Desde sus inicios, los noticieros se respaldaron en un naturalismo desde el que, aseguraban, abrían al espectador una ventana a “la realidad”. La consigna fue (y es) mostrar la “verdad” de lo que ocurre más allá de nuestros ojos.

Las noticias sobre delitos tuvieron y tienen todos los condimentos para ser percibida como “lo que está pasando”, como “la realidad”. Porque ¿quién no fue víctima de un delito o teme serlo? Pero la manera de contar algo que posiblemente ocurrió (aunque algunas veces no haya sucedido) implica una forma de narrar los conflictos, definir los actores y certificar que pueden resolverse de determinado modo. Por eso no existe sólo el crimen tal como lo vemos desde nuestras múltiples pantallas. Existen crímenes, sólo algunos de los cuales se transforman en noticia y sólo algunos de los cuales son definidos como tal. No existe una realidad. Existen realidades, algunas de ellas contadas y cristalizadas en los medios.

En la televisión la noticia policial tiene una jerarquía envidiable para otras secciones noticiosas. Según la Defensoría del Público (2016), las señales de cable transmiten el 28,2 por ciento de la duración de su programación con noticias policiales, mucho más que información deportiva y política. En los últimos meses estas noticias tomaron un camino no novedoso, pero sí poco transitado: la justicia por mano propia y el ajusticiamiento policial. Un joven de 18 años baleado por la espalda en La Boca, un chico de 12 años en Tucumán, un muchacho golpeado y asesinado a manos de “víctimas” convertidas en victimarios en Mendoza. Y la lista sigue ¿cuál es el crimen en estos casos? ¿Cuál la realidad?

Los espectadores no somos detectives y accedemos al hecho a través del relato de otros. Igual el periodismo, que conoce los delitos a través de una de las partes que estuvo “en el lugar de los hechos”, la parte policial. Esto es tan viejo como la mismísima noticia policial. Los informantes, en muchos casos, son instituciones que apañan a agentes de seguridad que no temen por la vida de otros, menos aún por la de un delincuente (quien parece no tener derecho a la vida) y disparan en el espacio púbico sin pensar en represalias institucionales, cómo sucedió con Chocobar. Más aún si la máxima cabeza política de nuestro país asegura que las víctimas tienen la prioridad, cueste lo que cueste. Pocos se preguntan qué significa hablar de víctimas y victimarios, como si muchas veces estas etiquetas no pudieran cambiarse de sujeto en tan sólo segundos. Si el periodismo no busca otras fuentes para este tipo de informaciones, el crimen será uno (el hecho que inició la persecución policial) y la realidad también (si el delincuente muere “es porque lo buscó”).

Algunos periodistas repiten información brindada por las instituciones oficiales sin tener en cuenta que se trata de una posición institucional con un interés determinado. Eso sucedió hace algunas semanas cuando la agencia oficial de noticias Télam informó que la familia del niño asesinado en Tucumán había ingresado al velatorio a los tiros. La noticia era falsa. Télam la hizo circular, el resto de los medios la copiaron sin más. La información falsa llega y se cristaliza en una audiencia preocupada que necesita hechos chequeados, no imágenes irreales.

El punto que podemos incorporar en este debate es qué pasa con la falta de credibilidad ciudadana en las instituciones que deben proteger a la ciudadanía e informar a las audiencias.

La encuesta de victimización del Ministerio de Seguridad de la Nación indicó que en 2016 no fueron denunciados el 47,5 por ciento de los delitos contra el hogar y el 66,3 por ciento de los delitos contra las personas. ¿Cuál es el motivo? La desconfianza. Los medios que dicen mostrar “la realidad” no quedan exentos del descrédito. Según Latinobarómetro el 57 por ciento de los encuestados en Argentina no confía en los medios, un dato que se acerca  al relevado por el Observatorio de Comunicación, Política y Seguridad.

Quienes nos cuidan y definen cuál es el crimen, deberían recordar que existe un plural que puede incluirlos. Y quienes nos informan, también deberían tener en cuenta que los crímenes no son sólo los que se deciden informar y que las realidades son múltiples y contradictorias. Porque los medios y la policía, al final de cuentas, no son lugares “seguros” para las ciudadanías preocupadas por la inseguridad.

*Investigadora del CONICET. Autora de Inseguros. Twitter: @mercedescalzado