Hay una grieta en mi corazón
Por José María González Losada. La política argentina ha aportado ejemplos desde antaño saavedristas y morenistas, unitarios y federales, chupandinos y pandilleros, conservadores y radicales, y éstos con los peronistas hasta la oposición reciente entre kirchnerismo y macrismo
Como si acaso se tratara de un zhair borgeano, que ocupa cada vez más nuestro pensamiento, la idea de que necesariamente estamos condenados a vivir en una sociedad históricamente dividida en dos bandos irreconciliables que se repelen pero a la vez se atraen y necesitan mutuamente, es quizás una de las mayores trampas intelectuales en las que podemos caer para pensarnos a nosotros mismos ya que, suponer que somos presos de una división sempiterna es, necesariamente, asumir un lugar cómodo y facilista que nos exime del desafío de aprender a vivir todos juntos en una sociedad diversa, plural, variopinta y extremadamente compleja como es la argentina.
En 2013 Juan Gelman eligió el vocablo "boludo" como la palabra más representativa del modo argentino de hablar el español. La extensión, ambivalencia, así como la cotidianeidad de dicha voz hacen que pocos puedan negar la buena elección que hizo el poeta aunque, si nos remitimos a nuestro último lustro, quizás la palabra más mentada en boca de cuanto periodista, político, analista o cualquier clase de opinólogo de turno no sea el célebre sinónimo de pelotudo, sino la famosa categoría de "la grieta".
"La grieta", extendida como reguero de pólvora, dirían las viejas crónicas, luego de que Jorge Lanata la dijera en la entrega de los Martín Fierro en 2013, para hablar de la división entre quienes apoyaban o se oponían al gobierno de CFK o, acaso, al kirchnerismo en general pero, ese surco abierto no podría configurarse como tal si al gobierno que, supuestamente lo abre, no le siguiera acaso otro que recoge el guante y se hace cargo de la otra mitad de la brecha.
Siempre hemos escuchado que nuestra sociedad está cruzada por diversos clivajes que habitan en ella. A los históricos como Boca- River; Prada- Gatica, Boedo- Florida o Ford- Chevrolet, se han sumado posteriormente otras como Menotti- Bilardo, Soda- Los Redondos y hasta las más actuales como Maradona- Messi por nombrar sólo algunas de las tantísimas divisiones que podríamos enumerar sin demasiado esfuerzo. En cierta manera, si algún lector desprevenido leyera los párrafos precedentes sin ninguna otra información, seguramente podría concluir que la Argentina efectivamente, tiene una grieta en su corazón.
No sólo el deporte, la música y la literatura se han visto atravesadas por un tajo divisor sino claramente la política también ha aportado ejemplos desde antaño saavedristas y morenistas, unitarios y federales, chupandinos y pandilleros, conservadores y radicales, y éstos con los peronistas hasta la oposición reciente entre kirchnerismo y macrismo. Todo parecería indicar que los argentinos estaríamos condenados a seguir reproduciendo un esquema binario que se repite como un "disco eterno" a lo largo de nuestra historia.
Desde el liberalismo, ni Sarmiento con su dicotomía fundante entre bárbaros y civilizados, ni Ezequiel Martínez Estrada quien sostuvo la existencia de dos tradiciones "la revolucionaria y la colonial", han querido escapar al abordaje de la Argentina en clave binaria, sino que por el contrario han contribuido a construir y profundizar la visión maniquea de la Argentina, así como también desde otras vertientes del pensamiento argentino lo han hecho Eduardo Mallea con el país "invisible" y el "visible", o el revisionismo histórico que ha aportado otros clivajes como "libre comercio" o "proteccionismo" tal cual lo expresara José María "El Pepe" Rosa, tanto como lo hicieron el cura Julio Meinvielle desde el catolicismo antiliberal o el sacerdote justicialista Hernán Benítez profesor de Ética Justicialista.
Este breve racconto histórico nos propone poner en discusión la idea de que la Argentina, previa a 2003 o a 2008 para ser más exactos y al conflicto del campo específicamente, era el vergel de la concordia, "la búsqueda de consensos" y el segundo hogar del trillado "Pacto de la Moncloa". En realidad ni la idea de "grieta" es novedosa, acaso simplemente lo sea el término, y es un error afirmarlo tanto como lo es creer que existe una continuidad eterna e inmutable entre dos dicotomías planteadas previamente, cual si la sociedad que ellas dividen fuera un elemento estanco que permanece quieto sin variaciones durante años, décadas e incluso siglos. Por el contrario, en realidad, lo que parece permanecer inmutable es la manera en que interpretamos nuestra sociedad, nuestra historia y nuestro país.
Las divisiones existieron, existen y existirán no sólo en la Argentina sino en todas las sociedades, aunque acaso la nuestra por su conformación histórica y estructura económica y social sea una con mayores tensiones que algunas otras sociedades cercanas (con las que algunos se empecinan en compararnos), lo que no necesariamente es malo sino que acaso, lo que deberíamos replantearnos es la idea que la sociedad argentina está necesariamente divida en dos. Lo cual, para usar la categoría jauretchiana, claramente representa una "zoncera", entendida como esas verdades absolutas que todos damos por ciertas haciendo que no se discutan y en lo cual entonces radica su eficacia, y que evita cualquier aproximación más compleja sobre nuestro país rediciéndolo a miradas maniqueas ente buenos y malos que sólo dejan de ser, una cosa o la otra, según de qué lado de la grieta se mire.
No existe una división objetiva, única, permanente e inalterable que atraviesa nuestro país desde su conformación como tal o incluso antes, mientras que por el contrario lo que existen son maneras de aprehenderlo, es decir, de interpretar una trama ininteligible de tensiones y contradicciones montada, en todo caso, sobre tradiciones disímiles pero a la vez dinámicas, que se configuran y se reconfiguran a lo largo de la historia y que, a su vez, son interpretadas y re interpretadas desde el presente hacia el pasado pero que no deben tomarse como naturales, irreconciliables, y definitivas porque eso, en suma, nos llevaría al facilismo de creer que la única solución posible, como ya ha ocurrido. Es la exclusión del antagonista de la vida política para evitar convivir con él.
Asumir esta interpretación extendida de la Argentina como algo natural o inherente a nosotros mismos, pensar que estamos condenados a "la grieta" o asumirla, acaso alegremente su variante actual que declama "la unión de los argentinos" pero lo niega en la praxis- como mecanismo de reafirmación de sus base de sustentación política-, inevitablemente nos lleva a la imposibilidad de gestionar el disenso, la diferencia y por ende a cometer los mismos errores que las mismas visiones dicotómicas y bipolares de nuestra realidad nos han llevado a cometer en el pasado.