Desde que comenzó la pandemia del coronavirus se dijo que las cosas en el mundo no volverían a ser iguales. Se habló de una crisis del capitalismo, también de un capitalismo recargado; de nuevas modalidades de trabajo y de enseñanza, de novedosas formas de habitar el espacio público, en fin, se habló de diversos cambios para convivir con uno o más virus nuevos que parecen haber llegado para quedarse. Bajo este espíritu de algo nuevo que está por venir, aunque no sepamos bien de qué se tratará, se puso de moda entonces hablar de “nueva normalidad”.

Como cierto humorista gráfico que devino célebre gracias a imitar a un personaje gatuno, vamos a plagiar esta idea y hacerla extensiva a lo que entendemos como una transformación de cierta profundidad en la política local. Desde que comenzó su gobierno, Alberto Fernández reclama la superación de la grieta, tanto que hasta estableció el “Argentina unida” como eslogan de la comunicación oficial. El contexto de pandemia le brindó un escenario inmejorable para construir un nuevo vínculo con la ciudadanía, en donde el presidente enuncie desde un centro político y logre diluir posiciones polarizadas, ubicándose por encima de los antagonismos de la sociedad argentina.

Aclaremos un punto importante: cuando hablamos de preeminencia del centrismo en la política argentina nos referimos concretamente a las posiciones que creemos hoy mayoritarias entre los argentinos y no al clima polarizado que a veces se escucha en algunos medios de comunicación y en algunos dirigentes políticos generalmente opositores, aunque también en alguno que otro cercanos al gobierno.

Para confirmar esta hipótesis haría falta al menos un resultado electoral de triunfo “centrista” en la mayoría del país en 2021. Pero para muestra sobra un botón. Así que repasemos algunos datos de encuestas mientras esperamos el 2021. Tanto la situación actual como las expectativas económicas son, en general, pesimistas. Sólo entre un 10 y un 20% considera positivamente la situación económica actual y menos de un tercio de la población tiene expectativas económicas positivas a futuro. Sin embargo, eso no impide que entre el 60% y 70% tenga buena imagen del presidente y su gestión, que más del 70% acompañe las acciones del gobierno frente al coronavirus, que una cantidad similar apoye el proyecto de un impuesto extraordinario a los ricos en el contexto de pandemia y que la sociedad vuelva a dividirse en dos polos de poco más del 40% cuando se le consulta qué hacer con la empresa Vicentín. En efecto, en los últimos dos años del gobierno de CFK y en los cuatro de Macri, cualquier tema que se politizaba solía caer en el abismo agrietado de dos polos fijos y más o menos estables. Ahora, en cambio, la distribución de las opiniones suele variar según se pase de un tema a otro. El escenario de antagonismo social que signó la política argentina y que devoraba casi cualquier tema que se tratara, hoy parece comenzar a ceder.

Nuevamente por las dudas, aclaremos que no estamos diciendo que esta nueva normalidad centrista es definitiva o está consolidada. Queda aún mucho camino por recorrer y, finalmente, creemos que la presidencia de Alberto Fernández será antes o después juzgada principalmente por los resultados de su gobierno, especialmente en materia económica. Pero, así y todo, esta dinámica centrípeta es una novedad en los últimos doce años y consideramos que tiene bases firmes más allá de la coyuntura de lucha contra la pandemia.

Entre 2013 y 2019 los votantes peronistas mostraron una creciente preocupación por romper el techo electoral del 38% y lograr una apertura hacia sectores del panperonismo o, incluso, hacia no peronistas opuestos al gobierno de Macri. Proceso que confluyó en el Frente de Todos. Del otro lado de la grieta, también se fueron observando luego de la elección de 2017 a una cantidad importante de ex votantes macristas arrepentidos en búsqueda de una propuesta que permita sortear la disyuntiva macrismo vs. kirchnerismo. Por no hablar del 15 a 20% de electores que transitaron la última década política por fuera de los principales polos electorales, saltando del massismo al randazzismo, luego al lavagnismo o de cualquier opción alternativa a las principales.

Alberto Fernández desde que asumió buscó seducir a estos sectores, sumándolos así al 48% que había conquistado en las presidenciales. Sobre esta apuesta del presidente nos animamos a decir incluso algo más: es probable que otra dirigente también de apellido Fernández, haya hecho los mismos cálculos algunos años atrás y, en función de ellos, haya definido tanto la estrategia como todos y cada uno de los pasos que culminaron con el ascenso a la presidencia de un dirigente que nunca había superado el 2% de intención de voto.

Por último, es cierto que muchos dirigentes políticos, periodistas y otras personalidades no parecen notificadas de este cambio. A veces ocurre en el transcurso de una transformación, que a varios actores les cuesta un tiempo reajustar sus posiciones y acciones al nuevo escenario, especialmente mientras se está atravesando el proceso. La nueva normalidad política que señalamos atañe principalmente al electorado, a una sociedad argentina que mayoritariamente prefiere posiciones políticas consensuales a expresiones radicalizadas, como las que, sin ir más lejos, se observaron en la protesta del pasado 9 de Julio por la zona del Obelisco.

*Politólogo y analista de opinión pública