Cristina mártir, presa o no. Candidata o proscripta. Es el tiro por la culata que le puede salir al gobierno sin siquiera haber empuñado el arma.

Todo es obra y gracia del Partido Judicial. Y desde ya que nadie quedará conforme. Por un lado, se presiona para castigar con la misma enjundia que los medios hegemónicos claman. Por otro, los acólitos más enceguecidos ven únicamente operaciones de Clarín, Carrió y Stolbizer y nada para reprochar a la ex Presidenta.

Pero en el medio hay mucho. Y muchos. En principio, una gran masa de votantes a los que no les da lo mismo que Cristina sea candidata a que no. Y también hay un espacio político, o varios, a los que se ven con futuro en un amplio frente filo kirchnerista; y, por el contrario, se ven en el ostracismo si no tienen a la jefa como cabeza del movimiento.

Cristina no puede ser eterna. No tenemos que anclarnos en un pasado de nostalgias. La posibilidad de que no esté, está. Lamentablemente, y ella misma lo sabe, es blanco de odios viscerales. Por su condición de mujer, de abanderada de una época de crecimiento, de compañera, en fin, por ser ella así y no de otra manera.

Todos los gobiernos, en todas las épocas, vinieron a dividir. Aunque sea bajo el mote de la inclusión, del diálogo, o con el discurso de la no política. Simplemente porque no se puede gobernar cumpliendo los intereses de todos los sectores. Nunca pasó, ni creo que pueda pasar porque los intereses se contraponen constantemente.

No creo que sean más democráticos los gobiernos que son condescendientes con algunas falsas mayorías. Menos los que someten a todos a los designios extranjeros a cambio de espejitos de colores. El mejor gobierno es el que logra convertirse en un justo árbitro entre los muchos intereses que se encuentran en pugna.

Ganar las elecciones es un enorme desafío. No todos pueden soportarlo. No cualquier espalda logra decir que no a algún poder y sale ileso. Las marcas quedan. Las deudas se cobran. Y se cobran en vida, con la vida muchas veces.

Por eso es que hay actores que son casi perennes en estas lides la Corte Suprema como cabeza del partido judicial y los poderes reales que hay en todos los países y que aquí se muestran como parte medular de los medios de comunicación. Muestran sus cartas a través de los medios.

De allí que la Ley de Medios fue una victoria a lo Pirro para el kirchnerismo. No importó que fuera debatida como ninguna otra en la historia ni aprobada con total legitimidad. Perdió la batalla de la palabra, valga la ironía.

El costo de pelearse con un poderoso hace que los dos salgan lastimados, pero siempre es uno el que gana la batalla. Hubo triunfos, triunfitos y triunfazos, pero la estocada final de uno sobre otro aún no se produjo.

Nuevamente ingresa en escena, por delante de todos, el Poder Judicial con sus determinaciones de constitucionalidad, amparos, y cuanta herramienta tenga a su alcance para favorecer a unos y a otros. Ahora bien, debemos pensar la entidad, el peso específico, de cada uno de esos lados. No solo preguntarnos quiénes son, sino también, de cuál lado estamos viviendo la pelea. Porque en alguno estamos, no somos suizos neutrales. Somos ciudadanos que nos podemos hacer los distraídos en algunas cosas para los demás, pero en nuestro interior sabemos quién deseamos que gane.

Siempre buscamos en la política la solución a nuestros entuertos. Así debe ser. Tengamos o no una jefa, siempre habrá instancias superadoras por las que luchar. Una vez que consigamos eso, tendremos a todas las Cristinas que podamos desear, a todos los modelos de inclusión masivos y a una república sana y fuerte.