En Ecuador no hubo dudas. No se titubeó ni se puso en duda la posibilidad de cada modelo de llegar a la Presidencia. Era una elección crucial, para unos y otros. Para todos. Tanto para la patria chica como la grande.

Nadie creyó que arrasaría e hicieron todo en la campaña electoral. Como se debe, con todas las herramientas posibles, tanto discursivas como mediáticas. Las cartas fueron puestas sobre la mesa desde un principio, y eso ayudó al electorado a definir su voto a conciencia, muy a pesar del bombardeo mediático desestabilizador que tuvo que soportar el oficialismo. Ambos contendientes se conocían y eran viejos conocidos de otras elecciones.

Por un lado, el derecho, estaba un hombre de la alta sociedad, banquero desde siempre, ex superministro de economía y asesor del ex presidente Lucio Gutiérrez en 2003. Como cocarda de exponente fiel de la derecha continental, Guillermo Lasso posee casi 50 empresas off shore en Panamá, las Islas Caimán, etcétera; amén de mostrar un crecimiento tan exponencial como inexplicable de su fortuna. Esto gracias al Estado, muchas veces benefactor, de los más poderosos.

Cruzando la grieta hacia la vereda izquierda, Lenín Moreno, ex vicepresidente de Ecuador entre 2007 y 2013, junto con a Jorge Glas, quien ya venía ocupando la segunda magistratura desde el año 2013.

¿Está claro, no? El oficialismo ecuatoriano sí entendió qué se estaba jugando en esta elección el futuro de la revolución (así denominada por Correa). ¡Qué mayor demostración de continuidad al poner sus dos vicepresidentes en la fórmula!

Más allá de la discusión sobre números puntuales, todos coinciden en que en la última década Ecuador atravesó el período más estable (y con crecimiento en los índices de desarrollo) de su historia contemporánea.

Pero no fue solo el presente lo que terminó inclinando el fiel de la balanza en favor del oficialismo, sino el recuerdo de la gigantesca crisis vivida en 1999 (llamada feriado bancario que terminó en la dolarización de la moneda y en la que Lasso tuvo participación activa, viéndose beneficiado en un país donde los asalariados y la economía veían diluirse al extremo). El candidato de la derecha llegó hasta estas elecciones con un discurso de manual y que recordaba aquellas medidas que encendieron la mecha del derrumbe total. Él mismo manifestó que daría rienda suelta a las fuerzas del mercado, reduciría el gasto público, privatizaría la salud y la educación, bajaría los impuestos y firmaría el acta de defunción del populismo de Correa.

Y éste, el Presidente, se puso la campaña al hombro y ayudó, en todo, a su fórmula de continuidad. Solamente su liderazgo permitió construir un triunfo de carácter inédito, puesto que nunca un modelo de país había sido reelegido cambiando de candidato a la presidencia.

El mayor desafío para el nuevo tándem presidencial será la reconciliación de un Ecuador dividido prácticamente en medios y en el que la lógica del conflicto no tiene al diálogo como prenda de unidad.

Hay muchas enseñanzas que nos deja este proceso electoral ecuatoriano. No seamos necios de creer que solamente perdió un banquero del capital especulativo que se había encaprichado en presentarse nuevamente a elecciones; este resultado ha sido una bofetada a toda la derecha del continente, sobre todo a la de Brasil y Argentina.

Pero, tal vez, la mayor lección se la deba llevar el progresismo perdedor de nuestro subcontinente mientras no haya una defensa total del modelo por sobre los nombres o candidaturas, tendremos electorados suicidas que terminan avalando a los que más y peor nos han sometido como pueblo.