La inflación anual de 2017 que cerró (cercana al 25%) fue una sorpresa anunciada que reavivó la tensión entre el Banco Central de Sturzenegger y la Jefatura de Gabinete de Marcos Peña. La reactivación económica –cercana al 5%- es leve, mientras que el país “está caro” en dólares. El costo argentino –consecuencia de una inflación que fue superior a la evolución del dólar- sigue siendo alto, lo cual se refleja en exportaciones que no terminan de despegar y, en temporada de verano, en un nuevo “deme 2”, consecuencia de una Argentina más cara que destinos turísticos como Brasil, Chile, Uruguay, México y los Estados Unidos, entre otros.

Mientras tanto la pulseada BCRA-Jefatura de Gabinete también se expresa como el conflicto entre los altos rendimientos de los LEBACs versus la rentabilidad de la economía real (no financiera). ¿Por qué voy a invertir en una riesgosa, costosa y de largo plazo empresa si puedo tener una mejor rentabilidad, menos riesgosa y recuperando más rápido la inversión a través de las Letras del Central?

Por otra parte, se preguntan, si el dinero no fuera a los LEBACS, ¿iría al dólar? Y el dólar subiría a un ritmo más cercano a la inflación, reduciéndose el atraso cambiario.
Ninguna de las alternativas parece convencer como solución. Mientras tanto el tema de fondo no se toca o se toca livianamente: la reducción del pesado Estado argentino (ergo, elevados impuestos) y cómo esto afecta la competitividad de la economía, su atractivo como destino de inversión y un definitivo despegue. ¿Preocupa seriamente a la política del gobierno esta situación? Tal vez la victoria en las elecciones de medio término, les haga pensar a muchos de ellos que la economía no importa tanto.

*Escribe Martín Simonetta, Licenciado en Relaciones Internacionales - Master en Política Económica Internacional - Director ejecutivo de la Fundación Atlas.