido a que esos/as trabajadores/as son inestables, no tienen acceso a la seguridad social, ni ajustes salariales por paritarias en un contexto de alta inflación.

Hemos experimentado en el año 2021 un alto crecimiento económico que hizo crecer la cantidad de trabajadores/as pobres. Esta forma de crecimiento abre interrogantes acerca de la relación entre crecimiento y desarrollo, y de la sustentabilidad de dicho crecimiento en materia laboral. No ha sido capaz de generar trabajo decente y ha profundizado las desigualdades al interior de la clase trabajadora entre aquellos que cuentan con estabilidad laboral y aquellos/as que no.

Se abre la pregunta acerca de cuál será el rol del trabajo en esta fase pos-pandemia que comienza a tomar forma: ¿va a acompañar el crecimiento aportando mano de obra barata? ¿O el trabajo volverá a tomar un lugar protagónico como integrador social? Lo primero supondría “dejar hacer” a los empleadores para reducir costos laborales. Mientras que lo segundo implicaría promover políticas de recuperación del salario, y poner más énfasis en políticas activas de generación de empleos plenos, formalización del trabajo no registrado, establecer controles y regulaciones a las relaciones asalariadas encubiertas en el universo no asalariado, y la conversión paulatina de los programas sociales de contraprestación laboral en trabajo digno.

*Sociólogo. Doctor en Ciencias Sociales e Investigador de CONICET en el campo de los estudios del trabajo. Autor del libro "La hegemonía del capital" (Ed Teseo).