El filósofo alemán Karl Jaspers sostuvo que las situaciones límite nos obligan a salir del refugio de lo cotidiano y ponen en evidencia la frágil condición de nuestra existencia. ¿Por qué? Justamente por los límites a los que la condición humana está sometida pero que generalmente intentamos olvidar o negar. Experimentar una situación límite es, en ese sentido, vivir auténticamente lo que somos. Por ejemplo, comprender que nos es imposible evitar absolutamente el sufrimiento, así como darnos cuenta de que no tenemos un control pleno sobre el mundo y sobre nuestra propia vida. Hay muchas cosas que podemos evitar, pero hay un límite siempre presente que marca el destino mortal de lo que somos.

Podríamos pensar que esta pandemia nos lleva a vivir justamente alguna de estas situaciones límite: pone en evidencia que estamos entregados a lo contingente y nos acerca como en pocas ocasiones de forma tan manifiesta la proximidad de la muerte. Este cimbronazo existencial podría llevar a revisar nuestras vidas en términos individuales y colectivos. Pero parece que la forma en la que estamos transitando esta situación tiende a evitar esa posibilidad por todos los medios.

Las estrategias para negar la seriedad de la amenaza son múltiples, pero en última instancia obedecen a una raíz común: erradicar el temblor propio de toda situación límite. Por ejemplo, hay quienes niegan que esta pandemia sea más grave que una gripe estacional y argumentan que somos víctimas de una conspiración de poderes ocultos. También, están quienes se obsesionan con estadísticas que cambian minuto a minuto, evalúan todas las posibilidades de tratamiento, el avance de las vacunas y discuten los mejores modos de organizar la cuarentena o los testeos.

Por supuesto que estas dos posiciones no son equiparables como lecturas sensatas que mantienen puntos de vista diferentes sobre lo que nos pasa. La segunda posición es, en muchos sentidos, más sensata respecto a la comprensión y resolución técnica de la pandemia. Pero ambas tienen en común escapar a la posibilidad misma de la situación límite por vías distintas. De hecho, la vida práctica y la técnica como único modo de elaborar los problemas, son recursos típicos para intentar evitar aquello que en última instancia no tiene solución.

Eso no quiere decir, insistamos aún otra vez, que debamos entregarnos a la evidencia de nuestra finitud y que evitemos pensar en las consecuencias sanitarias y económicas de la pandemia. Más bien, estamos tratando de pensar hasta qué punto negamos esa finitud, que aún en esta situación somos incapaces de darnos el tiempo para lo que la vivencia de nuestros límites podría hacer en nosotros.

Antes de preguntarnos qué tipo de reflexiones, qué transformaciones o qué posibilidades se podrían abrir a nivel personal y comunitario si pudiéramos por un momento detener la máquina de huir hacia adelante, un primer paso es preguntarnos por la misma imposibilidad de hacerlo. ¿Cuáles son los rasgos de nuestra época que impiden que podamos encontrarnos con los que somos y con lo que podemos ser?

La demanda en la que estamos inmersos en esta etapa del capitalismo implica una velocidad de producción cada vez más acelerada, en múltiples ámbitos simultáneamente y con el mayor nivel de adaptabilidad posible a todos ellos. Se nos invita a poner allí toda nuestra voluntad, a “pensar en positivo”, a “mirar hacia adelante” y a no perder ninguna oportunidad. Nuestra atención y nuestra afectividad están entrenadas para que nos parezcan depresivas o intolerables las situaciones límite, tal como las pensaba Jaspers.

¿Hay alguna posibilidad, aún en medio de esta pandemia, de experimentar una soledad radical? ¿No estamos demasiado conectados a todo tipo de plataformas que hacen de esa vivencia un imposible? ¿Y qué decir de todos los narcóticos diseñados para impedir la evidencia del sufrimiento, desde las series de tv y las redes sociales hasta los ansiolíticos? ¿No creemos acaso que la medicina es un tipo de técnica en continuo desarrollo que nos permitirá más pronto que tarde evitar las incomodidades de la muerte?

Esta pandemia pone en evidencia lo contrario: somos mucho más frágiles de lo que creíamos. Un pequeño virus tiene la fuerza para mantenernos encerrados, generar una enorme crisis económica y terminar en poco tiempo con cientos de miles –quizás millones- de vidas humanas. Y aún, ante esta realidad seguimos pensando que la enfermedad es poco más que algún tipo de retraso técnico que pronto solucionarán los especialistas. Tal parece, que tampoco nos interesa tener un cuerpo sino es para mantenerlo permanentemente en un estado de salud ideal que se parece poco a la vida.

Al contrario de lo que podríamos pensar, aceptar nuestra finitud, experimentar las situaciones límites que dejan de ocultar nuestra condición humana, no lleva a la impotencia. Es la posibilidad de que, al fin, haya algo que se asemeje a la libertad. Allí donde no hay límites y todo aparece como solucionable, la libertad no puede nunca encontrarse. Si es que entendemos por libertad la realización de las posibilidades de nuestra existencia.

*Profesor de Filosofía (UBA – UNSAM). Twitter: @TallerFilosofia