Latinoamérica se convirtió en una de las regiones más afectadas por la pandemia del virus Covid-19 a nivel internacional, enfrentar dicho contexto evidenció los grandes problemas sociales, políticos y económicos que,  en mayor o menor grado, todos los países de la región padecen. Era previsible que esta circunstancia pusiera al desnudo las debilidades estructurales de los estados latinoamericanos: cuales gigantes de pies de barro, los problemas de infraestructura, desarrollo (o su ausencia) y calidad institucional quedaron en evidencia.

Si bien la pandemia es un fenómeno que a nivel global ha afectado a todos los países, las respuestas y el manejo de la crisis han sido muy disímiles.  Estas diferencias denotan la deficiencia de los acuerdos políticos que la región intentó construir desde los años sesenta del siglo XX y con mayor intensidad en los inicios de los años 2000, con una fuerte impronta pro-regional y anti establishment. Apuestas regionales que quedaron en el camino y cuya retórica dogmática -como la del ALBA, UNASUR o CELAC-, dejó en evidencia su debilidad estructural. Además, su incapacidad para prevenir y sancionar a regímenes violatorios de los derechos humanos, puso al desnudo su compromiso ideológico y el doble estándar entre dictaduras buenas y dictaduras malas.

La erosión democrática o recesión democrática lleva algunos años ya titulando los informes sobre la salud de la democracia. El 2020 acentuó el declive democrático registrando grandes retrocesos y  América Latina no ha sido la excepción a ello. El Índice de Democracia (Democracy Index) de The Economist Intelligence Unit  (EIU) confirmó esta tendencia. El índice comprende 60 indicadores en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles. Ya para el año 2019, concluía que menos del 5% de la población mundial vivía en una “democracia plena”. Casi un tercio se encontraba bajo un gobierno autoritario. En total, 89 de los 167 países evaluados en 2017 recibieron puntajes más bajos que el año anterior. Noruega sigue siendo el país más democrático en el ranking, una posición que ha ocupado desde 2010, y Europa occidental cuenta con 14 de las 19 “democracias completas” que conforman el nivel más alto del ranking. No obstante, el puntaje promedio en Europa disminuyó ligeramente en 2017, a un promedio de 8.38 puntos sobre 10.  Pero para el 2020, el Índice de Democracia en su decimotercera edición, registró el impacto del coronavirus (Covid-19) en la democracia y en la libertad en todo el mundo. Analizando cómo la pandemia se tradujo en la retirada de las libertades civiles a gran escala y alimentó una tendencia existente de intolerancia y censura de la opinión disidente.

Como se registra en el Índice en los últimos años, la democracia no ha gozado de buena salud. En 2020, su fortaleza fue puesta a prueba aún más por el brote de la pandemia de coronavirus (Covid-19). El puntaje global promedio en el Índice de Democracia 2020 cayó de 5.44 en 2019 a 5.37. Esta es la peor puntuación mundial desde que se elaboró por primera vez el índice en 2006. El resultado de 2020 representa un deterioro y se produjo, en gran medida, pero no únicamente, debido a las restricciones impuestas por los gobiernos sobre las libertades individuales y las libertades civiles que se produjeron en todo el mundo en respuesta a la pandemia. El deterioro del puntaje global en 2020 fue impulsado por una disminución en el puntaje regional promedio en todo el mundo, pero por caídas especialmente grandes en las regiones dominadas por los regímenes autoritarios del África subsahariana, de Medio Oriente y África del Norte. Sus puntajes disminuyeron en 0.10 y 0.09, respectivamente, entre 2019 y 2020. En América Latina el puntaje promedio disminuyó en 0.04 en 2020, marcando el quinto año consecutivo de regresión para la región. Algo similar ocurre con el índice de Freedom House: El deterioro en América Latina muestra la fragilidad de la democracia en tiempos de crisis y la voluntad de los gobiernos de sacrificar las libertades civiles y el ejercicio de la autoridad sin control en una situación de emergencia. Por su parte, el informe de IDEA sobre la democracia 2019 ya mostraba estos problemas señalando los seis desafíos claves para la democracia: a) la crisis de representación de los partidos políticos y el surgimiento del populismo; b) los patrones y condiciones de retroceso democrático; c) el empoderamiento de la sociedad civil en un espacio cívico cada vez más reducido; d)la gestión de procesos electorales en entornos desafiantes; e) la corrupción y el papel del dinero en la política; f) el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación en la democracia.

En todo caso, la pandemia facilitó la tendencia latinoamericana a la concentración del poder alrededor del poder ejecutivo y al excesivamente poco apego a la rendición de cuentas por parte de los gobernantes. Esta experiencia nos deja una pregunta latente: ¿necesita la democracia un conjunto de valores para funcionar? Si es así, ¿cuáles? ¿qué valores son propios de la democracia y cómo fortalecerlos en nuestras aún muy débiles democracias? Tal como señala el informe de Freedom House: “Los enemigos de la libertad han impulsado la falsa narrativa de que la democracia está en declive porque es incapaz de atender las necesidades de la gente. De hecho, la democracia está en declive porque sus modelos más destacados (“prominent exemplars”) no están haciendo lo suficiente para protegerla.”

*Doctora en ciencia política. Realizó su postdoctorado en el IBEI (Barcelona). Es magister en economía y ciencia política de Eseade donde hoy dicta Análisis Institucional en la misma maestría. Es docente de postgrado en UBA, UB, USAL. Columnista. Especialista en análisis político argentino y política latinoamericana.