El movimiento obrero, definido por el propio General como "la columna vertebral" del peronismo y al que históricamente correspondía un tercio de los cargos electivos, hoy demuestra una delgadez y dispersión política que es reflejo de su falta de unidad y criterio común a la hora de la defensa del trabajo frente al capital, así como de su incapacidad para traducir en poder electoral su representación.
 
El panorama político, una vez consumada la derrota militar de Malvinas, sumado a la acuciante situación económica, tras la devastación perpetrada por el modelo rentístico- financiero inaugurada por José Alfredo Martínez de Hoz, y a la resistencia popular encabezada en aquel 1982, por el emergente líder sindical Saúl Ubaldini, que ya sabía de batallas contra la dictadura; resultó en el llamado a elecciones por parte de la última Junta Militar a fines de aquel año.

Para el peronismo el desafío no era menor. Encarar las primeras elecciones y la nueva etapa que se abriera de ellas sin su líder y con los años de terrorismo de estado, que lo apuntaron mayoritariamente como su víctima principal, a cuestas. De todos modos, si algo había claro entonces, dentro del peronismo, era que la rama sindical iba a jugar un papel determinante en el proceso que se avecinaba.

Luego de las internas que proclamaran a Raúl Alfónsín por sobre Fernando De la Rúa como candidato del radicalismo, el PJ mientras tanto, no había definido su interna. De la mesa chica del peronismo de entonces, formada por Deolindo Bittel, Ítalo Luder, Antonio Cafiero, Herminio Iglesias y Lorenzo Miguel saldrían los candidatos justicialistas para la presidencia y para la provincia de Buenos Aires. El 22 de agosto de 1983 en un pequeño cuartito del Teatro Odeón es el dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel quien tuerce la balanza cuando se manifiesta a favor de Luder para la presidencia. El binomio Luder- Bittel se consagró oficialmente en el congreso partidario, durante los primeros días de septiembre, en el Teatro Lola Membrives, propiedad de los hermanos Carlos y Lorenzo Spadone.

Es más o menos conocida como sigue la historia, ya que luego de la derrota de octubre, y mientras la dirigencia política del justicialismo se debatía entre ortodoxos y renovadores, el cervecero Ubaldini era el líder indiscutido e indiscutible del movimiento obrero que enfrentaba en la calle al gobierno alfonsinista, que quedó expuesto y a su merced luego de la frustrada Ley Mucci. El otrora altivo y orgulloso sindicalismo peronista ostentaba luego de la restauración democrática unos treinta y cinco diputados que provenían de sus huestes. Ese número iría en permanente retroceso ya que en las elecciones de 1985, los diputados de extracción gremial pasaron a ser veintiocho, hasta llegar en 1991 a tan sólo dieciocho. En la actualidad ese número es tan sólo de once y cinco de ellos cesan en sus mandatos el 10 de diciembre.

El Gobierno Nacional ha dado muestras con la intervención del sindicato de canillitas que comandaba el ahora desplazado Omar Plaini, de lo que puede ser su política hacia los sectores del trabajo si sale airoso del venidero turno electoral.  La avanzada contra los diareros, además de oler a revancha, también evidencia la atomización del mundo del sindicalismo peronista, sobre todo cegetista, que ha mirado dubitativamente el accionar de un gobierno muy rápido para hacer los mandados de los sectores concentrados de la economía y de sus poderosos sostenes, sin advertir la verdadera naturaleza de lo que significa su accionar no sólo en desmedro de los derechos laborales, como es un secreto a  voces que será la avanzada parlamentaria con posterioridad a octubre, sino que también avanza en contra de sus propias organizaciones profesionales.

La impotencia del triunviro Juan Carlos Schmid por medrar en la interna del peronismo santafesino, así como la desafortunada migración al randazzismo de Héctor Daer que lo dejó con las manos vacías y la imposibilidad a Carlos Acuña de saltar de la legislatura bonaerense al Congeso, dan cuenta de un poder gremial que a la par que se desagrega en expresiones políticas diversas, no logra consolidar una conducción capaz de traducir lo que debería ser su objetivo central y  natural razón de ser.

La de mayores sindicalistas

La lista bonaerense de Unión Ciudadana para las PASO es la que mayor cantidad de sindicalistas con chances propone para el Congreso ya que postula a la judicial Vanesa Siley, enfrentada al cegetista Julio Piumato, a Hugo Yasky líder de la CTA (que el año que viene cederá su lugar al docente bonaerense Roberto Baradel) y al curtidor Walter Correa de la Corriente Federal, quienes seguramente serán parte de la próxima conformación parlamentaria. Estos nombres denotan la búsqueda de un armado, por parte de la ex Presidenta que, si bien provenga de diversas expresiones del quehacer social, por un lado no muestre grietas en cuanto a su alineamiento, así como por otro expone su históricamente tensa relación con el sindicalismo tradicional peronista.

La lista de Randazzo postula para la reelección a Oscar Romero de SMATA y al metalúrgico Francisco Gutiérrez, en el cuatro y séptimo lugar respectivamente. En la provincia de Santa Fé tanto las listas de Agustín Rossi, como la del Nuevo Espacio Santafesino llevan a una docente y a un metalúrgico en el segundo lugar respectivamente; así como también, el líder metalúrgico fueguino Oscar Anselmo Martínez busca su reelección. Las otras candidaturas sindicales son casi testimoniales pero, en su conjunto, se evidencia una conclusión que se expande como un manto de niebla en la noche, y es la cada vez más acentuada pérdida de peso político, en la conformación de las listas, del movimiento obrero, tanto como su dispersión política.  A partir de esa falta de unidad y de la carencia de criterios comunes, no logra acceder más que marginalmente, y merced a la generosidad del referente de turno y no por propio peso específico, a los lugares que antaño ganaba en las mesas de negociación.

De los actuales once diputados gremiales surgieron iniciativas tales como la prohibición de los despidos por ciento ochenta días o que imponía, de lo contrario, una doble indemnización, que terminó siendo ley, aunque, vetada por Mauricio Macri. También este virtual interbloque logró modificar  la nueva ley de ART, impulsada por el macrismo, así como también, impedir la precarización laboral vía pasantías, a través de la presión en sus respectivos bloques. Esto demuestra la necesidad de la representación gremial en las cámaras parlamentarias y entonces, no es un dato menor que de manera paralela a la pérdida de peso del sindicalismo en la política nacional, se haya dado el avance de la financierización de la economía, el desguazamiento estructural del aparato productivo argentino y el alarmante retroceso de la participación de los trabajadores en la renta nacional. La retroversión del proceso necesitaría, entre otras cosas -claro está-, un conductor gremial del que hace décadas carece el movimiento obrero argentino y porqué no, rehacer la alianza virtuosa entre sectores de la política y las organizaciones de trabajadores que logren recrear un movimiento fuerte y unido desde el punto de vista político y doctrinario.