Un dilema enfrenta el gobierno (incluso desde antes de que se convierta en tal) que refiere a cómo llevar adelante la transición hacia una economía “normal”, sin las distorsiones heredadas del kirchnerismo (principalmente, el atraso/cepo cambiario, la salida del default –“fondos buitres”-, la inflación y el congelamiento tarifario, sostenido por una masa gigante de subsidios presionando sobre el déficit fiscal). Las posibles soluciones a este problema fueron desde un principio catalogadas en dos términos extremos: shock o gradualismo. Estas opciones marcaron en gran parte la discusión económica de la campaña en las presidenciales de 2015. El equipo de Scioli, encabezado por Miguel Bein, explicaba que se debía salir del cepo y aumentar las tarifas gradualmente para evitar una disparada inflacionaria, mientras que se advertía que Macri optaría por el camino del shock.

A su vez, dentro de Cambiemos, el equipo económico también se dividía entre el shock, para aquellos que pensaban que la situación era grave y debía resolverse rápido, más allá de sus costos (por mencionar un nombre, Melconian), y el gradualismo, sostenido por los optimistas que pensaban que la llegada de Macri inyectaría un shock de confianza, atraería inversiones y permitiría hacer los ajustes necesarios en cuotas con impactos acotados (Sturzenegger). En términos políticos, es sabido que el gradualismo y el optimismo lograron convencer a Macri y Peña. Sin embargo, se optó por la rapidez para salir del cepo y del default, quizá los mayores (¿y únicos?) logros en materia económica. En ello, seguramente influyó la confianza externa en el nuevo presidente, aunque las inversiones nunca llegaron. Por su parte, la suba de tarifas se dio en cuotas (en parte, gracias a la Justicia y a pesar de Aranguren) y la inflación sólo trató de reducirse, sin éxito hasta ahora, con altas tasas de interés. Con este paquete, 2016 fue un año de recesión y aumento moderado de la pobreza, pero en 2017 el repunte le permitió al gobierno un triunfo importante en las elecciones legislativas. El camino del gradualismo si bien no fue exitoso económicamente, permitió (o al menos no impidió) el éxito político. Superado con creces el obstáculo de las elecciones legislativas, el gobierno emprendió fortalecido un ajuste más agresivo para reducir el déficit, aunque no sin resistencias (que podrían devolverlo al camino del gradualismo).

En estos días, con los rumores de salida de Sturzenegger y los anuncios de cambios de metas de inflación, el dilema vuelve a aparecer. Pero ahora el presidente del BCRA aparece como un duro, que emprende un camino cada vez más solitario y voluntarista contra la inflación con el único instrumento de la tasa de interés, frente a la mayor flexibilidad del equipo económico, que apunta a que no caiga el nivel de actividad.

En definitiva, la práctica demuestra que las opciones de shock o gradualismo no son válidas para aplicar a la economía en su conjunto sino que depende de cada tema y, obviamente, del contexto político y social.

*Danilo Degiustti, licenciado y profesor en Ciencia Política (Universidad de Buenos Aires). Becario doctoral (Conicet).