El aborto debía ser puesto en debate y ha llegado un tiempo histórico para que esto suceda. La ley que regula y prohíbe la práctica nos fue dada en 192; piénsese que en esos tiempos aún no existían los Derechos Humanos- menos los Derechos de las mujeres-, además, las mujeres no podían votar ni acceder a cargos políticos ejecutivos, no podrían decidir sobre su identidad de género o acceder al matrimonio igualitario. Por todo eso y un sinfín de cosas más, podemos decir que otros tiempos corren en el país y en la región por lo que, era más que evidente la necesidad de revisar las normativas sobre interrupción del embarazo. A pesar de las distancias que puedan existir entre las creencias de las personas, la clave para que los diálogos no encallen en la arena de la deliberación, es buscar  ciertos puntos de contacto desde los cuales pueda comenzarse a trazar un marco que promueva un respeto tolerante a la pluralidad.

El ethos político en el que nos hallamos discutiendo el asunto, nos encuentra haciéndolo sobre una serie de valores políticos (no religiosos) básicos que se fueron sedimentando en la cultura y en la convivencia democrática. La existencia de una discusión libre y abierta sobre el aborto permite el reconocimiento de las diferencias profundas que existen entre las creencias de los ciudadanos y además nos demuestra cómo podemos saldarlas. Para que las distancias entre esas creencias opuestas no introduzcan un problema en la estabilidad política de una sociedad, es preciso que la discusión que decida políticas públicas sobre el aborto se dé en el ámbito público de una razón propia de la ciudadanía.

De ahí, que los argumentos de salud pública tienen un peso por demás relevante al momento de mostrar que el aborto es un hecho, el cual seguirá ocurriendo aún cuando se lo vuelva a prohibir. La cantidad de abortos clandestinos y las muertes de mujeres pobres como consecuencia de los mismos, es un hecho que muestra la impotencia de las leyes que pretendan regular prácticas tan íntimas de la mujeres ¿En serio alguien piensa que dejará de suceder el aborto si del tratamiento parlamentario surge que debe prohibirse? La razón de la ciudadanía que guíe el debate no debe desconocer ni pasar por alto de ese dato de la realidad. Asimismo, dicha razón debe estar guiada no sólo por los datos de la realidad (y no los de la religión) sino además por valores solidificados en nuestra Constitución. Allí aparece con mucha claridad el hecho de que las mujeres deben poseer una igualdad sustantiva en derechos y que la vida en gestación en el estadio donde no tiene capacidad de sentir dolor ni placer no posee sino Derechos potenciales.

El eslogan que recorre la boca de muchos políticos, “A favor de la vida”, esconde más de lo que dice. Encubre el hecho de que se está buscando favorecer una narrativa en particular: ¿quizás religiosa?, sobre cómo pensar la vida en desarrollo intrauterino; una narrativa que busca ajustarse a los tiempos sirviéndose de ciertas interpretaciones de hechos sostenidos por la ciencia. Una narrativa que no diferencia entre los que es -pero en potencia- y lo que es, aquí y ahora, en el presente.

Vale decir, existen otras narrativas razonables contrarias a esa que también tienen datos de las ciencias y que son más consistentes con prácticas y creencias que regulan la vida cotidiana. En esas narrativas la vida en gestación tiene un valor incremental, no es absoluto si carece de capacidad de sentir dolor o placer. Esa narrativa de la vida en gestación además es consistente con otras cosas que describen el mundo cotidiano, no llamamos bebes a los fetos pero tampoco egresados a los alumnos, ni curas a los simples seminarista, menos, policías a los cadetes en formación. Si ni el código civil se llama persona a la vida en gestación y ni las iglesias se han atrevido a bautizarlos, ¿por qué deberían tener más derechos o peso que las mujeres quienes no son personas en potencia?

Es llamativo ver cómo los promotores del “derecho a la vida” no han estado en permanente reclamo cuando la práctica existía sin más. Las grandes protestas que se han comenzado a dar “a favor de la vida”, vale decir- de los embriones o de los fetos- no se escandalizaron y menos se movilizaron por las prácticas diarias del aborto legal para casos de violación o problemas de salud, ni cuando aparecían las cifras altísimas de abortos clandestinas, ni cuando a unos pocos quilómetro, Uruguay aprobaba la despenalización del aborto para las mujeres de ese país.

Para evitar nocivas simplificaciones o generar nuevas grietas, debemos exigirles a nuestros representantes que el debate o sus posicionamientos no sean saldados dando simplemente un eslogan. Nos deben más. Deben darnos argumentos seculares que permitan ver cuáles son las razones de su posicionamiento. Sólo así el debate se enriquecerá. En lo personal espero que se construya una ley en sintonía con el valor de la igualdad que está en la Constitución política de la Nación.

*Docente-investigador Universidad Nacional de La Plata; Universidad Nacional de Quilmes. Director de la Maestría en Filosofía UNQ.  Autor del libro Sobre la despenali­zación del aborto (2013) y co autor de Conocimiento, arte y valoración: perspectivas filosóficas actuales (2016) e Ideas y perspectivas filosóficas (2017). Algunos de sus trabajos están disponibles en https://unlp.academia.edu/DanielBusdygan