Los únicos cambios de gran escala entre la sociedad global de diciembre de 2019 y la de hoy conciernen a que el Sars-Cov-2 produjo millones de enfermos y muertos y que las medidas sanitarias de prevención alteraron por completo la vida cotidiana en todo el planeta; todo lo demás es igual. Cambió el mundo, no la sociedad. Las instituciones y leyes que organizan la vida son las mismas que no contemplaban responder a una catástrofe de escala civilizatoria y ahora, frente a una, lo hacen, en los mejores casos, de manera accidentada. Se trabaja, pero desde casa; se va a la universidad, pero es una plataforma virtual; se transita la ciudad, pero el espacio público se ha reducido; se va al mercado, pero ya no a mezclarse con otras personas, sino a estar más identificado que nunca; se está en el hogar, para ya no es más el espacio del descanso. Todo es como antes pero distinto, más agotador, más empobrecido y más frágil. La “nueva normalidad” (una fórmula publicitaria) es la normalidad que ya conocíamos adaptada con estrés a nuevas condiciones que la hacen tambalear. La pandemia de Covid-19 trepa sobre edificios pre-pandémicos.

La sociedad todavía no respondió al nuevo mundo y no lo hará hasta que no haya nuevas instituciones que sí contemplen que las catástrofes eco-biológicas planetarias no son accidentes a sobrellevar para luego volver a la “vieja normalidad”, sino que están dando forma a la geografía de nuestro porvenir inmediato. Después de la Covid-19 vendrán otras crisis, probablemente incluso peores. Los equilibrios ambientales y socio-políticos que hacían posible el mundo anterior se desmoronan desde hace décadas y estamos siendo testigos apenas de los primeros efectos. Esta situación, conocida también desde hace décadas, ha inspirado el desarrollo de grandes empresas de conquista que hoy disputan por los nuevos recursos que serán vitales en el mundo en catástrofe, pero todavía no surgieron nuevas instituciones. Ellas nacen muy lentamente. Sin embargo sí se vislumbran algunos horizontes.

Las grandes corporaciones de conquista informática y espacial hoy son las primeras en promover que no haya transformaciones institucionales ni legales de ningún tipo, no solo porque aspiran a beneficiarse del estado actual de las cosas, sino porque el objetivo final es convertirse ellas mismas en instituciones y leyes, colonizando o reemplazando los viejos poderes estatales ya debilitados. Estas voces que dan razones para postergar o negar la implementación de cambios profundos son, en definitiva, las asociadas a una selecta minoría que está obteniendo notables beneficios económicos y estratégicos por la catástrofe en curso. Algunas acciones actuales son más que claras: unas pocas empresas, apoyadas en leyes que no contemplaban la pandemia y sin resistencia de los Estados, han negado compartir sus vacunas con el mundo, sentenciando a muerte a miles (tal vez millones) en nombre de las ganancias por sus patentes. Se trata, sin ambigüedades, de operaciones de conquista, y si no las reconocemos como tales será porque las habremos naturalizado como nuevas instituciones, tomándolas por agentes de una normalidad en la que masacres pasivas y biopolíticas se tolerarán, tal como otros pueblos toleraron otras masacres.

Quienes prometan o pretendan que pronto todo estará bien y quienes avisen que hay que resignarse al sacrificio de vidas y de modos de vida, no dicen lo mismo, pero hablan el mismo lenguaje. En cambio, las voces capaces de estar a la altura de esta catástrofe y de las venideras serán aquellas que sepan decir que todo no estará bien (al contrario, los desafíos serán inmensos) y sepan hacerlo sin por ello resignarse al sacrificio de poblaciones. A pesar de que los auspiciantes y apólogos de la “nueva normalidad” niegan todo el tiempo esas voces vitales, ellas existen en formas variadas. La discusión de la matriz alimentaria argentina y la producción de alimentos populares y no agrotóxicos, desarrollada por la Unión de Trabajadores de la Tierra, la institucionalización de prácticas económicas no basadas en el endeudamiento y la confiscación (estudiada recientemente por Luci Cavallero y Verónica Gago en Una lectura feminista de la deuda) y los monumentales y visionarios estudios sobre el fin del mundo conocido y el inicio de uno nuevo publicados entre 2010 y 2021 por el filósofo Fabián Ludueña Romandini (La comunidad de los espectros) son algunas muestras, entre otras, de pensamientos y políticas que hoy buscan, en lugar de adaptaciones y recuperaciones, vías concretas para plantear transformaciones de gran escala que aspiren a una nueva civilización que no se conforme con la supervivencia.

La respuesta social a la catástrofe está, al menos en parte, todavía en juego. Las perspectivas no son las mejores, pero cualquier camino distinto, más allá del optimismo espectacular y de la resignación calculadora, requerirá voces arriesgadas y nuevas y, sobre todo, capacidad de escucharlas.

*Doctor en Ciencias Sociales, Profesor Asociado en la Universidad de Belgrano, autor de La destrucción de la sociedad (2016)