La pandemia ha impactado en todos los aspectos de nuestra vida individual y social a escala planetaria. Así, también sacude la forma en la que entendíamos y experimentábamos hasta ahora los vínculos políticos. Se trata de un acontecimiento sin precedentes que convoca al pensamiento político a la manera en que H. Arendt movilizaba, retomando la conceptualización kantiana, el juicio reflexionante: aquel que nos obliga a pensar sobre una experiencia singular para la que no tenemos categoría universal. Hay factores que vuelven único el momento que atravesamos y lo distinguen de otras catástrofes, guerras y pandemias del pasado: es como nunca “global” y disponemos de una tecnología que aspira a poder reemplazar el contacto y la comunicación humana.

Concentrémonos en este aspecto: la “digitalización” de muchos de nuestros vínculos personales y sociales y, por lo tanto, también políticos. Las/os dirigentes tienen a su alcance todos los medios para hacer campañas electorales y vincularse con la ciudadanía de modo “digital”; pueden incluso segmentar los públicos y enviarle a cada quien el mensaje que crean más conveniente. Pero ¿pueden prescindir de recorrer el territorio, de tocar el timbre casa por casa, de reunir a la militancia en un acto para dar un discurso? Hace tiempo sabemos que los vínculos de proximidad y de contacto adquieren su sentido completo cuando son mediatizados, cuando el video del candidato compartiendo una comida con un vecino o abrazado por el calor popular se sube a las redes sociales. Lo que la pandemia nos ha mostrado es que el momento cara a cara de los vínculos políticos y representativos no es reemplazable y el impulso a desplazarse por el territorio es ineludible para las/os dirigentes.

En el terreno de las protestas y grandes movilizaciones ciudadanas la pandemia supuso la interrupción de acontecimientos como los Chalecos Amarillos en Francia o la Primavera Chilena y de movilizaciones recurrentes como las del movimiento de mujeres en Argentina. A poco de comenzadas en nuestro país las medidas de aislamiento social se organizó un ruidazo desde los balcones contra los femicidios y la violencia de género en aumento. Aplausos, ruidazos o cacerolazos, la imagen del principio de la pandemia en el mundo es la de muchas personas “compartiendo” una acción común desde el rincón personal de su ventana. También en este plano ya sabíamos que la clásica “acción colectiva” se venía transformando en lo que L. Bennett y A. Segerberg llaman “acción conectiva”, es decir: una que puede realizarse sin los soportes de una fuerte organización o de una ideología compartida y que constituye un modo de expresión personal. Pero la pandemia mostró que los movimientos ciudadanos contemporáneos no pueden prescindir de su aspecto performativo, de las asambleas, de las ocupaciones de espacios públicos, de la celebración del encuentro, que exigen la co-presencia.

Quizá lo más impactante no se vea en los momentos extraordinarios como elecciones o protestas sino en formas de vínculo político más cotidiano. Las instancias participativas generadas por los gobiernos locales, por ejemplo, que antes se desarrollaban cara a cara, aprovecharon el auge de las plataformas para encuentros sincrónicos como Zoom o Meet. Que la deliberación online es problemática ya lo decían antes de la pandemia los especialistas, pero hemos podido experimentar ahora cómo es de necesaria para la deliberación la dimensión afectiva del contacto con los demás. Compartir el escenario, ver y oír lo mismo pero desde distintas perspectivas, estar entre las/os otras/os, es lo que para Arendt nos aseguraba un sentido común y un sentido de realidad. Entre las teorías deliberativas están las corrientes conversacionales, inspiradas en J. Habermas, que defienden intercambios de argumentos racionales e impersonales; y las teorías retóricas, como la de I. M. Young, que recuperan el rol de las pasiones, las narrativas situadas y el reconocimiento del otro como parte de la deliberación. Este segundo enfoque nos advirtió lo que la pandemia vino a mostrarnos todos los días: no podemos discutir ni intercambiar sin compartir, y lo afectivo del contacto es inherente a una verdadera deliberación. El dispositivo técnico tiene efectos: en el mosaico de cuadraditos instalado en nuestras rutinas nos vemos más nosotros mismos que a los demás. Arendt recordaba que para los griegos, el quién de cada una/o era un daimon que se encontraba sobre su hombro y sólo era visible para los otros. Hoy la imagen permanente de nuestro qué nos hace experimentar un extraño eclipse progresivo de nuestro quién.

Pero mientras el capitalismo de plataformas y la tecnología han venido intentando sustituir el contacto físico en los vínculos laborales mediante Zoom, en los comerciales mediante Amazon, Rappi, Glovo, en los amistosos mediante Facebook y Whatsapp, ¿serán acaso los vínculos políticos los que, por arriba y por abajo -en campañas y en protestas- constituyan un modo resistencia?

*Doctora en Estudios Políticos de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Investigadora del CONICET