El 24 de marzo de 1976 fue la última vez que las fuerzas armadas derrocaron a un gobierno constitucional. La dictadura que comenzó ese día es recordada con especial repudio por la sociedad argentina debido al número de víctimas que provocó su accionar represivo. Vale la pena repasar los antecedentes históricos que ya anticipaban su programa socioeconómico y los métodos para llevarlo a cabo.

Objetivos y clases sociales

En los últimos quince años, el del ’76 dejó de ser caracterizado un golpe “militar” a secas para ser considerado en cambio un golpe “cívico-militar”. La precisión, a nuestro juicio, correcta va de la mano con las siguientes preguntas: ¿de qué sectores sociales provino el apoyo a las dictaduras? Estos sectores, ¿fueron sostén de los militares, o habrán sido más bien el verdadero poder detrás de los fusiles? Y si tomaron el poder a través de las fuerzas armadas, ¿con qué fines lo hicieron?

En el caso del ’76, estas cuestiones se aclaran al recordar que Guillermo Walter Klein, Secretario de Programación y Coordinación Económica, dijo, con posterioridad a 1983, que era imposible establecer bajo un régimen democrático el programa neoliberal impulsado por su jefe, el Ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz.

Podemos señalar entonces, que el golpe de 1976 fue -por los intereses de clase que defendió- un golpe oligárquico destinado a implantar el modelo económico neoliberal. Este modelo exigía la destrucción de la industria argentina, y para lograrlo ahogó en sangre la resistencia popular y las libertades democráticas.

Dictadura, democracia y soberanía popular

Los antecedentes del siglo XX muestran como factor común el ataque a la soberanía popular en nombre de los intereses oligárquicos. Sin embargo, otra característica que se repite es que en ningún caso la oligarquía pretendió eternizarse en el poder mediante el uso de la fuerza. Por el contrario, el objetivo político consistió en eliminar a las representaciones de signo popular para luego dar paso a una legalidad democrática consistente en ofrecer alternativas que no pusieran en tela de juicio la hegemonía oligárquica en política y economía. Ese fue el resultado del golpe de 1930, que tras proscribir al radicalismo yrigoyenista le abrió el camino a la democracia fraudulenta de la Década Infame.

También la Revolución Libertadora de 1955 se concibió a sí misma como un gobierno provisional, aunque no logró eliminar de la escena al peronismo. Incluso el general Juan Carlos Onganía, aunque pretendía ejercer una dictadura sin plazos electorales, tenía como punto de llegada al final del camino un escenario político en el que Juan Domingo Perón estaría muerto por el mero paso del tiempo y su movimiento fuera de combate. El golpe de Jorge Rafael Videla, por su parte, no prohibió la actividad política, como sí hizo Onganía, e incluso el dictador indicó en 1979 que planeaba un retorno al Estado de Derecho con algunos partidos políticos admitidos y otros excluidos.

En síntesis, los golpes de Estado del siglo XX, a excepción del de 1943, fueron contra la democracia en tanto esta fuese expresión de la soberanía popular.

Raíces profundas

Esta combinación, golpe a la soberanía popular, represión violenta de la misma e implantación de un modelo económico oligárquico anti-industrial y socialmente excluyente, ya se había puesto en práctica en el siglo XIX. Sus ejecutores fueron personajes que la historiografía liberal, en virtud de los intereses de clase que defendía, convirtió en paladines de la democracia: Bernardino Rivadavia y Bartolomé Mitre. Nos interesa concentrarnos en el segundo, porque en él podemos encontrar un antecedente casi idéntico del caso de 1976.

En efecto, la presidencia de Mitre se originó en un atropello armado a la Constitución de 1853 y a los gobiernos provinciales emanados de ella. Así como Martínez de Hoz en el ’76 destruyó la industria nacional, Mitre arrasó con la análoga de su tiempo, la producción manufacturera provinciana. Ambos lo hicieron en beneficio de los grandes propietarios rurales exportadores y de la minoría comerciante porteña, equivalente al sector financiero de 1976.

Los dos aspiraron a establecer una democracia de alternativas oligárquicas, después de usar la fuerza, como garante futura de sus programas. Así, el cuestionamiento al legado neoliberal solo comenzó a partir de la crisis de 2001, mientras que el modelo agroexportador no fue desafiado en el plano económico hasta la aparición del peronismo.

Y finalmente, los dos apelaron a la represión violenta de su oposición política. Al punto tal que, el cálculo más modesto, realizado por el liberal santafesino Nicasio Oroño, sobre las expediciones militares del mitrismo en las provincias arroja un saldo de más de cinco mil muertos, equivalentes (en proporción a la población total) a cien mil muertos durante el régimen de 1976, lo cual nos permite señalar a Mitre como el gran genocida argentino del siglo XIX.

* Profesor de Historia (ISP-Joaquín V. González). Integrante de la Materia Análisis del discurso de las izquierdas argentinas de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y del Grupo de Estudios de Marxismo e Historia Argentina del IEALC. Coordinador del Grupo de Investigación Histórica del Centro de Estudios Nacionales Arturo Jauretche (CENAJ). Twitter: @mgthepebet