Marzo es el mes de las mujeres que luchan, tan irreverentes que se han propagado por el mundo entero, y de generación en generación. También es “el mes de la memoria” en nuestro país. En clave feminista, se trata de una memoria que ha encendido rebeldías y resistencias implacables: en las calles, en el interior de los hogares y en los espacios donde habitan espectros de mujeres indómitas. Estas nos recuerdan, sobre todo en los días que corren, que el control sobre nuestros cuerpos y sobre lo que producimos y cómo, son grandes deudas que la democracia tiene con nosotras.

Mujeres indómitas 

En 1977 nace la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, quiénes a pesar de haber sido reprimidas, detenidas e incluso desaparecidas como sucedió con Azucena Villaflor -presidenta de la Asociación-, continuaron marchando cada miércoles con un pañuelo blanco para visibilizar la demanda de aparición con vida de sus familiares detenidxs - desaparecidxs durante la última dictadura militar (1976- 1983). Esta lucha incansable permitió restituir la identidad a 130 nietxs apropiadxs o nacidxs en cautiverio, y marcó la agenda de las luchas por los derechos humanos hasta el presente.

Estas mujeres indómitas, han permitido engendrar memorias de rebeldías, aquellas que agitan las banderas que encausaron a sus familiares desaparecidxs, y que encarnan aquella categoría de espectro formulada por el filósofo Jacques Derrida para pensar el lugar paradójico que tiene algo que está ausente y presente al mismo tiempo, que es invisible pero visible a través de sus efectos materiales concretos.

En clave feminista implica resignificar el accionar de aquellas mujeres “subversivas” que al oponerse a la desigualdad social, representaban un peligro para el orden social establecido.  Por ello, es que el terrorismo de Estado incluyó métodos de represión específicos contra las mujeres, de “disciplinamiento de género”, en el que la violencia sexual constituye el peor castigo y que opera como mensaje para el resto de las mujeres que observan/ escuchan aterradas.

En efecto, las mujeres militantes eran consideradas transgresoras no sólo por su militancia contra el orden establecido, sino en tanto encarnaban una ruptura con los roles de género tradicionales. Actualizando la figura de aquellas brujas que ya en el periodo de transición al capitalismo, se resistían a obedecer los mandatos de género y que las llamaba a cumplir, principalmente, el rol de mujer: madre, cuidadora, sostén de la familia. Hacedoras de un trabajo doméstico no remunerado.

Hacer memoria de rebeldías feministas nos permite en este sentido, no perder de vista que a las mujeres nos deben desde hace varios siglos el control sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros proyectos de vida y sobre nuestros deseos más genuinos.

Una deuda histórica con las tareas del cuidado

La desigualdad en torno a las tareas del cuidado es una de las grandes deudas de nuestras sociedades democráticas. De acuerdo a las estadísticas de la Organización Internacional de Trabajo (OIT),  sólo siete minutos ha disminuido la brecha de género dedicado al cuidado entre 1997 y 2012. De manera transversal y traspasando barreras geopolíticas, las mujeres cargan con tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerados. Al mismo tiempo que somos las mujeres las que nos encontramos más vulnerables a sufrir el desempleo y salarios más bajos que los varones.

Ello no es causal, sino constitutivo de la lógica de despojo del sistema capitalista heteropatriarcal, que acumula poder y ganancias al apropiarse de nuestro trabajo doméstico no remunerado y de nuestras tareas de cuidado que permiten reproducir y sostener la vida.

En nuestro país, pese a que el viento parece soplar a nuestro favor por contar ahora con un Ministerio de Mujeres -género e igualdad, habrá que seguir agitando memorias y luchas de rebeldía para terminar con la relación de explotación en torno al trabajo doméstico y de cuidados. Una lucha que también involucra el control de las mujeres sobre la reproducción de la vida, lo que aún nos debe la democracia, y que se reclama con furiosa alegría en cada Pañuelazo verde, y en cada encuentro de lucha feminista.

El control de nuestros cuerpos, lo que aún nos deben

La ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) sigue siendo una deuda de nuestra democracia. Muy pronta a saldarse gracias a la lucha feminista que instaló el proyecto en las calles, y que se arraiga en la larga tradición de lucha del movimiento de mujeres y del movimiento LGTIBQ en nuestro país.

Deudas, espectros y memorias de rebeldía

El pasado 1 de marzo en el inicio de las sesiones ordinarias del Legislativo argentino, el presidente Alberto Fernández anunció que enviaría en los próximos diez días un proyecto de IVE para que sea tratado en el Congreso, junto con el Plan de los 1000 días para garantizar la atención y el cuidado integral de la vida de la persona gestante. Sin embargo, dadas las circunstancias excepcionales de emergencia sanitaria por el avance del COVID19, el proyecto deberá esperar a ser tratado cuando se normalice la situación.

El reverso del contexto de cuarentena en el hogar, manifestó el carácter imprescindible que tiene el trabajo doméstico con el que cargan las mujeres de manera naturalizada y desigual en relación a los varones; intensificadas ahora con el cuidado a algún familiar mayor. Lo que reactualiza la necesidad de que se revaloricen económica y políticamente las tareas del cuidado, y que se redistribuyan de manera equitativa al interior del hogar.

Al mismo tiempo que reavivó heridas de nuestra sociedad vinculadas a la historia de represión, a la violencia institucional y al punitivismo (que se acrecentó los últimos días con grandes dosis de xenofobia). Junto con la amenaza de que se naturalice el control social de los cuerpos, sobre todo de los cuerpos de riesgo: enfermos, gestantes, viejos, tullidos, migrantes y marginales.

La memoria ilumina así un aspecto del presente que nos duele, que nos falta, que no olvidamos y que no perdonamos. Si el espectro es una representación que siempre puede retornar, porque está latente, podríamos decir que, para evitar “perder” las huellas de las luchas feministas, debemos hacerlas “reaparecer” a través de prácticas emancipadoras contra la desigualdad social y contra toda opresión: sexo genérica, etaria, geopolítica, racial y de clase.

En definitiva, actualizar las luchas de nuestras abuelas, brujas y ancestras que se encuentran en las raíces profundas de nuestras memorias de rebeldía, y que gestaron pañuelazos blancos y pañuelazos verdes, a como dé lugar y contra cualquier obstáculo.

* Doctora en Filosofía y activista feminista. Docente e investigadora en el IdIHCS/ CONICET- UNLP.